martes. 23.04.2024
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CUENTO

Otoño en el Imperio

Emmanuel Meza

Otoño en el imperio
Otoño en el imperio
Otoño en el Imperio

 

 

El dragón había sido engañado. Ya ni siquiera era viejo, era perpetuo, como una montaña, como el tiempo. Ahora era inmortal, pues sólo podía morir a manos de un amigo. Su raza, perseguida por el hombre, había sido extinta hacía muchos inviernos, y lo único que tenía ahora eran enemigos.

«Serás invencible en combate» le dijo el Destino; así comenzó todo. Los suyos eran cazados y el dragón, cansado y desesperado, escuchó esas palabras con ambivalencia, pues sabía que el visitante sólo quería divertirse. Hubo una pausa larga «... tu muerte la tendrás que pedir, pues sólo un amigo podrá dártela» agregó el Destino. El dragón aceptó el trato aquella noche y defendió a los suyos por mucho, mucho tiempo.

No obstante, el tiempo le dio la espalda y lo fue dejando solo. Uno a uno, el dragón vio cómo todos a quienes quería iban muriendo, hasta que un día amaneció

como el último dragón vivo de toda China.

Trescejas, el mejor guerrero del emperador, tenía la encomienda de matar al dragón y por fin había dado con su guarida: Una cueva en una montaña rodeada de un denso bosque en las tierras más lejanas del imperio. Trescejas acampó esa noche en el bosque y en sus sueños apareció una anciana encorvada, que le dijo que sólo saldría vivo de aquella cueva si se hacía amigo del dragón. El guerrero se despertó muy intrigado, encendió su pipa y rodeado por los sonidos nocturnos del bosque pensó en ese albur por el resto de la noche a la luz de su fogata.

Muy temprano en la mañana, con el sol todavía oculto y cubierto todo de neblina, el guerrero comenzó su ascenso en la montaña. Trescegas llegó a la boca de la cueva junto con el atardecer. Ya dentro, sudoroso y agotado, antorcha en mano, espada en la otra, el guerrero camino cauteloso entre colores cálidos y paredes frías en busca del monstruo. Entonces, súbitamente, la oscuridad habló:

— “Escucha mi consejo y vete lejos, soldado. Esta será tu última oportunidad de salir vivo de aquí, pues ningún enemigo puede conmigo”.

—Y si te dijera, dragón... replicó Trescejas al tiempo que arrojaba su espada al suelo ‒ que no soy tu enemigo.

La bestia quedó sorprendida y las penumbras enmudecidas, y el miedo le susurró a ambos en el oído. El sol se ponía y Trescejas dejó la cueva prometiendo que volvería en tres días, quizás, por una charla, y así como trajo el atardecer a la cueva se lo llevó, y la luna llena guió su descenso.

Trescejas grabaría en su espada, años más tarde, la

leyenda “Olvidado por la muerte”, en honor a su fallecido amigo.





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Emmanuel Meza. Escritor e ilustrador leonés.

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