Es lo Cotidiano

EL HOMBRO DE ORIÓN

High-Rise: detrás de las fachadas

Juan Ramón V. Mora  

High-Rise, detrás de las fachadas
High-Rise, detrás de las fachadas
High-Rise: detrás de las fachadas

En esta adaptación de la novela homónima de Ballard sigue con esmero la trama original: en un país casi idéntico al Reino Unido de los años setenta del siglo pasado (o al de hoy), el médico Robert Laing (un magistral Tom Hiddleston) se muda a un complejo de edificios ultra modernos en las afueras de Londres. Sus habitantes no tienen que dejar el edificio más que para trabajar, puesto que todas las necesidades están resueltas en distintos pisos del edificio. Lo que aparenta ser la manifestación más alta de las comodidades que ofrece la vida moderna termina propiciando el surgimiento de una irracionalidad primitiva que se apodera de los inquilinos.

La fidelidad de Ben Wheatley a Ballard lo hace aprovechar uno de los trucos más interesantes del texto literario. En el primer párrafo, en la primera escena, asistimos al asado de un anca de perro que nuestro protagonista planea cenar esa noche. Esa imagen será el faro que guíe nuestro interés.

Una inquietud cruza el aire, anaranjado por el atardecer. ¿En qué momento nos volvimos locos? El relato no ofrece respuestas a este enigma. Mi opinión es que todos somos, cuando menos, asesinos en potencia. Sólo hace falta un ligero empujón. Aunque la civilización, nuestras identidades, suelan ser imaginadas como bloques de concreto, sólo hace falta un descuido para caernos de la cuerda y descubrir que en realidad son un barniz vulnerable.

En sus clases de anatomía, Robert Laing disecciona cadáveres de enfermos mentales, demostrando cuán sencillo es retirar un rostro para revelar lo que hay debajo de todos los rostros: cráneos sanguinolentoa, cuyos ojos sin párpados nos observan, feroces.

High-Rise ofrece este desollamiento en todas las escalas. Asistimos como testigos privilegiados al reacomodo de los cimientos sobre los que construimos nuestra cultura, en una maqueta a escala. El catalizador es ofrecido, oh paradoja, por la civilización misma. ¿Habría que buscarle otro nombre?

El estilo de la película es digno de hacerse notar. Estamos ante un autor que domina los recursos de su medio y entiende con claridad el relato. Cada aspecto de High-Rise ofrece una dicha. Además, es una de esas raras ocasiones en las que la forma se corresponde con el fondo. Lo que se había presentado como una secuencia de información racional se enrarece junto a la historia. La cámara delira a la par que los personajes, y lo mismo ocurre con la forma de narrar. El descenso a la locura va acompañado por la disolución de las formas tradicionales, centrándose en la exposición episódica de diálogos e imágenes perdurables que más de una vez provocan risas incómodas. Lo que a los ojos de muchos podría parecer indulgencia, a mí me parece acentuación de los temas abordados. Indulgencia sobre la indulgencia.

Tengo una objeción hacia la toma final con voz en off de Margaret Tatcher —maldita sea su repugnante memoria. Creo que enfatiza sin necesidad el nivel más superficial. High-Rise no es sólo una lectura simbólica de la economía política. Prefiero verla como una denuncia profética a propósito de la naturaleza humana. Aunque está amparada por rostros reconocibles y de arrastre taquillero, High-Rise es un espejo en el que no todos soportarán reconocerse.




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Juan Ramón V. Mora (León, 1989) es venerador felino, escritor, editor, traductor y crítico de cine. Ganó la categoría Cuento Corto de los Premios de Literatura León 2016 y fue coordinador editorial en la edición XXII del Festival Internacional de Cine Guanajuato. Escribe sobre cine en su blog: El hombro de Orión.

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