54 MUJERES, LA SERIE [XXXV]
54 Mujeres [XXXV] • Rosalía (Más, mucho más que “El mal querer”) • José Luis Justes Amador
La obsesión ahora mismo con Rosalía es tanta que citarla como referencia es aburridísimo. Es como decir ‘Me gusta la cocacola’. Muy bien. Molaba hace cuatro años cuando nadie la conocía. Ahí, sí. Una mujer vestida de rojo, wow ¿te das cuenta? Yo entiendo que la gente esté obsesionada con Rosalía. A mí me ha pasado. Yo estuve obsesionado con Rosalía hace 4 ó 5 años. Algún día se os pasará. La gente dejará de ver a Rosalía en las manchas del gotelé.
C. Tangana
Los fenómenos de masas, más frecuentes con el advenimiento de la ubicua tecnología, en el fondo no son diferentes a cualquier otro humano. Aunque el mundo vea una sola cara están, estamos, compuestos de decenas de aristas. Así ocurre con Rosalía que, al igual que otros artistas de menor valía, llegó un momento en que era imposible no vivir en este planeta y no haberla escuchado. Pero Rosalía Vila Tobella, su verdadero nombre, es mucho más que una canción o un video omnipresente hace unos años o una lista de colaboradores (aunque esa lista de gente con la que ha participado –como estrella o como secundaria– sea un who-is-who de parte de la música contemporánea nacional e internacional).
Como suele ocurrir con los grandes en casi cualquier disciplina humana, el resto de los mortales tendemos a analizarlos como si hubieran tenido una gran idea (o una gran jugada) que hubiera llegado de la nada. Haría falta ser un gran adivino para descubrir en los primeros momentos de Rosalía su futuro. La primera grabación, cinco años antes de “El Mal Querer” como una componente más del grupo de horrible nombre Kejaleo, no anticipaba nada salvo una voz decente y bonita a la que envolvía una atmósfera de jazz aflamencado o de flamenco con aires de jazz que no proponía mucho. El grupo apenas trascendió y solo sacó un LP y un single que pasó sin pena ni gloria. Un disco colectivo “Tres guitarras contra el autismo” fue el siguiente lugar donde encontrar su voz en “Un millón de veces”, una canción que no merecía mayor atención que la de encontrar una melodía con un marcado aire alejandrosanziano y una voz que de nuevo no incomodaba pero tampoco asombraba.
Mientras tanto Rosalía seguí estudiando en la Escuela Superior de Música de Cataluña donde recibió clase de Chiqui de la Línea, un afamado cantaor y maestro que sólo aceptaba un alumno al año. Y si en la escuela descubre la riqueza musical y la diversidad formal del flamenco, en la vida descubre lo que a falta de mejor nombre llamamos “música urbana”. Y por ahí van sus siguientes colaboraciones: con Cálido Lehamo (un flamenco ensuciado por electrónica arriesgada), Dj Swet (una especie de hip hop ya cercano al trap pero con toques de grime) y el ahora también estrella internacional C. Tangana. Con él, no gracias a él, el nombre de Rosalía comenzó a sonar en los ambientes underground de la música urbana con dos temas: “Llámame más tarde” (con un video ultra contemporáneo) sobre las relaciones en este mundo del siglo XXI, que C. Tangana quitó hace un tiempo de Spotify y que sólo puede encontrarse en Youtube (en la versión oficial y en un directo) y el destacadísimo dueto “Antes de morirme quiero” que consagró a ambos en determinados círculos.
Y si en Tangana había encontrado un colaborador interesante fue el siguiente encuentro que tuvo, con el más que multifacético Refreë, el que le dio el empujón artístico para un disco que merece encontrarse entre los mejores del flamenco contemporáneo: “Los Ángeles”. Una guitarra, manipulada cuando hace falta y que bebe por igual del toque clásico y de la vanguardia ruidista, del sonido límpido y del feedback, y una voz, por decirlo con palabras del disco, angelical, junto a pequeñísimos detalles de producción que intensifican esa pureza que hace de las doce canciones del disco una experiencia purificadora al escucharlo por primera vez. Los temas de un disco que comienza con una voz de niña pequeña leyendo una estrofa clásica del flamenco y termina con una versión del gran Johnny Cash, es un viaje de relectura del flamenco más clásico, incluyendo un homenaje al “Pregón de los caramelos”, la primera canción flamenca de la que tenemos constancia que fue escrita por una mujer. Y, por si fuera poco, el disco está puntuado con unos cuantos cantes de ida y vuelta, nacidos en la península y perfeccionados en el continente americano, del que destaca “Catalina” de escucha obligatoria para todos aquellos que conocen “Macorina”. A pesar de que fue nominado en los Grammy como Artista Nueva del Año no lo ganó y el nombre de Rosalía seguía siendo, aunque conocido en algunos ambientes, los disimiles de la música urbana y el flamenco, un nombre más.
Consciente de ello, sus dos siguientes singles —sin disco del que ser extraídos– definían perfectamente la dicotomía en la que Rosalía logra moverse y combinar como nadie. Primero el homenaje a Enrique Morente, el cantaor que introdujo la modernidad en el flamenco juntándose con un grupo indie como Lagartija Nick o, incluso, Sonic Youth, “Aunque es de noche” con letra del gran poeta místico San Juan de la Cruz y, después, ese “Brillo” junto al, el sí ubicuo, J. Balvin, epítome del urbano en español. Y mientras el público se preguntaba qué sería lo siguiente, hacía cuál de sus dos amores dirigiría sus siguientes esfuerzos, Rosalía estaba centrada en realizar su trabajo fin de carrera en la Escuela Superior de Música de Cataluña. Un disco completo al que acompañaba un marco teórico sobre el flamenco y la música contemporánea, que Sony publicaría bajo el título de “El Mal Querer”.
¿Hay algo que decir que no se haya dicho ya de “El Mal Querer”, salvo que logró que la edición académica de una novela del siglo XV publicada por la Universidad de Valencia vendiera en un par de meses toda el tiraje que no había logrado sacar en años o que, en pleno furor mediático, desprecio a Almodóvar incluido aunque luego el director manchego la invitara a un cameo, eligiera para su presentación en la gala del cine español una rumba de Los Chungitos para adaptarla y presentarla a capella y con El Guincho?
El resto de la carrera musical y mediática de Rosalía se divide, mezclándolos a veces, teniéndolos separados la mayoría, entre esas dos aguas o esa agua y ese aceite. La lista de sus colaboraciones y singles es extensa (esta mujer no para) y lo suficientemente diversa. De lo fácil de una banda sonora para una serie de Netflix “Ay, Paquita” al flamenco agitanado y jazzístico de Fernando vacas en “Un largo viaje”, de la electrónica de Khalid en “Suncity” a la relectura dub de Fermín Muguruza en “Catalina en Gran Vía”, del dueto en directo con Niña Pastori al “Con Altura” que removió conciencias artísticas incluso en el indie más peleón, de los dos singles que beben por igual de electrónica y el flamenco aunque más radicalmente que en “El Mal Querer” y ese “Milionária” en catalán. La lista sigue y sigue con nombres con personajes tan opuestos como James Blake o Travis Scott, la invitación a colaborar en la banda sonora de homenaje a “Juego de Tronos” junto a A.Chal con “Me traicionaste”, ese regreso al flamenco de “Juro Que”, la remezcla de “Blinding Lights” con The Weeknd a la que siguió la radicalmente ruidista colaboración Arca, de Daddy Yankee a las colaboraciones no acreditadas con Rauw Alejandro (para el chisme: el que muchos colocan como su nuevo novio), de Bad Bunny a Billie Eilish pasando por la abstracta participación con Oneohtrix Point Never hasta la última (por ahora, aparecida hace unos días) vuelta al trópico urbano con Tokischa.
Y la pregunta, como siempre, es qué será lo siguiente. Solo Rosalía y su desatada creatividad y su larga lista de contactos lo saben.
PD: Además de una gran intérprete, Rosalía se permite el lujo de componer canciones para viejas estrellas que quieren regresar a estos tiempos con un sonido más contemporáneo y acorde a los tiempos. Si no lo creen pregúnteselo a Ana Torroja, sí, la cantante de Mecano, que regresó, o, al menos, lo intentó, con ese rosaliesco “Mil razones”.