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Adolescencias presentes y tardías: crecimiento sentimental

Fernando Cuevas de la Garza

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All the Bright Places, EU, 2020
Adolescencias presentes y tardías: crecimiento sentimental

Amistades y romances juveniles con el centro escolar como contexto básico de socialización, además de los entornos familiares diversos de clase media en Canadá y EU, entre presencias y ausencias de los padres. Entre el drama y la comedia, o la integración de ambas, confluyen algunas películas que posan su mirada, con más o menos profundidad y eficacia a la hora de crear personajes y situaciones, en algunas vivencias de adolescentes que buscan entender qué sucede con sus corazoncitos, pasando por las expectativas, deseos, las exigencias del entorno y sus orientaciones sexuales. Propuestas visuales que coinciden en aprovechar los picados para capturar los ámbitos en los que se desenvuelven estas personas en proceso, más allá de la edad.

Días en los que se salía al aire libre sin temor a enfermarse y, en consecuencia, se asistía a un lugar conocido como escuela, llenas de escaleras, transitados pasillos con lockers y cafeterías de utilería, en donde se convivía cercanamente entre saludos elaborados, empujones de cariño o intimidación y abrazos desafiantes; un sitio en el que se creaban o deshacían vínculos afectivos, surgían las decepciones a la par de las esperanzas reconciliadoras, afloraban los temores entre los momentos de franca diversión y, si quedaba tiempo, se participaba en unas reuniones llamadas clases en las que se ponían bancas juntas para que los alumnos las ocuparan y, en el mejor de los casos, opinaran, escucharan, aplicaran y aprendieran juntos algunos temas del currículo oficial.

Orientaciones por definir

Dirigida y escrita con conocimiento de causa por Keith Behrman (Flower & Garnet, 2002), Pequeños gigantes (Giant Little Ones, Canadá, 2018) plantea la relación de dos amigos desde la infancia, ahora adolescentes preparatorianos integrantes del equipo de natación, que conviven y se divierten juntos entre complicidades y  aventurillas juveniles, hasta que en una noche de copas tienen un acercamiento homosexual que los hará replantearse tanto su propia amistad como su orientación sexual y afectiva con quienes los rodean, dentro de un contexto que pareciera ya haber superado la discriminación pero en el que se mantienen prejuicios soterrados, saltando en los momentos críticos.

Con acertado trazo de los personajes protagónicos (Josh Wiggins y Darren Mann), así como de las personas que los rodean como sus padres, también en proceso de reencuentro consigo mismos; sus respectivas hermanas a la expectativa; los compañeros escolares contribuyendo a la creación de estereotipos y las novias o pretendientes, la historia se decanta hacia la exploración de cómo se van construyendo las identidades no solo sexuales, sino en general, justo cuando la vida presenta cambios radicales en aras del reconocimiento de un mundo que no es como usualmente se imagina, aunque se viva en un apacible suburbio arbolado de Ontario o se suponga tener todo controlado, cual gigantes que poco a poco se reflejan como unos pequeñines con mucho que aprender.

Los paseos en bicicleta, las fiestas interrumpidas, la vida escolar con sus rivalidades y crueldades, los avisos con pistola de fuegos artificiales, los conflictos propios de las relaciones y la posibilidad de respetar (en el sentido de volver a mirar) al padre que se fue, al amigo de toda la vida o a la antigua novia que se extravió, pueden ir confluyendo en el camino por el cual se transita, perseguido por una cámara que funciona como dinámico testigo de las transformaciones de los jóvenes, acompañadas de un conjunto de canciones que suenan, en efecto, como el soundtrack de sus respectivos momentos: nada está escrito sobre piedra y la búsqueda continúa, como bien lo encarnan los padres de uno de ellos (Kyle MacLachlan, saliendo de Twin Peaks y Maria Bello, prendiendo la luz).

Por su parte, la californiana Alice Wu (Saving Face, 2004), retoma el conocido planteamiento de las historias románticas en las que hay un tercero que es quien escribe las cartas para ofrecer Si supieras (The Half of It, EU, 2020), relato que establece un improbable pero bien desarrollado triángulo amoroso entre una joven huraña e inteligente de origen chino (Leah Lewis) que aprovecha su talento para vender tareas a los compañeros; un joven leal y trabajador de no demasiadas luces (Daniel Diemer) y la niña bonita de la escuela (Alexxis Lemire), saliendo del cliché de la frivolidad y bobería (reconoce las frases de Las alas del deseo de Wenders), aunque anda con un novio que resulta todo un estereotipo andando (Wolfgang Novogratz).

Cuando la listilla acepta la petición del joven para escribirle una carta dirigida a la chica de sus sueños, las relaciones entre los tres empezarán a revolverse, sobre todo cuando se presentan ciertas coincidencias e intereses mutuos: al no tener experiencia en el tema amoroso, habrá que retomar algunas frases de clásicos del cine que ve con el padre desempleado, aunque sean descubiertas por la destinataria, o bien escuchar a la vieja maestra. Con toques de humor, prometedora introducción animada y potenciando lo suficiente el enredo generado, la cinta termina por presentar a tres jóvenes de carne y hueso, con sus limitaciones y sus áreas por descubrir, al final viajando o corriendo detrás del tren y, de paso, descubriendo emociones en alguna parte extraviadas, acaso en la otra mitad.

Lidiar con la pérdida o con el objetivo alcanzado

Con base en la novela de Jennifer Niven, Brett Haley (The Hero, 2017; Sonidos del corazón, 2018) escribe y dirige Violet y Finch (All the Bright Places, EU, 2020), drama romántico conformado por una pareja de jóvenes que cargan fuertes dolores provocados por las ausencias o agresiones de seres queridos, además de las propias dificultades para encarar la realidad actual que se les plantea: él se oculta en su capacidad para la ironía (Justice Smith) y ella se enconcha en un dolor a través del cual se enajena del mundo. La presencia de Virginia Woolf sobrevuela el relato tanto en contenido –el intercambio de citas- como el fondo, en cuanto a la tendencia a la depresión y la extrema sensibilidad.

Elle Fanning coproduce y estelariza con pertinencia a la joven que perdió a su hermana en un accidente automotriz, ahora tratando de no saltar de un puente y de recuperar, con la ayuda de un compañero distinto a los demás y también con sus heridas personales, la capacidad de admiración por esos lugares que en principio no parecen tener ningún atractivo y que simbolizan a la propia existencia con sus rutinas, cotidianidades y sorpresas: la versátil fotografía que nos lleva por caminos llenos de parajes verdes, indica la ruta a seguir para llegar detenerse en esa iglesia solitaria en la que se puede identificar el brillo escondido en un dolor inesperado, de esos con los que no se sabe lidiar durante mucho tiempo, quizá nunca.

En tanto y como lo hiciera en Carrie Pilby (2017), Susan Johnson dirige otra historia de una joven en busca de acomodo dentro de la vida, más allá de su capacidad imaginativa o sus encierros afectivos, solo expresados al interior o encontrados en páginas propias o ajenas. Con base en la novela de Jenny Han y el fluido guion de Sofía Álvarez, A todos los chicos de los que me enamoré (EU, 2018), sigue a la hermana sándwich, de madre coreana fallecida y padre local, que se dedica más a la fantasía ensoñadora que a la cruda realidad, hasta que un buen día la hermana menor reparte unas cartas de amor que le había escrito a varios prospectos, incluyendo al novio de la hermana mayor. Con algunos personajes secundarios representativos, apuntes sobre la ausencia de padre o madre, la importancia del primer amor y la presencia de las redes sociales, la historia encuentra sus mejores momentos cuando la protagonista (Lana Condor) deja que vuele la irrealidad entre las cuatro paredes de su desordenada habitación.

La primera película está disponible en Cinépolis Click (semana de cine canadiense) y las otras tres en Netflix.

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