viernes. 19.04.2024
El Tiempo

La epidemia del baile

“La responsabilidad de la muerte de tantos colegas recae en los tres niveles de gobierno, y además en los altos mandos dentro de la Secretaría de Salud, quienes deben promover no sólo un cambio, sino la reingeniería completa del modo como se le está tratando al médico a nivel operativo…”

La epidemia del baile

Hace una semana mientras leía el periódico, vi una noticia que me consternó: el asesinato en la ciudad de León, Guanajuato, de un amigo, el reconocido médico ortopedista Gerardo Gabriel Macías Hernández, quien además de ser escritor y académico con 20 años de trayectoria en su Alma Mater, la Universidad de Guanajuato, fue honrado con la medalla Gabino Barreda en 1985. Nada de esto lo salvó de un fin violento, en el peor país del mundo para ejercer el periodismo y la profesión médica.

Es más que obvio que un ser humano con esas cualidades y reconocimientos no puede ser vinculado con el crimen organizado, y mi zozobra aumentó aún más. Pensé en qué razones pueden llevar a alguien a comentar un crimen de esa naturaleza contra un semejante quien dedica su vida a la enseñanza, al arte y a paliar el sufrimiento. No necesariamente debe ser un médico; puede ser sacerdote, maestro, músico, psicólogo o incluso pedicurista (quien haya tenido una uña enterrada me dará la razón del porqué los incluí), y me quedé helado cuando concluí que un mal resultado en algún trabajo que realizó, pudo haber desencadenado el asesinato. Obviamente, con dificultad el pedicurista tendrá complicaciones mayores en sus clientes; no obstante, en un paciente ortopédico los resultados son impredecibles, comenzando porque el traumatólogo utiliza materiales de osteosíntesis ajenos a la anatomía, que el cuerpo puede reconocer como propios o rechazarlos como objetos extraños.

La epidemia de baile fue un caso de histeria colectiva ocurrido en Estrasburgo, a mediados de 1518. Cientos de personas comenzaron a bailar sin descanso durante días y, al cabo de aproximadamente un mes sin parar, comenzaron a sufrir invalidez en las piernas y ataques epilépticos. La mayoría (más de 500) murieron como consecuencia del agotamiento. Se desconoce a ciencia cierta el porqué de esta rara epidemia, aunque se deduce al paso de los siglos, con los adelantos en sociología y psicología, que se trató de un caso de histeria colectiva. El primero documentado de forma detallada.

Pero, ¿qué tiene que ver la muerte de tantos médicos con este raro suceso histórico plasmado en las crónicas de la época?

En estos últimos tres sexenios, debido a que existe la consigna de privatizar los servicios de salud, hubo una especie de histeria colectiva contra el gremio, orquestada desde la cúpula del gobierno. Las consecuencias han sido el asesinato de cientos de médicos a lo largo del país, y la criminalización del acto médico.

Hoy día, el doctor es el único culpable de todo. Incluso, al no someterse a los caprichos de un paciente que desea un dictamen de invalidez sin estar, como lo indica el término, “inválido”, se le puede fincar responsabilidad. El galeno de una institución de salud corre el riesgo de ser agredido y demandado por casi nada, e incluso bajo cualquier pretexto (hasta por una cesárea o una transfusión) acusado de violentar los derechos humanos de alguien, y terminar siendo víctima de una recomendación de la CNDH por personas sin conocimientos de medina.

El nuevo gobierno tendrá ahora la difícil labor de hacerle saber al usuario que el doctor, por mucha experiencia, estudios y especialidades que tenga, no es un mesías, mucho menos su enemigo, o su siervo porque “por él come”; que el trato debe ser cordial y recíproco. El lugar donde más gente se complica y muere es en un hospital, y casi siempre después de la inevitable tragedia de la muerte, hubo malos hábitos higienicodiéteticos, descuido de la familia y una falta de apego al tratamiento por parte del paciente, así como omisiones de las autoridades sanitarias.

Ya lo dije en mi artículo pasado, donde abordé el tema de las muertes maternas: los equipos de supervisión, en lugar de dedicarse a hostigar con documentos de gestión al personal de salud, con lo que no sacan a una vaca de la milpa, intentando eludir sus responsabilidades inventando inútiles ruedas de amolar que tienen al médico operativo como asno, dando vueltas en el mismo lugar, deben abocarse a la seguridad de sus propios trabajadores, no maquillando las cifras que envían a sus superiores, para alcanzar indicadores con los que no curan ni una gripe. Sin cobrar lo que ellos medran, les descubro el hilo negro: en los hospitales se requiere personal, equipo y medicamentos; con eso abaten el descontento de los usuarios y las agresiones al personal, no con su inútil presencia.

La responsabilidad de la muerte de tantos colegas recae en los tres niveles de gobierno, y además en los altos mandos dentro de la Secretaría de Salud, quienes deben promover no solo un cambio, sino la reingeniería completa del modo como se le está tratando al médico a nivel operativo. Es hora de que comiencen a asumir su responsabilidad en esta tragedia colectiva que está sufriendo el gremio. Parar la histeria que ellos mismos desataron, y dejar de echar la culpa a quienes estadísticamente sólo representan un pequeño eslabón de una cadena de omisiones e irresponsabilidades.

El nombre del doctor Gerardo Gabriel Macías Hernández se suma a los de mis también hermanos, Dr. Héctor Paul Camarena y Dr. Victor Romo Dámaso.

Y si ya de por sí somos muchos, todavía pare la abuela: lo más triste es que aunque el número de víctimas aumenta, no hay cifras oficiales de médicos, enfermeras y pasantes de servicio social violentados, como sí existen de otras profesiones como el periodismo. La razón es porque el Estado, las mismas instituciones de salud e incluso la CNDH, cargan con la responsabilidad de esta nueva epidemia del baile que desataron desde hace 2 décadas.