El mundo al revés

"Realmente, con estas actitudes de sectarismo entre homosexuales, bisexuales, hembristas y heterosexuales, temo que falte poco para que nos lapiden a todos los que nos gustan las mujeres y lo admitimos abiertamente."

El mundo al revés

Salíamos de un centro comercial cuando mi esposa quiso subir al niño en un cochecito mecánico, algo que a mi hijo de 2 años le apasiona, sin embargo esa ocasión pegó un grito de disgusto y se negó de manera terminante montar el Beatle de juguete a pesar que su madre ya le había puesto monedas. La razón: el cochecito era color rosa y no hubo fuerza humana que lo convenciera de subirse. Una joven que observaba la escena, contrariada esgrimió una cátedra de tolerancia y derechos de la niñez a escoger su identidad, que la nueva corriente de la educación estaba asentada sobre las bases de la “ideología de género”, por lo que no se le debían meter en la cabeza al niño paradigmas machistas a tan corta edad, obligando al varón a ser hombre y a la niña a ser mujer, y ahí fue donde ella misma se echó la soga al pescuezo, ya que a mi hijo nadie le había enseñado aun las diferencias fisiológicas ni culturales entre niño, niña o quimera.

Si Sigmund Freud no se equivocó, la sexualidad nace con nosotros, se muere con nosotros y en la vida del humano es uno de los elementos claves de la personalidad que lo acompañan desde la infancia. Por esa misma razón me parece igual de absurda la oposición de ciertos sectores de la sociedad al matrimonio igualitario, como el convencimiento de la otra parte de que se le debe inhibir a un niño su identidad sexual para no incurrir en el machismo: la sexualidad es instintiva y tiene sus etapas, no es una construcción social. Realmente, con estas actitudes de sectarismo entre homosexuales, bisexuales, hembristas y heterosexuales, temo que falte poco para que nos lapiden a todos los que nos gustan las mujeres y lo admitimos abiertamente.

Aquí yo estoy convencido que la tolerancia consiste en dejar a cada quién que haga lo que le dé su regalada gana mientras no afecte a terceros, sin intentar imponer sus sofismas como verdad absoluta. Estoy de acuerdo con la diversidad, y ésta debe incluir a quien le gusta nada más el género opuesto. De ese mismo modo, el heterosexual no debe mirar la homosexualidad como algo torcido, ya que si atendemos a lo que escribí líneas arriba, cada quién lleva por naturaleza su identidad, y la naturaleza no se equivoca, sino el hombre al interpretarla.

El mundo al revés se da no porque algo esté bien o esté mal, sino al momento que una minoría comienza a convertirse en mayoría, establece una imposición ideológica e intenta cobrar viejos agravios. Pero mi opinión es como el árbol que cae en medio del bosque cuando no hay oídos para escucharlo ni ojos para verlo, aunque igual de respetable que la de quienes se manifiestan a favor de la familia y de quienes lo hacen en pro los derechos de la comunidad LGBT.

Y hablando de agravios, así nos sentimos muchos escritores cuando el jueves 13 de octubre por la mañana nos enteramos que el Premio Nobel de Literatura le fue otorgado a un músico. Al inició pareció chascarrillo, pero luego, contra todas las abrumadoras previsiones, nos dimos cuenta que era brutalmente cierto: Bob Dylan se había llevado el premio que no lograron Milán Kundera, Haruki Murakami, Don DeLillo, Ngugi wa Thiongo, Ali Ahmad Said Esber (Adonis) o de perdida Yordi Rosado. Había sabido de fallos inexplicables e ingratas omisiones como las cometidas contra Borges, Cortázar, Kafka o Proust, pero nada tan absurdo como esto. Y es que aunque soy fan de Bob Dylan, igual me gustaban Agustín Lara, José Alfredo Jiménez o Juan Gabriel, y ni por ser mexicano habría asimilado que les otorgaran un Premio Nobel. La literatura en su concepción etimológica más purista se lee, ya que proviene del latín literattor, derivado de littera (letra), y aunque los “cantares de gesta” son un subgénero de la lírica, esta sombra que deja la Academia Sueca sobre los libros va a secar muchas nopaleras, llevándose de corbata los géneros literarios clásicos.

Nadie cuestiona la poesía conceptual, ni que la primera rima fue el perene romper de las olas sobre las piedras; tampoco que al inicio los versos se cantaban hasta que un sumerio escribió la epopeya de Gilgamesh en una tabla de arcilla fresca con lo cual comenzó la tradición escrita. Algunos incluso consideran las artes marciales una especie de poesía corporal, pero aun bajo esta premisa, Bruce Lee nunca fue nominado para el Nobel de Literatura.

Pensé que ya lo había visto todo cuando el Congreso de Michoacán le otorgó la medalla Melchor Ocampo, el más alto reconocimiento al mérito artístico que da aquel estado, a un grupo de narco corridos, pero ya comprobé lo limitada que es mi capacidad de sorpresa.

En fin, el gancho al hígado para la industria literaria ya está dado, aunque lo repito: mi opinión es un árbol que cae solo en medio del bosque.

Me atrevo a augurar que todo está orquestado por el Nuevo Orden Mundial, ya que cuando un método impuesto por el sionismo y las logias está por colapsar, el propio sistema nos ofrece un poco de cambio para desviar la atención y darnos la percepción artificial de que se ha obtenido algún logro, que el mundo está evolucionando, rompiendo viejos esquemas, como parte de un engaño para mantener el status quo.

Espero que en un futuro cercano no nos lapiden a quienes aún sentimos deleite por leer, y consideramos buena música una estructura estilística de sonidos y silencios coherentes, como el arte de Bob Dylan, y no cualquier agrupación de corridos alterados. Esto, al igual que el primer caso que expuse en esta columna cuando mi hijo se negó a montar un juguete rosa, tendrá sus lecturas diferentes, varias lecturas diría yo, menos la del Nobel de literatura que, por más que lo intentemos, no podremos leer.