Seamos más leves, no carguemos otro año

Las redes sociales en la actualidad pueden ser utilizadas por los distintos actores de poder para generar discusiones entre personas comunes, que en los hechos se pueden convertir inexorablemente en espacios de desigualdad, como si no fuera una mejor idea la construcción de espacios de entendimiento, de cercanía con los otros, con nuestros semejantes, nuestros conciudadanos…”


Bajo las ciudades late el corazón de la tierra
pero los humanos no le dan amor.

América. A horse with no name

 

La ciudad no es sólo el espacio físico sino el de construcción social de relaciones, de ciudadanía; de lejanías o cercanías. Cada uno de nosotros construimos los espacios de acercamiento o lejanía con quienes comparten nuestra cotidianidad, y quienes la comparten no sólo lo hacen por contigüidad física sino virtual, que es la forma emergente del espacio posmoderno.

Una mesa de amigos en la que media un café, lo mismo que la abierta individualidad anónima de una red social, constituyen espacios de la actual cotidianidad en la que se construyen o des-construyen las formas de relación social, los nuevos epacios públicos, ágoras en las que las diferencias, las desigualdades, en tanto anónimas, permiten cualquier expresión que con mayor dificultad se manifestaría en un espacio de contigüidad física. La liviandad con la que nos conducimos en la red social se opone muchas veces a la pesadez que solemos cargar cotidianamente en los andares de nuestra ciudad. El trabajo, la frustración, el estrés, las distancias, los traslados del transporte público, son el correlato de la pesadez y ataduras de la vida cotidiana que se puede convertir en levedad (o ligereza) cuando se está solo frente a la pantalla y el teclado que no es una atadura sino un mar en el que podemos navegar sin que importe mucho que no seamos capaces de escribir correctamente, o que podamos emitir cualquier idea o guiño sin censura, cualquier gazapo impune o cualquier imprudencia sin freno.

La desigualdad de la que se habla tanto es también una construcción social que clasifica, ordena y confina a las personas a permanecer en un lugar específico de una red que atrapa (Luis Reygadas), y esta red es la realidad del grupo social (del color de la piel o del género; de la preferencia sexual, del vecindario, del club, de la empresa o la escuela), lo mismo que la red virtual que atrapa, clasifica y puede generar también grandes brechas de desigualdad, de disputa por un lugar que define quiénes somos o queremos ser, con definiciones que clasifican y estigmatizan, reproduciendo y afirmando la brecha de desigualdad (chairo o derechairo no son… no somos iguales).

Desde la filosofía clásica, Trasímaco reduce la noción de justicia al interés del más fuerte, mientras que Chomsky recientemente nos hace notar que para la clase gobernante, generamente, cualquier cosa que no sea el control total equivale a un desastre total. (¿Quién domina el mundo?, p. 95). En ambos casos y en toda la historia, el control o la justicia están relacionados con el poder, con quien tiene la fuerza y la ejerce. Los partidos políticos, las ideologías, etc., buscan generar espacios de poder que no impliquen para ellos su propio desastre, por lo que, en la diferencia de opinión o programa respecto de otros grupos, procuran generar y crear desigualdad como propuesta de autoafirmación (de control total). La desigualdad implica relaciones de poder en las que, además de muchos otros recursos, intervienen las nociones que las personas tienen acerca de lo que es justo e injusto, equitativo o inequitativo. Dicho de otra manera, las personas comunes y corrientes entablan discusiones ético-políticas sobre la igualdad, menos sistemáticas que las de los filósofos, pero que son de crucial importancia para definir los límites de la desigualdad. (Luis Reygadas, La apropiación. Destejiendo las redes de la desigualdad, p. 13).

Las redes sociales en la actualidad pueden ser utilizadas por los distintos actores de poder (político, económico, ideológico, etc.) para generar discusiones entre personas comunes, que en los hechos se pueden convertir inexorablemente en espacios de desigualdad, como si no fuera una mejor idea la construcción de espacios de entendimiento, de cercanía con los otros, con nuestros semejantes, nuestros conciudadanos. El desastre total que implica para los programas políticos o ideológicos la falta de control total sobre la opinión de la gente común (la opinión pública), les lleva a buscar el control total a través del propio control del espacio público del que, como se anotó, las redes sociales es una de las ágoras emergentes más accesibles y dispuestas para todos. Y así estamos, como habitantes del nuevo espacio público que, como el stoa poikile de los estoicos, es útil para cualquier tema, cualquier paradoja ajena al sentido común, y nos sitúa en el supuesto de producir, más como un espacio para la desigualdad que clasifica y separa, que para el entendimiento que acerca.  

Bauman, citando a Alfred Schütz, anota: Simplemente doy por un hecho que en éste, mi mundo, también existen otros hombres, no sólo en forma corporal, igual que y entre otros objetos, sino dotados de una conciencia que, en escencia, es igual que la mía […] ellos, mis semejantes, experimentan relaciones que recíprocamente me incluyen de una manera similar, para efectos prácticos, a la manera como yo los siento (Ética posmoderna, p. 167 ). Si no tenemos conciencia de que vivimos en relación y en función de los demás, si no somos conscientes de que el otro (mi vecino, mi amigo, mi hermano), tal vez no piensa como nosotros, no votó como nosotros o no comparte la decisión que recién ha tomado quien fue nuestro o su candidato; si no importa la opinión del otro y sólo queremos afirmar la propia, entonces probablemente estemos contribuyendo a abrir las brechas de la desigualdad y del desencuento. La tolerancia, entendida como actitud de respeto hacia las opiniones, creencias y posiciones de los otros, es uno de los materiales por los que se construyen los caminos del entendimiento.

En mi ciudad, León, y en mi estado, obtuvieron más votos los candidatos de un partido político distinto al que en el país obtuvo el candidato de un partido distinto, pero esto no debiera hacernos distintos a quienes en nuestro país votaron de una forma o de otra. Sin embargo, los espacios públicos (materiales o virtuales) en las ciudades, se llenan de diferencias en función de la opción política elegida; para muchos, la apropiación de una equivale casi a la descalificación y exclusión de la otra. Si en una mesa de café o en una red social se expresa una opinión desde una posición determinada, es muy probable que se enfrente irremediamblemente a calificativos que le clasifican, le encasillan, le definen diferente, desigual (chairo, en el caso de nuestro estado). Pareciera que las acciones individuales importantes (como la libertad democrática de ejercer un voto o elegir una opción) son las que generan mayores distancias, y éstas, nuestras acciones, pueden afectar a otras personas, y en un marco de mayor poder tecnológico, las acciones afectan a muchas más personas. Asumir y declarar que el otro es chairo o derechairo sólo porque no comparte nuestra opinión, es en los hechos, contribuir a la construcción de brechas sociales de desigualdad. A ese tipo de desastre total pareciera que están apostando quienes quisieran tener el control total mediante nuestras opiniones y desencuentros.  

En tiempo de fin de un año e inicio de otro vale la reflexión sobre lo que hacemos con nuestro mundo. Las ciudades y sus calles, sus plazas y comercios, transportes, etc., son los lugares en los que la mayoría de las personas comparten sus trayectorias de vida, bajo sus calles de concreto, sus plazas y jardines, sus edificios y hogares, late el corazón de todos nosotros, de la humanidad (de la tierra, como dice la canción de América, A horse with no name). Y con independencia y respeto hacia las creencias políticas, religiosas, etc. de cada uno de nosotros (que éstas también clasifican, separan), debemos mantener la esperanza de que somos capaces de superar las diferencias para construir un mejor presente, un mejor año que el que termina como ciclo de vida. Hagamos que las opiniones distintas a las nuestras, las decisiones de gobierno en los distintos niveles en las que no queremos creer, no se conviertan en una pesadez que debamos cargar y que nos separe de los demás a lo largo de este nuevo año. Seamos más leves; pensemos que: La ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias, y sus movimientos sean tan libres como insignificantes… (Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, p. 13). La libertad individual de ser, de creer, de pensar, no debería llevarnos a crear espacios de pesadez en los que no podamos compartir porque la libertad del otro no coincide con la nuestra, o porque los buenos o malos gobernantes de un signo con el que no nos identificamos, sean más buenos o malos que los buenos o malos con los que sí (que en todos lados hay de unos y de otros). Seamos más leves. ¡Feliz año 2019 para todos!