Crónica de casi las siete
6:42 de la mañana. Voy en mi súper Topaz modelo 93, camino de mi trabajo y para dejar a mi chamaco en su escuela, la preparatoria oficial, a donde no acuden niños pequeños, sino grandulones que entran y salen a su libre albedrío e incluso pueden atravesar la puerta sin que la figura inquisidora de un prefecto les impida suspender sus clases para regresar a casa a jugar Xbox, ir a besuquear a la novia o irse de pinta a Guanajuato.
Todo transcurre dentro de la normalidad. El recorrido en horas no pico es de 8 minutos, así que salir al 20 para la hora parece razonable y sobrado. Todo parece normal, ya sabe usted, la carota del hijo que se niega a despertar, las respuestas gruñido.
–¿Ya te inscribiste en el servicio social?
–Grrr, respuesta del hijo que requiere un alto nivel de traducción.
–No olvides pedir tu carga académica; ya deben tenerla.
–Grrr, otra respuesta digna de un estudiante del nivel medio superior.
La intensa e intelectual charla se ve interrumpida por la primera mentada de madre; apenas son las 6:48 am, pero la chofer de este Topaz decidió no robarse el alto, siempre me recuerdan a mi madre en este punto, pero prefiero un insulto a chocar.
Continuamos en un rebuscado camino, donde a mi juicio se puede avanzar sin tanto problema. Bueno, a excepción de dos glorietas donde aplica la ley del más osado en el acelerador, y no la preferencia para quien está ya dentro de la glorieta. En estos puntos hay que sumar otros insultos y adjetivos por demás folkclóricos; el que más me gusta es cuando me llaman mujer, o vieja, que para muchos es sinónimo, aunque está demostrado que las viejas, damas, mujeres, tenemos menos accidentes en auto. Seguramente será porque somos tan torpes.
6:50. Estoy a la vuelta de la prepa. Sólo una vuelta continua nos separa del templo del saber respaldado por la colmena universitaria, pero aquí empieza la fiesta; los chicos caminan sin detenerse, por lo menos los canes te voltean a ver, fijan sus ojos en los tuyos como diciendo ¿te atreverías?, pero los jóvenes preparatorianos confían en que soy su guardián y que estoy al pendiente de cada uno de ellos. Sorteo a todos, pero inmediatamente después de la vuelta, sí, claro, la vuelta en la que parece que nadie sabe lo que son las direccionales, me encuentro con la mejor de las joyitas: el tráfico se convierte en cámara lenta, se debe avanzar en una velocidad surrealista, hay que esperar que cada padre deje a su pequeño crío exactamente en la puerta de la escuela, ¡ni pensar que lo haga 50 metros antes!, un chico de 15 a 17 años no está facultado para caminar una cuadra en línea recta, también hay que darle el beso, los 20 pesos para el lonche y en ese preciso momento recordarle que hoy, jueves, se come en casa de los abuelitos, para después darle la bendición y ver cómo desaparece detrás de la puerta. Después de observar a nuestra obra maestra caminar, para inmediatamente después sin direccionales tomar el carril izquierdo si lo requiero o presionar al que va a adelante, que ya es tardísimo y hay que llevar al otro querubín a la secundaria o entrar a trabajar. Aclaro, no todos son esos neuróticos. Están los calmados, que 150 metros después se paran sobre el transitado carril a comprar sus tamales, el jugo o el periódico.
6:55. Si los astros me han favorecido, me encuentro en la puerta 1 de mi trabajo, detrás de una fila de 10 autos, con la pluma de acceso abajo y la puerta cerrada. ¡Ufff tengo que salir más temprano mañana. Por lo pronto entro a mi servicio con mi lonche, el beso y gruñidos de mi chamaco y ya unas tres denostaciones hacia mi persona. Lo bueno es que somos todos tan lindas y educadas personas.
¡Qué disfruten su jueves!