Andamos en Catar • ¡Se acabó! • Fernando Cuevas

Llegó a su fin el Mundial de Catar 2022, último que se realiza con 32 equipos, hasta donde sabemos. A lo largo de un mes se vivieron, como suele suceder, diversos estados de ánimo que al cierre dejan un disfrute innegable y una cierta nostalgia: este tipo de eventos dan la sensación, inmediatamente, de que sucedieron hace mucho tiempo: no faltaron las sorpresas, las decepciones, los partidos de altos vuelos, jugadas estelares, tribunas de fiesta, alguna que otra falla arbitral y el triunfo, por fin, del jugador globalmente más querido y que entra en la terna –para no entrar en la inacabable y muy entretenida discusión- del mejor jugador de la historia. Ya estaba, por supuesto, pero ahora ya eliminó el argumento de no haber ganado un Mundial.
La pregunta que flota en el ambiente es si el torneo servirá de algo más allá del terreno estrictamente deportivo, en términos sociales, políticos y de equidad, particularmente con las noticias sobre los trabajadores que construyeron los estadios y la nota que circuló acerca de la sentencia de muerte dictada contra Amir Nasr-Azadani, jugador de fútbol iraní, acusado por supuestamente participar en el asesinato de un coronel durante las marchas de protesta por los derechos de las mujeres, desatada por el asesinato de Amini (las autoridades dicen que tuvo un problema de salud), detenida por traer mal puesto el velo. Ya dos jóvenes fueron ejecutados en la horca dentro de este infierno teocrático simplemente por expresar su opinión.
De la contenida normalidad
Argentina dominó espacios y pelota desde el inicio del partido en el estadio Lusail, controlando el medio campo, circulando con precisión, mostrando mayor disposición para pelear por la posesión y enviando mensajes desde pasados los cinco minutos, mientras que Francia no parecía terminar de acomodarse en el campo y lucía desenchufado, acaso afectada por lesiones, enfermedades y recuperaciones a medias de algunos de sus jugadores. Di María se convirtió en el mejor jugador sobre el campo gracias a esa añeja astucia para ampliar los espacios y generar peligro constante, incluso volando una prometedora pelota que le botó mal: fue en una incursión suya cuando el árbitro polaco Szymon Marciniak marcó penal por un supuesto tropezón provocado por Dembelé, sumamente dudoso. Messi cobró como quien sabe que es la última llamada y pasados los veinte minutos el marcador reflejaba, no de la mejor manera, la superioridad sudamericana sobre el césped.
El golpe anímico hundió más a los galos, sin respuestas de medio campo en adelante y dejando que la iniciativa continuara perteneciendo a sus rivales, quienes en lucidora descolgada plagada de primeros toques, anotaron el segundo tanto al 36’ vía Di María, celebrando el gol con su característico corazón en la mano y que muy probablemente sea su último tanto con la selección: volvió a descender el ángel para culminar un bordado fino y fugaz de su equipo con la ligereza de quien sabe desprender el vuelo y asentar los pies justo a tiempo. Deschamps, antes de que terminara la primera parte y ante el desasosiego absoluto, renovó su cuadro de ataque con los ingresos de Thuram y Kolo Muani en lugar de un muy cansado Giroud y un desubicado Dembélé que ya no pudo reaccionar tras el penal. Así se fueron al descanso, con Mac Allister y De Paul como dueños absolutos de la tierra media.
La segunda parte transcurría igual: los argentinos perdían un poco de pujanza tras la salida de Di María, sustituido por Acuña, aunque seguían avisando con algunos disparos de fuera del área, y por parte de los franceses ingresaba sangre nueva en las figuras de Camavinga y Coman, sustituyendo a Hernández y Griezmann, que no pudo dominar los circuitos como lo hiciera a lo largo de todo el torneo. Empezaron a funcionar los cambios hacia el 75’ con ciertas aproximaciones que develaban lo que estaríamos por vivir en breve: una tempestad después de la calma, totalmente inesperada e inexplicables por lo visto hasta ese momento: el fútbol en el máximo nivel y en su mayor fiesta, volvía a hacer de las suyas para meternos a todos en un multiverso de nerviosismo a tope, con todo y el antagonista perfecto.
… A la explosión emotiva
Después de ochenta minutos en los que no se veía por dónde se pudiera cambiar un destino que parecía inexorable y en el que los franceses plantearan la opción de hacer daño, se aparecieron los recientes fantasmas australianos y neerlandeses para los argentinos a diez minutos del silbatazo final: un penal provocado por Otamendi muy bien ejecutado por Mbappé a pesar del roce de Martínez, resucitó a un equipo que solo había deambulado por el campo, y ya con esa anímica anotación, se siguieron de largo: un minuto después, Coman roba un balón a Messi y manda servicio al frente para construir una rápida pared que el propio Mbappé culminó con remate fulminante, colocando la pelota en las redes para empatar el partido en un suspiro, justo cuando ya no se esperaba nada más de este juego decisivo y se preparaba el festejo argentino. Teníamos final y el juez respiraba un poco porque ya habría más cosas de las cuales discutir, además del penal que señaló en la primera mitad. Todavía Lloris le desvió un cañonazo a Messi y Martínez salvó una clara que significaría la voltereta para que nos fuéramos, de manera impensable, al alargue.
Ante el evidente desgaste, en los tiempos complementarios Montiel entró por Molina y Paredes por De Paul, en tanto Le Bleu mandó a Fofana para sustituir a Rabiot, una de las revelaciones del certamen. Los primeros quince minutos fueron más de recuperación y acomodo, sobre todo para la albiceleste que parecía retomar el sendero que los había puesto a diez minutos de la gloria, incluso generando un par de serias aproximaciones. La mejoría terminó por reflejarse en el segundo lapso extra con una pelota que terminó por empujar Messi al 108’, traspasando la línea pero sin tocar la red por un intento de detención en urgencia de la defensa del equipo europeo. Diez minutos después y a dos del final, un obús de Kolo Muani fue detenido con la mano en el área y el astro del París St. Germain anotó su tercero de la noche para impedir, otra vez sobre la hora, que los pamperos se llevaran el torneo. Todavía un lamentable cabezazo que salió muy desviado de Lautaro, recién ingresado, se erigió como una última llamada ante los inevitables y al mismo tiempo inverosímiles penales.
Mbappé arrancó con los disparos y anotó su cuarto gol; Messi respondió de inmediato y clavó su para emparejar a un tanto por bando: compañeros de equipo, se pasaban la estafeta acaso sin saberlo en ese momento. Después vinieron las fallas de los franceses y los aciertos argentinos, incluyendo el de Paredes, que entró para la contención experimentada y el de Dybala, que vio la luz justo para la serie: 4-2 terminó la tanda desde los once pasos con el gol de Montiel, quien entró de cambio y había provocado el penal para el empate francés en los tiempos extra: solo atinó a sacarse la playera y romper en llanto, ante la locura de toda una nación y ciudadanos del mundo que disfrutamos esta final como propia, como parte de nos ocurre y nos integra momentáneamente como aldea global.
Scaloni resultó ser un gran gestor del talento y motivación conjunta: no se esperaba mucho de él pero desde la eliminatoria y la Copa América levantó la mano para ahora, junto a Menotti y Bilardo, pasar a la historia de esta selección. Para Messi, la quinta fue la vencida: el título más importante, el único que le faltaba, ya es suyo y que, junto a Di María cual compañero de viaje y un montón de jóvenes que lo ven como referencia ineludible, por fin logró besar, abrazar y levantar hacia el cielo albiceleste con todo y su elegante capa catarí de superhéroe. El Arco del Triunfo esperará otra ocasión y el Obelisco abrirá su espacio para el festejo multitudinario de una afición que esperó 36 años para llorar y reír por el tricampeonato del mundo desde que Maradona, su otro dios futbolero, levantó el trofeo en el Estadio Azteca.