Es lo Cotidiano

María

Filiberto García

Una es la María que sueña, que aspira sin saber a ciencia cierta las cosas que desea, que salió de su Jerez para irse a la ciudad en busca de riqueza; buen vestido, perfumes caros, zapatos de marca, relojes finos y joyas costosas. Después de años de trabajar como burra, viene la desilusión al saber que los pesos no valen igual que los dólares y en la memoria retumban historias de aquellos quienes conquistaron el sueño americano. No es fácil asimilar la pobreza con tantos billetes a escasos kilómetros de distancia. Volverse millonaria con el mismo trabajo es mi sueño, sin sufrir humillaciones de los acaudalados de aquí, quienes regatean los centavos igual que las marchantas en el mercado.

Son las siete treinta de la noche, dicen que en México no es la misma hora, que allá es más tarde, hasta en el tiempo van más adelantados estos güeros. El tranvía aquí es lujoso, huele a nuevo a pesar de que ya es de noche, en este país todo huele fresco, hasta la ropa que venden en la segunda. Yo pensé que jamás compraría trapos usados, pero ya ven la necesidad.

En Estado Unidos también hay tristeza, una siente el vacío y ve en espejo el rostro deforme; sin poder reconocerme permanezco quieta, observando largamente la cara de intrusa, hasta que el tiempo me asusta y entonces de repente regreso a la rutina, a reconocer que los minutos avanzan y es necesario correr para alcanzar asiento en el camión y después en el tren.

No quiero hacerme ilusiones con el gringo que va a mi lado, pero ya van tres veces que roza con el codo mi chichi y sin pedir disculpas, tal vez para ellos es natural tocarse sin pedir permiso, con eso de que tienen la mente muy despierta, pero quizá es una señal, pues creo que ellos tienen la idea de que las mexicanas somos recatadas, dóciles y resignadas a todo. Tal vez no siente valor para decirme que le gusto, quizá ha sufrido muchas decepciones y busca una mujer fiel, porque después de soportar muchos fracasos sentimentales la belleza queda en segundo plano, una se conforma con que no le hagan trizas el corazón o que de perdis no pasen con las amantes frente a la casa.

Diantre de güero, quien lo viera tan arregladito y en busca de latinas. Su cara es insípida, desabrida, pero qué importa si me nacionaliza americana, ya no tendría que arriesgarme a cruzar el desierto, aguantando a los malditos polleros mano larga, porque la gente cree que nada más es cruzar la línea y ya, que nada más hay que cuidarse de la migra, pero los desdichados polleros también agarran tajada, nos meten mano, nos besan, nos… y aparte nos cobran muy caro, tal parece que nos llevan al paraíso. Pero mejor cambio de tema, las cosas malas no deben recordarse en momentos de felicidad.

De seguro los gringos son buen partido, porque decía mi antigua patrona, que tienen otra cultura, que sus madres los enseñan a lavar sus calzones desde chicos y que de vez en cuando hacen de comer, que no son celosos y de repente besan en la frente a sus mujeres. Sería lindo que una tarde lluviosa me llevara a comer a un restaurante muy bonito, de esos que tienen aroma delicado a café de grano y música suave.

Ser gringo ha de ser precioso, ir por el mundo y que te rindan culto porque traes dólares. Nosotros en cambio nos aferramos a nuestra tierra y al sentirnos humillados decimos a grito abierto que de cualquier forma su mugre ciudad llena de rascacielos es terrible y llena de egoísmo.

El gringo sonríe, imagino lo que pasa en las telenovelas, no en vano he visto durante diez años la programación vespertina del Canal de las Estrellas. De lunes a viernes es la única diversión que tengo. Qué tal que el gringo me quiere de verdad, que le cautiva la tez morena y la nariz chata que me cargo. Con los zapatos de tacones sí alcanzo la altura de su barbilla. Todas nos vemos más hermosas con ropa fina y zapatos nuevos de tacón. Diantre gringo se va mientras yo bajo dos estaciones adelante, se larga sin decirme nada, ni siquiera me regaló otra sonrisa para recordarlo de buena gana.       

Regresaré a casa y mañana tal vez vuelva a imaginar que un asiático me pide matrimonio y me llena de joyas, dicen que los asiáticos son buenas gentes, que demuestran cariño al igual que los árabes, regalando joyas de oro y no con los malditos celos enfermizos. Yo tuve novios que me golpeaban los muy infelices, según ellos porque deseaban que nadie me faltara al respeto.

Qué difícil es enamorarse en medio de este lugar con tantos requisitos, reglas que jamás llegamos a conocer por completo. Me resignaré a continuar la vida yendo a trabajar a ese departamento sofocante, cuidando a esos niños que son lo más parecido al diablo, ayer gritaron toda la tarde y el dolorón de cabeza me duró hasta hoy por la mañana que tomé dos aspirinas con jugo. Después me acusaron con sus padres; decían que los golpeaba, qué infelices críos, si nada más les di un pellizquito hace cuatro días. La patrona amenazó con demandarme si resultaba cierta la acusación, por eso hoy me porté mejor que nunca, tuve paciencia para esos niños malcriados. He visto que muchas veces los ricos colocan cámaras en las casas para descubrir cuando las niñeras cometemos errores, si también aprendo mañas de los noticieros.

Es tiempo de bajar del tren, de encaminarme por estas calles repletas de extraños, de publicidad luminosa, es tiempo de llegar a la soledad del cuarto donde vivo. Sólo Dios sabe las ganas que tengo de regresar a Jerez, de observar a personas conocidas y preguntar ¿Cómo amaneció vecina?, sólo para platicar, para matar el tiempo y dejar que la vida transite sin la preocupación de los relojes.

Dicen que el abuelo Arcadio murió hace tres meses, así que visitaré su tumba el primer día que llegue, compraré coronas con flores muy frescas, nada que ver con las coronas hechas de plástico, pienso que los difuntos al levantarse por las noches respiran el aroma de sus ofrendas y sienten mucha decepción con los adornos plastificados. Yo creo que les llevamos flores a los difuntos para que las huelan, disfruten el aroma y no para que les duren el año completito. A ellos no les gusta lo artificial.

Por ahora me resignaré e intentaré sobrevivir el día de mañana en esta ciudad, mientras aparece mi príncipe azul; dicen que sí existe, que llega igual que la brisa, de forma inesperada, llega e invade nuestro alrededor. No sé qué traje vestirá, ni el color de su piel, ni mucho menos si olerá bien o será tan pobre como yo. Esperaré con paciencia, deseosa de recibir el beso maravilloso que por fin convierta a esta María en Mary.