jueves. 18.04.2024
El Tiempo

La izquierda que soñamos

"Sueño con una izquierda que suscite confianza por la adhesión a sus principios, más que a sus líderes, y que sea capaz de renovar sus cuadros con apego a esos valores. Una izquierda que funde su poder en la confianza que suscita en el pueblo…"

La izquierda que soñamos

 

A mis amigos –tercos o persistentes– que
militan en el PRD y mantienen sus sueños originales.

Recuerdo la gran esperanza que suscitó en muchos –en mí en lo particular– la fundación del PRD. Asistíamos a la posibilidad real de concluir un proceso de unificación de todas las izquierdas fragmentadas: las que ya se habían unido en el PMS, las que estaban alojadas en otros partidos y también las izquierdas sociales, algunas incluso con las armas en la mano. No puedo recordar la fundación del PRD sin traer a la memoria a Heberto Castillo, que declinó en el 88 a favor del ingeniero Cárdenas, anteponiendo los intereses de la izquierda a sus intereses personales y los de su partido, el PMT.

Decía un amigo: “en la izquierda somos pocos pelos, pero bien peleados”. Ahora hay una izquierda con más pelos, pero “soplan vientos de fractura”, dice el ingeniero Cárdenas. La refundación del PRD no es nada más una necesidad interna, sino una exigencia de todos los que creemos que la democracia no es democracia si no es para todos; que la democracia no es sólo una manera de repartir el poder, sino la forma en que se deben repartir los recursos y las oportunidades.

Desde fuera del PRD, lo que vemos es que bajo las mismas siglas hay diferencias y enconos mayores que los que existían en 1988, y la distancia con las izquierdas no partidistas se agranda cada vez más. No se les reconoce, sin más, su liderazgo. Sin idealizar a los personajes de aquellas épocas fundacionales, podemos reconocer que fueron momentos en los que dominaron los principios ideológicos. Los caudillos fueron capaces, como en el caso de Heberto, de ordenar las pasiones personales y de grupo hacia un fin común. Volver a poner en el centro los principios es la única manera de crear una nueva izquierda.

Los partidos en general heredaron, junto con los espacios de poder, una forma de hacer política a la mexicana, corrupta, viciada, que ha contagiado el descrédito del antes partido de Estado a toda la clase política. Un descrédito ganado a pulso también por el PRD, con su clientelismo y acarreos en el DF; con su incapacidad para lidiar con la corrupción dentro de sus propias filas. Yo sueño con una izquierda que inaugure una nueva forma de hacer política en México. Una política ética, de principios. No de caudillos que confunden los ideales con sus propias personas: la revolución soy yo. Es la izquierda quien debiera tener mayor vocación para ese cambio, porque por definición es la que estaría menos interesada en mantener el status quo.

Sueño con una izquierda que suscite confianza por la adhesión a sus principios, más que a sus líderes, y que sea capaz de renovar sus cuadros con apego a esos valores. Una izquierda que funde su poder en la confianza que suscita en el pueblo; en su ejercicio honesto de gobierno; en sus acciones claras y contundentes a favor de las mayorías. Una izquierda capaz de alianzas con grupos sociales, partidos y sindicatos, pero fiel a sus principios y no a los cálculos clientelares mezquinos para construir el poder individual de sus lidercillos.

Una izquierda más de hechos que de discursos demagógicos. Una izquierda que a partir de unas pocas pero radicales ideas básicas, se permita ser innovadora; que abandone los clichés y con base en acuerdos mínimos, sea capaz de trabajar y de pensar creativamente nuevas formas de gobernar para construir un país equitativo.

Sueño con esa izquierda, democrática, no victimizada, que no se construye desde sus enemigos sino desde su propia coherencia interna. Una izquierda autocrítica, capaz de reconocer sus errores y de repensar las estrategias de cara a lo que más construye la justicia real y concreta para la gente.

La tarea no es fácil. Reconozco de verdad el esfuerzo de muchos amigos y militantes que han estado estos 25 años al pie del cañón, ordenados por ideales, metidos en el lodo hasta las rodillas, tratando de construir una opción viable de izquierda. En ocasiones han librado las batallas más duras contra sus propios compañeros que, como muchos de los partidarios de todos los signos, militan sólo para rasguñar un poco del poder y sus privilegios.

Es verdad que se deben reconocer los avances que, sobre todo en materia de derechos humanos, el PRD ha impulsado en el DF, y que han ido empujando cambios en todos los estados. No son despreciables, pero están muy lejos de llenar las expectativas que teníamos en 1988. Somos muchos los mexicanos que soñamos y esperamos esa izquierda renovada, por lo que puede todavía aportar a nuestra democracia. A los que sean capaces de llevarla a cabo les diremos, aunque suene a discurso patriotero, que la patria les quedará siempre agradecida.