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Tom Petty: Rock para romper corazones

Fernando Cuevas

Tom Petty: Rock para romper corazones

Con él aprendimos a volar sin alas rumbo al cielo abierto y nos acompañó en nuestras caídas libres provocadas por escuchar al corazón, aguantando la ruptura sin echarnos para atrás. Eso nunca. En su música cabíamos todos: desde los perdedores que se levantan para volver a fracasar, hasta quienes se la pasan habitando en un mundo romántico lleno de flores silvestres escondidas en la prolongada oscuridad, que nunca termina por asentarse en alguna realidad ligeramente palpable.

El rock guitarrero de aliento sureño se despliega a través de memorables ganchos pop con influjos new wave, bañados en un rock’n’roll de constante actualidad y energía cargada a la mano, ajeno a pretensiones más allá de entregar brillantes canciones de rock clásico, ya de propiedad colectiva y parte del crecimiento vital de quienes andábamos deambulando por ahí sin mayor oficio ni beneficio pero eso sí, con las ganas de trascender a punto de turrón tratando de cumplir con duras promesas.

Ya desde su etapa de bachiller, el oriundo de Florida mostró sus cualidades para el juego de cuerdas y la composición; encontró en una banda conocida como Mudcrutch, su primera y última curiosamente, el ecosistema necesario para iniciar su trayectoria: se hizo cargo del bajo y conoció a colegas clave como el guitarrista Mike Campbell y el tecladista Benmont Tench, escuderos de múltiples gestas y que reencarnaron en The Heartbreakers, la legendaria banda de apoyo que se nutrió con la aportación del bajista Ron Blair y del baterista Stan Lynch, que también le hace a la cantada.

Con la influencia palpable de The Byrds, Buffalo Springfield, The Allman Brothers Band y The Rolling Stones en la construcción musical, así como la de Bob Dylan en el núcleo de la propuesta, Tom Petty debutó en el campo discográfico con el sorprendente homónimo Tom Petty & The Heartbreakers (1976), contrastando con la naciente escalada punk. La costumbrista American Girl comandaba la propuesta tanto sonora como descriptiva de una sociedad en pleno proceso de transformación, reflejada también en Breakdown con una banda que suena prematuramente integrada.

La segunda apuesta fue You´re Gonna Get It! (1978), con canciones memorables como I Need To Know, Hurt y Listen to Your Heart, alcanzando hasta ese momento mayor reconocimiento en Inglaterra que en la propia tierra, cual típico profeta. El rompimiento definitivo llegó con la obra maestra Damn the Torpedoes (1979), saturada con canciones en estado de gracia con Refugge como estandarte, seguida por diversos cortes que ilusionaban a los perdedores con el esperanzador mensaje de que tarde o temprano llegará nuestra chica para remediarlo todo; la estructura sonora se afina y las melodías se vuelven tan cercanas como el fin de una época, gracias también a la punzante producción de Jimmy Iovine.

El impulso y la confianza ganada impregnó a Hard Promises (1981), digno continuista de su predecesor y en el que se mantienen las premisas intactas, como se aprecia en la abridora The Waiting. En los años subsiguientes aparecieron el episódico Long After Dark (1982) y Southern Accents (1985), por medio del cual amplió su radar con el apoyo de la naciente MTV, en donde salió a cuadro como el sombrerero loco en Don’t Come Around Here No More: un disco con aroma a paja que trascendía el localismo aparente. Porque sabemos que el corazón es un pozo no de los deseos reprimidos, sino de los que nunca se cumplen pero siempre se anhelan, acompañaron a la bruja blanca Stevie Nicks en la significativa Stop Draggin’ My Heart Around.

El cielo hipnótico nos espera con las nubes abiertas

Imposible resistirse a la influencia de Bob Dylan, sobre todo si trabajas con él: ahí está el reflejo de esta experiencia sellada en Let Me Up (I’ve Had Enough) (1987), en donde Petty y los suyos daban muestras de retomar el nivel de finales de los setenta y principios de los ochenta. En estos años formó The Travelling Wilburys, el súper grupo más renombrado de la historia del rock, que entregó un par de discos (Vol. 1, 1988; Vol. 3, 1990: ¿habrá un volumen dos escondido?), donde participaron íconos absolutos como el propio Dylan, George Harrison, Roy Orbison y Jeff Lyne, vuelto su productor para el fantástico Full Moon Fever (1989), una especie de debut solista que nos puso en disfrutable caída libre para perseguir los sueños sin dar un paso atrás. Ya ni modo, dirían los cínicos.

Los noventa empezaron con los reflectores encima gracias al mediático Into the Great Wide Open (1991), lección de aprendizaje incluida para levantar el vuelo más allá de los límites autoimpuestos, y con el obligado Greatest Hits (1993), con Mary Jane’s Last Dance como carnada para la compra de los  coleccionistas. Una vez más prescindiendo de su banda de soporte, se aventuró en una segunda incursión individual para entregar el estupendo e introspectivo Wildflowers (1994), con todo y las orquestaciones de Michael Kamen bajo la producción de Rick Rubin, de moda por aquellos años, compartiendo la dificultad para entender lo que se siente cuando no lo has vivido, sobre todo si alguna vez te ceñiste la corona. Mi favorito.

De regreso con los responsables de tanto ritmo cardiaco suspendido, Tom Petty entró al mundo del celuloide en She’s the One (1996), cuyo score integraba algunas canciones de colegas como Beck y Lucinda Williams. Para cerrar el milenio apareció Echo (1999), obra menos conocida pero tan consistente como las mejores, en la que se refleja su divorcio tras 20 años de matrimonio y un tránsito entre el rock humeante y cierta tristeza. En tono crítico hacia la industria, apareció Last DJ (2002), que tuvo más repercusión en las ventas que en las apreciaciones del público, más recordado por su discurso contestatario que por su apuesta sonora.

Otra vez bajo la batuta de Lyne y con el apoyo de Campbell, grabó el efectivo Highway Companion (2006), su tercer álbum “solista” con Saving Grace y Flirting With Me como canciones representativas, y demostrando que solo o bien acompañado podía regalarnos discos no de una sola pieza, sino de varios cortes, versátil y fluidamente engarzados a partir de una madurez que lejos de advertir estancamiento, denotaba oficio y creatividad.

Volvió con los rompecorazones, un poco más entrados en años pero todavía en plan de hacer ruido, vía un par de sólidos y energéticos álbumes que demostraban que a veces puede tener más fuerza la experiencia que el músculo juvenil: Mojo (2010) representó un sólido regreso e Hypnotic Eye (2014), toda una confirmación de que lo que bien se aprende no se olvida, sobre todo cuando se cuenta con habilidades para cautivar sicológicamente a la audiencia. También regresó cual viaje a la semilla con su banda primigenia para grabar el homónimo Mudcrutch (2008) y 2 (2016), junto con los compañeros de siempre, Tench y Campbell, además de los veteranos Tom Leadon y Randall Marsh.

Un valioso documento para adentrarse en la vida de Tom Petty es Runnin’ Down a Dream (2007), dirigido por Peter Bogdanovich, en el que durante cuatro horas nos lleva por la vida y obra del líder de los rompecorazones, retomando una presentación en vivo, imágenes y declaraciones en pietaje, la importancia de Mudcrutch y su intervención en The Travelling Wilburys. Cabezas parlantes como  George Harrison, Eddie Vedder, Stevie Nicks, Dave Grohl, Jimmy Iovane, Jeff Lynne, Rick Rubin, Johnny Depp, Jackson Browne y varios familiares, entre otros, brindan una buena perspectiva de la importancia de este hombre para la cultura del rock. Al final, también ha estado en las microhistorias de quienes lo incorporamos como parte de nuestras discretas transformaciones.

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