sábado. 20.04.2024
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Tachas 460 • Will Smith da una cachetada • Óscar Luviano

Chris Rock y Will Smith en la ceremonia de los Oscar 2022
Chris Rock y Will Smith en la ceremonia de los Oscar 2022
Tachas 460 • Will Smith da una cachetada • Óscar Luviano

Comienzo esto con una declaración personal: Will Smith y Jada Pinkett no están en mi radar. El último filme de Smith que vi fue I am legend (2007), esa infame adaptación que traiciona el espíritu de la obra cumbre de Richard Matheson. A Jada vengo a conocerla ahora, que ha sido humillada frente a millones de personas por el conductor en turno de la ceremonia de entrega de los premios Oscar, Chris Rock.

A pesar de este desinterés farandulero, he encontrado fascinante el momento que, de una vez se los digo, va a condenar para siempre la carrera de este matrimonio: la bofetada en vivo de un afromericano millonario a otro afroamericano menos rico. En la era del postcine, lo que menos importa en una gala cinematográfica son las películas en competencia, sino aquello que las envuelve y luego las fagocita. Y esa agresión es un ejemplo perfecto de ello.

Jane Campion se coronó como la tercera mujer en ganar el premio a Mejor directora por su The Power of the Dog, Carmen Salinas y Felipe Cazals figuraron en el homenaje póstumo a las estrellas perdidas el año pasado, y Francis Ford Coppola consiguió el portento de reunir a Al Pacino y Robert de Niro en un mismo foro para celebrar el medio siglo de The Godfather. Todo eso está condenado a ser letra pequeña ante la Ofensa. Incluido el Oscar a Will Smith como mejor actor de reparto, nada será tan indeleble como este drama colosal sobre el honor de una dama y dos caballeros en disputa.

A mí el asunto me pareció, en un principio, otro de esos momentos que terminan por abundar en una ceremonia anquilosada y que se mueve en cada edición a la conveniencia de las tendencias políticas del momento. Un giro de la trama que, sin embargo, se ajusta a las convenciones de la ceremonia a la perfección.

Y es que, en buena medida, los Oscar, repiten la formula del banquete familiar: los invitados se reúnen alrededor de una mesa presidida por el patriarcado desbocado (el padre, un tío, un hermano, un cuñado pedo). Imbuido de una autoridad tácita, se convierte en el centro de la reunión. Es decir, quien emite ataques disfrazados de humoradas.

Estos chistes (los del abuelo o los del host de los Oscar), sin embargo, no son mera comedia: quien los escucha y quien los recibe les adjudica todo el peso de la verdad, de lo justo, de lo oportuno.

Esa mesa familiar se extendió hasta cada uno de nosotros, espectadores de los Oscar, consumidores del meme de la bofetada, tertulianos de Twitter. Y como sujetos a esa figura de autoridad (en este caso el señor Rock) nos plegamos a los mandatos del juego, de eso que algunos llaman patriarcado. Y esas reglas aplican para los humillados (Smith y Pickett), el que los humilló desde un sitio con poder (Rock), y los convidados (nosotros, el pueblo).

Lo que quiero decir es que, una vez que aceptamos la invitación a esa mesa, todas nuestras reacciones están condicionadas por una óptica machista, incluso cuando emitimos una opinión desde un sitio pretendidamente deconstruido.

La cachetada de Will Smith sirvió para revelarlo como un monstruo, para ver a Rock como el comediante primitivo que es, y (en el mejor de los casos) para reflotar esa discusión pendiente acerca de los mandatos masculinos sobre el cuerpo de las mujeres (ese mandato que indica que una mujer con el cabello al ras es una anomalía de la que hay que carcajearse).

Pero, sobre todo, este incidente movió a las masas de usuarios de las redes sociales y comentócratas a un debate que se parecía mucho a ratones andando por un laberinto en busca del queso. Opiniones sinceras, no se duda, pero con cierto aire a reciclado. Palabras que, creo, el ideario machista pone en nuestras bocas, ya sea para que nos reconozcamos como agentes suyos o para alejarnos de ese contingente patriarcal.

Hubo quien señaló que las mujeres pueden defenderse solas y que lo de Smith era innecesaria violencia (lo que equivale a decir que Jada hizo mal al no enfrentar a Rock), hubo quien señaló el sacro santo derecho a la libre expresión de los comediantes y desde las páginas de El País se reprobó el ejemplo que, a las nuevas generaciones de hombres, da el violento Smith.

Cito sólo algunas de las decenas de posturas, pero el común denominador de estas y las no mencionadas es uno de los deportes preferido de la heteronomatividad: señalar lo que otros debieron hacer.

Creo que, en general, nos hemos olvidado de las características de la humillación. Un término que se deriva del latín humiltis (humilde) y una acción que se caracteriza por su efecto brutal. Quien nos humilla nos inmoviliza desde un sitio de poder, nos resta toda autoridad. No sólo nos insulta: hace que toda reacción ante sus dichos sea incorrecta.

De no haber hecho nada, Smith sería señalado por no defender a su mujer. Si Jada hubiese abofeteado ella misma a Rock, estaríamos hablando de una vieja loca. Si ambos se hubiesen marchado de la premiación, se les juzgaría como amargados que no supieron encajar una broma.

Lo de Rock, creo, sería una buena oportunidad para charlar sobre los mecanismos del humor, y para darnos cuenta de que no hay gracia alguna en poner a dos personas (sean quienes sean) en una situación humillante frente a millones de convidados.


 

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