martes. 24.06.2025
El Tiempo

Juanga

"Ellos tienen la singularidad que no fueron fruto de la mercadotecnia que engendra ídolos de todo tipo, frankenstein´s de publicistas creados en una línea de producción biotecnológica, donde fabrican desde artistas hasta presidentes..."

Hay asuntos que me avergüenzan de mi procedencia mexicana cuando ando en el extranjero, comenzando por la clase política que nos ha hecho mundialmente notorios a través de su fama bien ganada de corrupta; los narco corridos, el tribal, pero sobre todo, lo más oprobioso contra nuestros similares latinoamericanos: la matanza de San Fernando Tamaulipas, y el trato que después de ella le siguen dando las autoridades migratorias a quienes se internan sin papeles en territorio nacional, ya que Hispanoamérica es una gran patria que comienza en Tijuana y termina en la Tierra del Fuego.

Llevo años intentando descifrar y sigo sin entender por qué les pedimos visa a nuestros hermanos; eso equivale ir a la casa de un familiar cercano y encontrar todas las puertas con llave. Somos la misma cultura, el mismo lenguaje, la misma raza mestiza, algunos con mayor carga genética europea y otros con más sangre indígena, sin olvidar nuestra tercera raíz: la africana.

Por otro lado, hay también muchas cosas que me hacen sentir orgulloso de mi mexicanidad (lo digo con la misma vanidad que abrigo al ser guanajuatense); a guisa de ejemplo, nuestra influencia en la cultura del resto de América. Hemos sido semillero de la hispanidad, la meca cultural del continente.

Aunque a muchos continúe sin gustarles este calificativo, los hispanos somos un conjunto de personas, países y comunidades asentadas en el Nuevo Mundo que compartimos el idioma español, profesamos mayormente la religión católica, nos festejamos el 12 de octubre, y tenemos como rasgos distintivos bellas mujeres, gobiernos corruptos y desigualdad social; con tendencias a un machismo que, afortunadamente, poco a poco hemos ido desechando, ya seamos jíbaros, andinos, gauchos, caribes o charros. Somos un pueblo que nació desde que Isabel la Católica le “prestó las naves” a Colón; luego Ix Chel Can se las dio a Gonzalo Guerrero, La Malinche a Cortés, Beatriz Clara a Francisco Pizarro, Inés Suárez a Pedro de Valdivia, y así sucesivamente, fuimos robusteciendo la unión de una sola raza a través del mestizaje, en un continente anteriormente dividido por etnias y tribus.

El Divo de Juárez, sin embargo, ni era charro muy charro, ni era macho muy macho; es más, ni siquiera era de Ciudad Juárez. No obstante, se convirtió en un símbolo de la hispanidad como en su tiempo también lo fueron Carlos Gardel, Pedro Infante, Cantinflas, José Alfredo Jiménez, Julio Jaramillo (confieso que hasta cuando viajé a Ecuador me enteré que él era de Cuenca, porque los ídolos de esa estatura no tienen patria, les queda pequeño un continente), y el más reciente de todos, Gabriel García Márquez, cuyos nombres son patrimonio de la hispanidad. Ellos tienen la singularidad que no fueron fruto de la mercadotecnia que engendra ídolos de todo tipo, frankenstein´s de publicistas creados en una línea de producción biotecnológica, donde fabrican desde artistas hasta presidentes. Los verdaderos titanes brillaron con luz de reflectores y sin ella, y ahora, desde el domingo 28 de agosto, se sumó otro a la lista.

Juan Grabiel –como lo conocían en el campo mexicano- fue de los pocos que se no perdieron resplandor con el veto de Televisa, en la época que no someterse a ella era un suicidio artístico. Al preguntarle la causa del desencuentro se limitó a contestar: “Televisa no me vetó, yo veté a Televisa”. Y remató: “a México se le conoce por su música, por su historia, por su arte, no se le conoce por Televisa”. Aun sin el apoyo de la mayor televisora de América Latina, fue un monstruo que siguió trascendiendo fronteras e idiomas, del gusto de todas las clases sociales y edades sin distinción, pues como dijo Carlos Monsiváis: “Un idolo es un convenio multigeneracional, la respuesta emocional a la falta de preguntas sentimentales, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría, el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma”.

Tan grande era el señor que su muerte ya ocasionó renuncias en quienes lo criticaron por su orientación sexual, y también le ha servido de pantalla distractora al gobierno; incluso a mí, que en lugar de estar haciendo un análisis puntilloso del aumento a los combustibles, o de la peor insensatez del año, como lo fue la reunión en suelo nacional de los personajes más detestados por los mexicanos: Donald Trump y Peña Nieto (quien seguramente lo invitó para iniciar con el histórico besahuevos en caso de ser elegido presidente de EU), preferí escribir acerca de este grande de la música en español.

Creo que la ocasión lo amerita, no sólo por seguir una tendencia y continuar con el tema más machacado por los medios esta semana. Y es que “El boulevard de los sueños rotos” perdió a un hijo pródigo, pero ganó otra leyenda.