viernes. 19.04.2024
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Rius después de Rius

Jesús Nieto Rueda

Rius después de Rius

Entre los libros que tomé de la biblioteca familiar cuando me fui a estudiar Sociología a la Ciudad de México estaban algunos clásicos de teoría que llegaban a manos de mi padre mediante un amigo librero de la capital, que a su vez se los enviaba a su hermano que tenía una librería en el centro de Salamanca. Podría decir que le tengo cariño a almanaques de historia de mi abuelo, primeras ediciones del Fondo de Cultura Económica, clásicos del pensamiento social, y todo sería cierto. El Marx para principiantes, sin embargo, siempre tuvo un lugar especial. Es, de hecho, el que más recuerdo haber prestado (a los amigos que sí devuelven los libros), quizás porque eso reafirmaba una y otra vez, desde la mirada de otros, que el texto tenía un valor especial. Se trata en parte del valor del humor, quizás, esa perspectiva que permite distanciarse de los objetos y tomárselos sin la solemnidad de la que a menudo se reviste a los autores canónicos. Pero hay algo más.

En la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales uno podía presumir de haber leído La ética protestante y el espíritu del capitalismo, o de “entender” a Parsons; quizás también era válido decir que se había llegado a la Sociología por un texto de Charles Wright Mills. Nada que objetar ante esos grandes del pensamiento sociológico. Sin embargo, al momento de escribir los trabajos era muy fácil perderse en vericuetos retóricos en un afán de elevación abstracta cuyo resultado en el mejor de los casos era una nota del profesor en turno, del tipo: “¿qué quisiste decir?” o “revisa la redacción de este párrafo”. Frente a esto, la nitidez del lenguaje de Rius, cotidiano, conversacional, y sí, por supuesto, los monitos con sus respectivos diálogos, ayudaban muchas veces a comprender, de manera diáfana, conceptos a menudo complejos. El mentado libro es un trabajo tan importante en la divulgación que desencadenó la creación de una colección gracias a la cual tenemos ahora Freud, Jung, Camus, Beauvoir, Barthes, Foucault, Borges y tantos otros para principiantes, que se publican en inglés por editoriales extranjeras y ahora son traducidos al español. Debo admitir que he aprendido mucho de varios de esos libros, tanto de la colección Introducing como de la propuesta For Beginners.

En esta época de especialistas y de exposición extrema a la información, la cultura general es un bien escaso. De las universidades egresan doctores y maestros para un mundo que valora al experto, aunque muchas veces éste no sepa comunicar sus hallazgos a un público promedio. Se escriben tesis que rara vez lee alguien más, aparte del sínodo, y se publican cientos de artículos académicos que implican mucho esfuerzo y a menudo son olvidados. Y, sin embargo, el mundo gira, la vida ocurre y la cultura se expande. Sí, somos un país en el que se lee muy poco; sí, somos un país con problemas serios de educación. Y justamente por eso creo que hay que reivindicar el trabajo de la divulgación, ese arte tan difícil de hacer ver las cosas de manera sencilla. Eduardo del Río fue un maestro de ese extraño oficio. Personalmente, admito que le debo mucho a los libros “con monitos”, que siguen sometidos a todo tipo de prejuicios. Si nunca has leído a Lacan, puedes desde luego irte directo a sus seminarios y darte de topes hasta que consigas sacar algo en claro; lo mismo aplica con tantos otros grandes autores citados por muchos y leídos por pocos. El tipo de divulgación que hacía Rius no es la de un prologuista que habla desde el lugar del iniciado, sino el de ese hombre que se enorgullecía de ser autodidacta y que construyó una cultura general muy sólida gracias a su enorme curiosidad y a un afán de conocer el pensamiento humano, a la par que convivía con gente común, de la cual no se quería apartar sino incluirla en su visión del mundo. Porque no se trata de una mera glosa del pensamiento ajeno: uno sabe que está leyendo a Rius.

Platicando con mi amigo, el editor César Gutiérrez, me comentaba hace un par de días de la ocasión en que tuvo oportunidad de intercambiar algunas palabras con Eduardo del Río. El escritor fue claro desde el principio: “no me llames así, yo no soy maestro”. Se alejaba de los elogios y prefirió hablar del proyecto que llevaba en ese momento, literalmente, en las manos, una maqueta en papel cascarón, el original mecánico para su futura edición. Rius, decíamos, tenía un afán enciclopedista. No era propiamente un monero que retrata con ingenio la realidad del día a día, sino que dibujaba y escribía para diseminar ideas que perduraran. Todo esto desde un lenguaje gracioso y una inteligencia chispeante. Creo que leer a Rius es eso, como platicar con una persona inteligente a la que se le ocurren ideas sensatas y simpáticas. Ese era su talento. Rius es un ensayista, me decía César. En efecto, no es un experto haciendo un tratado sobre tal o cual tema, sino un librepensador que ha ido pepenando lecturas aquí y allá, las ha asimilado y luego nos ofrece a sus lectores una interpretación que procura siempre estar a disposición del que es neófito en el tema. Su perspectiva se impone, uno puede o no estar de acuerdo. Al final se tiene la impresión de que nunca dejas de ser un principiante, porque en realidad hay mucho más por descubrir.

Como profesor de preparatoria y universidad me he enfrentado muchas veces a esa dificultad de entablar un diálogo con jóvenes a quienes es posible estimular para descubrir la pasión por la historia o la literatura. Uno sabe que puede lograrse, pero no es tarea sencilla. La didáctica sigue siendo un área muy amplia por explorar para todos los que vamos egresando de los posgrados y a menudo creemos saberlo todo, excepto cómo convencer al otro. Ojalá aprendamos pronto el difícil oficio de la divulgación.  

Tanto en mis estudios de Sociología como en mis exploraciones en los Estudios Culturales durante el posgrado, Rius y su espíritu ilustrado me han acompañado en la memoria. Muchos años después, frente al sínodo evaluador, había de recordar aquella tarde remota en que mi padre me dio a leer a Rius. Buen viaje, don Eduardo, adonde quiera que usted se dirija.

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Jesus Nieto Rueda
es originario de Salamanca, Guanajuato. Estudió sociología en la UNAM, el diplomado en Creación Literaria en la SOGEM y es doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, por la Universidad Autónoma de Barcelona. Se dedica a la docencia, la investigación y la escritura.

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