domingo. 08.12.2024
El Tiempo

El Evangelio Según • La puerta • Víctor Hugo Pérez Nieto

“Me dijo la húngara que voy a morir antes de cumplir 50 años…”
El Evangelio Según • La puerta • Víctor Hugo Pérez Nieto

“Me dijo la húngara que voy a morir antes de cumplir 50 años. Mi línea de la vida se corta pasados los 40”. Vivíamos juntos en la universidad. Yo la reprendí por gastar dinero en supersticiones, al salir de la carpa con la bola de cristal, en la antigua feria de Morelia.

Ella fue la eterna ex novia, a la que todas odiaban, porque de un modo o de otro se enteraban que había sido el amor de mi vida en una época en la que divagaba perdido entre las carreras de medicina, música y filosofía. Ya sé, nada afines una de las otras, pero ese era yo hace 27 años, cuando nos conocimos. Luego la historia se difumina: nos perdimos ambos y cada uno agarró su rumbo, sin sospechar que nos encontraríamos nuevamente por casualidad en la ciudad de México, años después. Para entonces yo ya llevaba un matrimonio fallido. Ella todavía no se casaba, pero en eso andaba, “muy ilusionada”, me dijo.

Pensé que ya la había superado, pero no. Al día siguiente que nos vimos, del puro dolor, me puse una guarapeta mortal con mi mejor amigo, quién tenía un tsurito blanco que despedazó en un poste frente al Centro Médico Nacional, donde ella hacía la residencia. Andaba tan borracho que no recuerdo qué hacíamos por ese rumbo, pero lo más seguro es que él me llevaba a buscarla. Nunca llegamos. De ahí nos llevaron a la cárcel preventiva, donde nos curamos la resaca al día siguiente con agua sucia de una tarja, ya que como le menté la madre al juez, ni de desayunar nos dieron.

A partir de entonces, me propuse olvidarla por segunda vez. No era para menos: mi mejor amigo casi se mata por mi culpa, perdió su auto, quedamos fichados en la delegación, por poco nos corren del Hospital Juárez donde hacíamos la especialidad de ortopedia, y para colmo, le tuve que pagar a mi compa unas prótesis dentales porque dejó en el volante toda la dentadura superior (la verdad es que también me hice novio de su ortodontista, que era un monumento a la belleza, y con tal de no perder contacto, le apoquiné para sus puentes).

Y sí, un clavo saca a otro. Además ¿Quién era yo para impedir que ella se casará? Al contrario, si había encontrado la felicidad (al menos eso creía), no sería por mi causa su fracaso, así que traté de olvidarme del asunto y mantuve la serenidad y la distancia.
Eso me dio buen resultado: por fin topé al verdadero amor de mi vida, mi medio limón. Desde hace 12 años que me casé no conozco lo que es una discusión marital. No sé si porque me hice viejo, pero ya a todo digo que sí. Eso me trajo la estabilidad que sólo estuvo a punto de arrebatarme la pandemia.

Cuando mis papás fallecieron, ella me volvió a contactar. Ahí supe que lo que supuse, lo supuse mal. No ahondaré mucho, pero ella no era feliz y nada podía hacer. La noté deprimida, sin embargo, también yo estaba en duelo por la pérdida de mis viejos. 

El último golpe me lo dio hace 2 meses, cuando “aparentemente” se suicidó.

Las circunstancias, más que confusas, son sombrías y ahondar en ellas me duele, igual que la última vez que la vi, hace casi 20 años. La verdad es que dudo, y las dudas sofocan más que las crudas certezas.
Todo escritor es un falsario de sí mismo, aún más cuando ha pasado tanto el tiempo, que se desintegran las fronteras de la fantasía con lo real. Ella continúa aquí, como los grandes amores, que se siguen recreando en el imaginario, negándose a morir.

Pero la realidad siempre supera a la ficción, y el destino que ya teníamos escrito, se cumplió de manera inefable. Quisiera que no fuera cierto; no obstante, así fue.