Pepe Grillo

“Volví a tener un encuentro más reciente con "Pepe Grillo" hace pocos meses, posterior a que toqué un tema álgido en alguna columna, que al parecer incomodó a algún tlatoani …”

 

 

 

Cuando leí la noticia de la amenaza sufrida en el baño de un centro comercial por Héctor Suárez, según parece, enviada desde misma cúpula del poder, recordé otro suceso que me aconteció cuando estudiaba en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

En ese tiempo (1994) intentaba fundar un consejo estudiantil en la facultad de medicina que defendiera los derechos de los verdaderos universitarios y no estuviera al servicio de la rectoría. Recién regresaba de Las Margaritas, Chiapas, donde asistí a la Convención Nacional Democrática, luego de la reunión con el Comité Clandestino Revolucionario Indígena que pretendía un paro estudiantil en la mayoría de las universidades públicas, a modo de apoyo al movimiento zapatista, y presionar así al gobierno para sentarse en la mesa de negociaciones.

En aquella época convulsa frecuentaba a los miembros de la casa del estudiante Che Guevara, principalmente a Dagoberto, un muchacho quien era líder estudiantil de la facultad de Filosofía y a quién conocí en Chiapas. Juntos planeábamos  la estrategia del paro.

Una tarde que lo esperaba en el Sanborns de Plaza las Américas, apostado en la barra del bar, se me acercó un pequeño hombre moreno, maduro, de cuello cebado, exacerbado por el corte de pelo a la brush, quién me saludó con sus manazas nervudas. De inmediato percibí que no era de la región. Por sus rasgos indígenas, las mejillas chapeadas por el exceso de hemoglobina, pero sobre todo, gracias a su acento "cantadito", ubiqué su procedencia en el Altiplano, cerca de la Ciudad de México. Luego de presentarse con amabilidad (dijo que era la voz de mi conciencia), comenzó a darme santo y seña de mi familia, de mis amigos, de mi novia «tú eres un muchacho de buena posición económica, con mucho futuro, no tienes porqué poner en riesgo la vida de tus seres queridos. Tu papá es amigo del director, por eso mis mandos te tienen consideración, pero otros no tendrán esas prerrogativas. Sabes de lo que hablo, así que consúltalo con la almohada y decide tu futuro y el de los tuyos, porque después de esta charla, el gobierno no tendrá contemplaciones con nadie cuando no atiendas los llamados de mi voz». Dicho esto el hombre pidió la cuenta, pagó los tragos, incluido el mío, y se despidió del mismo modo cortés con el cual se presentó, pero ese afecto artificial me aterró peor que lo que me había dicho, porque me supo más que amenaza, a condena.

Esa tarde no llegó Dagoberto y nunca más lo volvimos a ver. Dicen que el gobierno lo desapareció pero yo, quien le llegué a profesar cariño, prefiero pensar que era parte del sistema y fue él quien me puso el dedo. Lo relevante es que después de esa experiencia, yo me retiré del movimiento. No se sí fue por causa de la paranoia  que me dejó como secuela aquella charla, pero durante meses advertí que me seguían y siempre había alguien cercano, escuchando de manera descarada mis conversaciones en fiestas y reuniones.

Pasó algún tiempo y en 1998, mientras hacía el internado, volví a verme involucrado en un pequeño movimiento médico en el que los becarios tomamos el auditorio y nos declaramos en sesión permanente. Sobra decir que yo fui el líder, hasta que por la tarde sonó mi celular y de inmediato reconocí el acento chilango de "la voz de mi conciencia", quien me dijo: «Creo que ya habíamos tenido una charla a cerca de tu comportamiento». Por la noche desalojamos el auditorio y regresamos al trabajo, en aquella época cuando no había poder humano que defendiera al médico interno. Mi rebeldía estuvo a punto de hacerme perder el año, pero la voz de mi conciencia me obligó a reconsiderarlo.

La penúltima vez que me habló la conciencia y la última en acento cantadito, fue en el 2000, cuando pasé a formar parte de las juventudes blanquiazules de Guanajuato: «señor agitador, ¿usted no entiende que sobre este tablero no es más que un peón?... La pieza más sacrificable del juego».

Luego vino la alternancia y se olvidaron de mí durante 12 largos años.

Volví a tener un encuentro más reciente con "Pepe Grillo" hace pocos meses, posterior a que toqué un tema álgido en alguna columna, que al parecer incomodó a algún tlatoani, aunque esta vez su voz a través del teléfono ya era la de un joven norteño que hablaba a gritos como Pedro Infante. Creo que hasta extrañé al viejo militar chilango, quién seguramente ya se había jubilado del CISEN, liberándonos así el uno del otro, después de este largo matrimonio. Y es que debió haber sido difícil hacer entrar en razón a alguien entrenado desde pequeño para la rebeldía.

He llegado a pensar que hasta mi empleo actual es gracias a Pepe Grillo, quien intentó convencerme de no remar a contracorriente.

Por eso hoy no dudo de la veracidad en la versión y el temor que le infundieron al señor Héctor Suárez, pues salvo por el tono de la amenaza (acepto que conmigo nunca han sido violentos sino más bien persuasivos), el modus operandi lo reconocí de inmediato.

No es fácil tener que vivir escuchando la voz de la conciencia que te dicta hacer lo contrario a lo que es honesto, por tu propio bien y el de los tuyos, cuando lo que hace falta es valor para alcanzar el beneficio colectivo.