martes. 23.04.2024
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Amor y odio en las redes: mucho ruido y pocas nueces

Angélica García Treviño

Amor y odio en las redes: mucho ruido y pocas nueces

No me gustan los recuentos, ni de los años ni de los daños, a menos que se trate de un ejercicio aritmético con fines estadísticos que me sea útil para algo. Así que cuando termina un año y comienzan a aparecer en los medios y en las conversaciones las relatorías de los hechos pasados en el agónico periodo, olímpicamente los ignoro.

Veo ocioso e innecesario (añado esto último porque el ocio y sus frutos a veces son muy necesarios) dar marcha atrás a la memoria y hacer reflexiones superficiales o profundas de hechos pasados. Intento vivir en el presente, en el aquí y ahora y volver atrás solo para disfrutar con los buenos recuerdos o sacar alguna lección de ellos. Esto es, no tengo madera de cronista del ayer.

El 2013 tampoco fue un año que dé mucho para la reflexión profunda y menos para esclarecer algo de las emociones propias, ajenas o colectivas: pasó demasiado rápido, más que otros años, lo que me demuestra que cada día estoy más cerca de la vejez y que aunque suene muy prosaico, tenía razón aquel que sabiamente me hizo notar que la ancianidad tiene algo que ver con un rollo de papel del baño: mientras más rápido se acerca a su fin, más velozmente se agota.

Todo este preámbulo para declarar que de amores y odios, propios, o ajenos, refiriéndome a ellos desde la perspectiva de un año transcurrido, el 2013, no tengo mucho que decir. En los 365 días que fui tachando en el calendario de mi cocina (otra vieja manía pre-cibernética) amé tanto como mi capacidad me permitió y odié poco, sólo por momentos, a algunos individuos (duas) que se me cruzaron por el camino. Los seres amados están en mi corazón, los odiados, en el cajón del olvido.

De amores y odios ajenos no me atrevo a hablar, porque si mi cabeza ignora a veces lo que pasa en mi corazón, de plano no sabe nada y menos aún entiende lo que se agita en otros pechos. Y sí, soy de las que creo que en el corazón residen los sentimientos, aunque los cardiólogos opinen distinto.

Otro caso es el de los amores y odios colectivos, los que comparten grupos de seres humanos definidos por el tema que quieran: nacionalidad, religión, profesión, filiación política, condición de género, de edad o de pasión deportiva. Ahí sí me animo a divagar y hacer conclusiones que al final de seguro no servirán de estadística ni de base científica para ningún estudio social o psicológico o de nada, pero que al menos a mí me dimensionarán en perspectiva el pulso emotivo de la sociedad actual.

Así las cosas, en el 2013 y ya “desde enantes”, me viene asombrando el uso excesivo e indiscriminado que suele dársele a los términos amar y odiar. Todo mundo se anima a declarar en público (si es en las redes, mejor) sus filias y sus fobias y lo hacen con un impudor increíble.

De las redes, el twitter va con temas dizque más profundos. Ahí son “trending topics” frecuentes los ardientes mensajes de apoyo o franco repudio a líderes que despiertan amor y odio en grados variables según su presencia en los medios. En un día de mediana actividad, el pajarito de los twitts nos muestra desde apasionadas e irreflexivas defensas a lo indefendible (el despojo de los bienes de la nación con la reforma energética, por ejemplo) hasta mentadas de madre y consignas de odio, lo mismo de Tirios que de Troyanos.

La cuestión es que a estas expresiones de amor y odio, como nueva forma de identificación, yo no les creo nada. Me parecen de lo más intrascendentes.

Como ejemplo de recursos mediáticos que no llevan a nada que no sea la autopromoción, encuentro el perfil oficial de Enrique Peña Nieto en Twitter.

Está ahí, de cuando en cuando algún empleado (que no él mismo, es seguro) publica un mensaje para informar de un hecho o evento puntual, pero jamás se usan los 140 caracteres para dar respuesta a los miles de mensajes que lo marcan como involucrado o destinatario con el “@EPN”. Halagos, preguntas, cuestionamientos, dudas, denuncias, insultos, quejas, y muchos mensajes de apoyo incondicional (amor) u odio visceral se topan con la pared de la no respuesta que instrumenta sin gracia el grupo asesor de comunicación (¿?) del copetón. A ese sí que lo que sientan o piensen los mexicanos le hace lo que el viento a Juárez… ni cosquillas.

El colmo es que la propia Presidencia de la República sostiene en su sitio web que la presencia de Peña Nieto en las redes tiene como objetivo el de crear un lazo interpersonal y facilitar la comunicación entre gobernantes y gobernados, se entiende. No obstante, al analizar los contenidos del perfil es obvio que para ellos, la comunicación tiene un solo sentido: decir lo que se quiere y escuchar lo que convenga.

Tenemos así que al final tanto amor y tanto odio expresado tan ligeramente no construye nada, no sirve sino para liberar emociones, pero difícilmente alivia al país y a los mexicanos de agravios, ofensas e indignación.

A veces pienso que eso de que Peña Nieto sea tan bruto, se equivoque tanto y resulte tan irritante para muchos, es una estrategia de sus asesores para provocar berrinches, gritos y sombrerazos que distan mucho de ser escuchados, pero que al fin distraen acciones organizadas de la sociedad y de propuestas y soluciones.

Así pues, en este texto de fin del 2013 e inicio de2014 sugiero, como propósito privado o colectivo, que nos dejemos de teatritos estridentes y retomemos al Amor como un sentimiento privado, que nace de uno mismo y que puede extenderse al universo entero. El amor se expresa no con palabras, sino con obras, con trabajo y buena voluntad, con sentido del bien común y responsabilidad social. Del odio, que se encarguen hasta su autodestrucción otros, los malandros e insensatos.

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