CUENTO POR ENTREGAS
Antigua emoción (1)
El cuento de Bernardo Monroy por entregas. Encuéntralo aquí cada día, del lunes 14 al sábado 19 de marzo
The oldest and strongest emotion of mankind is fear,and the
oldest and strongest kind of fear is fear of the unknown.
-H. P. Lovecraft
Me dedico a asustar gente.
A veces susurrando al oído de algún incauto, mientras con el dedo índice le acaricio la nuca. Eso es lo más práctico, pero también puedo arrojarle cosas, desde piedras hasta muebles. Cuando estoy de ánimos, rompo vidrios y provoco malos olores. Excremento, carne putrefacta o vómito. Entre mis habilidades también soy capaz de producir viento y proyectar voces. Me encanta ver a la gente correr despavorida. El miedo no solo me alimenta, sino me produce orgasmos. Morí a finales de 1989 y desde entonces me dedico a joderles la tranquilidad a los vivos.
Es divertido ser un poltergeist.
Es posible que me recuerdes: en vida fui Josué Cruz, el creador, director, guionista, productor y promotor de “Antigua Emoción”, un programa de terror muy popular en la década de los ochenta del siglo XX. Seguía el esquema de “Dimensión desconocida” y “La hora marcada”: un episodio completamente diferente cada emisión. Con demonios, vampiros, brujas, asesinos seriales o extraterrestres espantando a algún humano en turno.
¡Quién iba a decir que me convertiría en uno de mis personajes!
Si eres uno de esos millenials que creció con ipods, internet, y con “Los Expedientes Secretos X” como única referencia a una serie televisiva de terror y temática sobrenatural, permíteme explicarte en qué consistía “Antigua Emoción”: arrancaba con la frase de H.P. Lovecraft respecto a que el miedo es la más antigua de las emociones. Después, iniciaban los créditos al ritmo de “La danza macabra” de Camille Saint Saens. Cada episodio era una historia distinta, basada en cuentos clásicos de literatura de terror. Podías ver “La máscara de la muerte roja”, “El tren al infierno”, “El club de la hechicería”, “La leyenda de Don Juan Manuel” o “La gallina degollada”. Si te preguntas cómo es que no la puedes ver hoy en día a través de Youtube, es porque se transmitía con magia negra.
¡En serio!
“Antigua Emoción” se convirtió en una de las leyendas urbanas más populares de los ochenta, como esa que decía que los Pitufos eran satánicos (sí, esa tierna caricatura donde unos duendecillos azules tenían orgías en su aldea con Pitufina y Pitufo Vanidoso) o la que especulaba que un narcotraficante vendía estampitas con droga afuera de las escuelas. La historia que se contaba en las preparatorias entre los diez minutos de tolerancia en que llegaba un profesor y otro, era más o menos así:
-¿Oye, has visto “Antigua Emoción”? ¡No juegues, mano! Si te dio miedo la de Freddy Krueger o la muñeca esa de “Vacaciones de terror”, sí, la de Pedrito Fernández, o si te cagas de susto con ese capítulo de los fantasmas que asustan a un güey que le mataron a su hermano y luego regresan, te vas a quedar con insomnio después de verlo, neta… ¡Ahhhhhhh! Pero no se ve así nada más, por eso no lo ves en horario normal ni en la tele. No, no, tampoco por Cablevisión ni antena parabólica. Es que mira, el programa está maldito. Sí, lo producen demonios, mano, es neta. Checa: vas y compras un ratón, una paloma o un perrito en una tienda de animales, o lo recoges de la calle, da lo mismo, el chiste es tenerlo cuate. Llegas a tu casa y a las doce de la noche prendes la tele en un canal muerto, así con estática, esa que se ve todo gris y negro con puntitos y suena pbzzzzzzzzz. Alrededor de la tele dibujas con un gis blanco la estrella de cinco puntas, ya sabes, la que es el símbolo del diablo. Matas al animal y cuando su sangre se derrama ya está, empiezas a ver el programa a la hora que quieras. Dura veinte minutos o hasta un mes, depende el tamaño del animal que le sacrifiques al chamuco. Neta, yo no lo intenté, pero sí lo intentó el amigo del amigo de un primo que era tía de otro pero se cambió de sexo, y me consta que si funciona. Ah no juegues, está sonando la de “Venecia” de los Hombres G, esos que son bien groseros, los de la de “Sufre Mamón”.
Hoy en día sería como Netflix: un servicio de streaming, pero en diabólico. Me antepuse al siglo XXI y nadie me felicitó. Hijos de puta.
A principios de los noventa morí. Me quedé vagando toda la eternidad en Plaza San Miguel, un centro comercial abandonado en la ciudad de León, Guanajuato. Desde ese entonces me dedico a espantar mortales. Entre locales vacíos, cemento a punto de venirse abajo, vidrios de aparadores rotos, anuncios despintados y exhibidores oxidados floto en espera de una víctima a la que le pueda dar un susto de muerte.
Oh, como esos dos muchachos que acaban de llegar a mis dominios.
Los dos chicos no tendrán más de dieciséis años. Uno de ellos lleva una lap top y el otro un gato encerrado en una jaula para transportar mascotas durante un viaje. Se sientan en el lo que fuera la zona de comida del centro comercial. Son dos millenials, esos muchachos que crecieron a partir del siglo XXI y que el mundo de los ochenta –la época en que yo viví mi adolescencia- de aerosoles, de música de Depeche Mode, del nintendo, de colores chillones de neón, les resulta tan lejana como la Edad Media.
Uno de ellos saca un gis de su bolsillo y dibuja en el suelo una estrella de cinco puntas, invertida. El otro deja la lap top dentro del círculo y la enciende.
-¿Sí crees que funcione? No mames, güey. Si alguien nos ve en qué pinche pedote nos vamos a meter.
-Güey a esta pinche plaza abandonada no se para ya nadie. Además dicen que aquí murió el güey que según hacía la serie de “Antigua Emoción”.
-Bueno, pues. Ya mata al pinche gato para ver si es cierto.
El muchacho abre la jaula y saca al gato. Ronronea, ignorante de la que le espera. Mostrando un cuchillo ante su amigo, le rebana la garganta tan rápido y de forma tan hábil que parece que en sus ratos libres es carnicero. La sangre fluye a litros mientras en felino se retuerce. Cuando el animal deja de moverse en la pantalla del aparato se ve la frase de Howard Philips Lovecraft: “La más antigua de las emociones humanas es el miedo, y el más grande miedo es a lo desconocido”.
-¡No mames! ¡A huevo! ¡Sí funcionó!
-Ah cabrón, yo pensaba que mi primo el chavorruco ese que le pone cachondo Cindy Lauper me estaba choreando.
Los dos muchachos se sientan en el suelo a ver un episodio de “Antigua Emoción”, titulado “Cero en geometría”. Se basa en un cuento de Frederick Brown sobre un estudiante que invoca a un demonio para que le ayude a aprobar la materia en cuestión. Bastante ad hoc para su situación. Durante media hora no apartan la mirada de la pantalla. Me trae gratos recuerdos, cuando era joven y exitoso, antes de que muriera y me transformase en uno de los personajes que escribía, dirigía y producía.
Cuando concluye el programa y transcurren los créditos finales decido pegarles un buen susto al par de mocosos.
Levanto la lap top y la estrello contra la pared. Después les susurro al oído que se queden en el centro comercial abandonado, pues nos divertiremos mucho. Vas a sentir a un fantasma violándote, le digo a uno. Al otro lo empujo y cae de cabeza, impactándose contra el suelo. Produzco vientos que hacen que se cimbren los pocos vidrios que no están rotos o grafiteados. Emito una flamita azul al fondo del edificio, en su zona más oscura.
Los dos mocosos salen corriendo. Tienen tanto miedo que ni siquiera se atreven a gritar.
Me quedo flotando en mis dominios, y recuerdo cuando estaba vivo.
Sin duda, era mejor que ser un poltergeist.