sábado. 20.04.2024
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La búsqueda: Odisea de Arthur Rimbaud

Texto de Fátima Isabel Olvera Salas

Tachas 03
Tachas 03
La búsqueda: Odisea de Arthur Rimbaud

Toda vida es una ruta y toda ruta es un destino. Cada vez que nos proponemos cierta meta, estamos trazando un pequeño pasaje hacia ese yo que suele ser una persona “mejor”; estamos realizando la búsqueda constante de un individuo capaz de complacer a su propia conciencia,[1] y digo mejor, dando por hecho el supuesto de que lo que se busca alcanzar es cierta mejora en nosotros mismos, ya sea espiritual, física, mental o incluso económica. La vida es, a grandes rasgos, la búsqueda constante, donde ciertos incentivos o detalles nos hacen creer que vale la pena seguir buscando. Es la búsqueda de algo que tal vez nunca se encuentre, pero es en ella misma donde está implícito el destino, que no es ciertamente el hallazgo de lo deseado.

Con demasiada frecuencia los individuos abandonan la búsqueda inicial, lo que en primera instancia perseguían, y cambian su camino. No es reprobable mudar de opinión o de objetivo (lo que es más, los deseos o impulsos más primitivos tienden a ser sublimados,[2] y qué bien, digo yo), lo que importante aquí es con qué facilidad se cambian los planes y qué tantos obstáculos se está dispuesto a vencer. En el poema Una temporada en el infierno se vislumbra la búsqueda constante en toda su magnificencia. Es Arthur Rimbaud el creador de la odisea espiritual y material, que ha quedado en este poema largo, ejemplificador de la vivacidad con que sólo ciertas personas extraordinarias deciden perseguir sus anhelos, reprobables o no, fáciles o no.

Cuando alguna situación o estado ya no satisface, lo mejor es mudar de condición y comenzar a andar un nuevo camino, haciéndolo de la manera que mejor convenga y complazca a la conciencia. Al inicio de Una temporada en el infierno, Rimbaud ofrece las razones por las que su condición ya no es propicia a su vida y por las cuales comienza a girar la aguja hacia donde la place, no dejándola seguir la misma dirección que siempre ha llevado y a donde es arrastrado a toda su humilde familia: “Ayer, si mal no recuerdo mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde corrían todos los vinos. Una noche, senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié”.[3] Desde ese pequeño pasaje se da cuenta de que es necesario comenzar a buscar un camino propio.

Desde muy joven, Rimbaud aprendió a aborrecer las costumbres, pues ellas alejan de la libertad, encierran la voluntad de una pocas posibilidades de acción, todo está establecido y nadie se siente atraído por esas cosas que están fuera del círculo habitual. A la manera de Ulises antes de comenzar su viaje, cuando intenta persuadir a la tripulación y “Les recordó su origen, les recordó que no habían nacido para vivir como los brutos sino para buscar la virtud y el conocimiento”,[4] así Rimbaud emprende su búsqueda, ya que se ha dado cuenta de que si un ser humano toma el rol en que nació y lo cumple a cabalidad durante toda la vida, no está haciendo más que encerrarse en las mismas ocupaciones, con las mismas ataduras.

Rimbaud se aventura a no ser lo que el destino del nacimiento le obligaba a ser, un hombre de campo y de buenas costumbres, siempre pobre, siempre sin aspiraciones más allá. Para él no existe una vida y una manera de ser pleno, utilizando los recursos que su mundo le ofrece, ni las posibilidades que su solo cuerpo le puede dar, “ser una sola persona no me era suficiente, decidí ser todo el mundo”.[5] Rimbaud fue un partidario de la acción, se puede decir, al modo nietzscheano, mostrando todo el rechazo hacia la moral, la moral como la manera de obstaculizar el que los seres humanos gocen de placeres y libertad y por lo tanto vivan ligados a la esperanza de alcanzar cierta divinización por medio del sacrificio de dichos placeres y a costa de no vivir, esperar una recompensa en algún sitio, después de la vida terrenal.

Tanto en la pequeña introducción del poema, como en el segundo apartado Mala sangre, hay las referencias que indican el por qué del deseo de no seguir en la misma condición y el origen del anhelo de algo distinto para la vida, algunas de las razones del cambio son las cuestiones que se dirige a sí mismo: “¿Conozco al menos la naturaleza? ¿Me conozco yo? No más palabras. Amortajo a los muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambor, danza, danza, danza! No veo aún la hora, en que desembarcando los blancos, me despeñaré a la nada”.[6] El camino que Rimbaud pretende seguir es enigmático; aquí, modestamente, trato de señalar posibles objetivos que están plasmados en el texto a través de alusiones temporales, cambios de dirección que el poeta decide.

Se cree que se pretende desprender de las raíces y costumbres que le han tenido atado desde pequeño, es como una queja de la falta de libertad que le ha oprimido, “Pero la orgía y la camaradería de las mujeres me estaban prohibidas. Ni siquiera un compañero. Me veía ante una multitud desesperada frente al pelotón de fusilamiento, llorando la desgracia de que ellos no hubieran alcanzado a comprender”, pero a la vez se percibe más bien el intento de apegarse a dichas costumbres, como si se culpara de ser, por sus inquietudes y permisiones, causa de vergüenza hacia sus raíces:

No se parte, volvamos a tomar los caminos desde aquí, cargado con mi vicio, el vicio que ha enraizado el sufrimiento en mi costado desde la edad de la razón —que sube al cielo, me golpea, me derriba, me arrastra.

La última inocencia y la última timidez. Está dicho. No llevaré al mundo mis ascos y mis traiciones.

¡Marchemos! La caminata, el fardo, el desierto, el tedio, la cólera.[7]

Los caminos son diversos y muy drásticos, cambiantes cual brújula sin magneto. Esto como consecuencia de la moralidad en que fue educado y las inquietudes que surgieron en su juventud y que llevó a cabo. Lo único de lo que se tiene certeza es de que Rimbaud emprende en el poema (que es como un relato de su vida) un viaje incesante, en el que intenta realizar sus pequeños objetivos, y cuyas referencias de dirección están en la obra: “En suma, hubo desde siempre esta consigna: ‘¡Vamos!’, ‘Iré’. Partida a toda prisa que recuerda las prescripciones chinas del tiempo de las grandes pestes: ‘parte rápido, huye lejos, regresa tarde’”.[8] El camino de la búsqueda está vertido por toda la obra, con las diferentes referencias direccionales.

En Noche en el infierno Rimbaud ha muerto y ha entrado al infierno, donde su camino se intensifica, ya que dentro piensa en el pasado y en el futuro como consuelo de sus tormentos, en las causas que lo orillaron a sentirse en ese lugar. Aquí el poeta no da tantos giros, se queda quieto por momentos, no sigue camino alguno. Reprocha a su familia, a sus costumbres, por estar ahí, pero como cree merecerlo, no plantea tantas partidas. Es el capítulo donde se encuentra más la palabra “aquí”, “¡cállate, anda, cállate!... Es la vergüenza, el reproche, aquí: Satán diciendo que el fuego es innoble, que mi cólera es espantosamente imbécil. ¡Basta! Errores que me vienen al oído, magias, perfumes falsos, músicas pueriles. Y decir que conozco la verdad, que veo la justicia: tengo un juicio sano y en orden, estoy preparado para la perfección…”[9]

Entoces se puede decir que Rimbaud entra al infierno, sólo una temporada, a purgar sus faltas. En su vida, esta entrada al infierno puede ser una representación de lo que sentía al irse alejando de la moral y las costumbres. Aunque sin adentrarse en la vida real del autor, se pueden encontrar, desde ahora, alusiones religiosas. Dichas alusiones conforman los más importantes caminos y contradicciones que sostiene Rimbaud. Por una parte está su anhelo de desligarse de toda creencia y vivir a plenitud, experimentar en su propio cuerpo todo lo malo y lo bueno posible, sin que preceptos morales lo detengan; y por la otra parte está su arraigo a las enseñanzas que recibió desde niño, así que cuando comienza a mudar sus costumbres por sus impulsos, la conciencia comienza a importunar y es ahí donde surge el conflicto, entre retroceder o avanzar por el camino que ha trazado.

Hasta ahora se ha visto que la odisea de Rimbaud es sumamente contradictoria y es un incesante vaivén entre la moral y los impulsos,[10] aunque en su vida se inclina más por los impulsos, sus conflictos internos, que se ven plasmados en el poema, se volvieron sus aliados para sus grandes obras literarias.

Después se hace alusión a su vida “tormentosa” con Verlaine. Es como si escapara de sus ataduras morales para esclavizarse con otras iguales o más fuertes, que hacen que desaparezca para el mundo y que sólo exista para su verdugo. Sabe que debe desprenderse de esa relación, pero se siente como una mujer, cuando por intereses clasistas (de nivel económico) decide enfrascarse en relaciones sin sabor. Tomando en cuenta que VErlaine fue el hombre que ayudó a Rimbaud a salir de casa de su madre, entre otras cosas importantes, se propone que le daba cierto sopor, que fue convirtiendo en su esclavitud y su infierno.

En sus viajes Rimbaud ha sido un Ulises que “comete a su cuenta y riesgo aventuras prohibidas”,[11] y vaya que le cuestan. Dentro de Lo imposible hay cierto intento por salir del infierno, el movimiento vuelve y se percibe un intento por mudar de dirección. Es aquí donde Rimbaud recuerda sus teorías filosóficas y cómo a lo largo de su experiencia se han desmoronado muchas de ellas y otras se han reforzado. El cambio de actitud conforme a las posturas es también un cambio de dirección, ya que es sólo cuando aceptamos esos cambios, que puede ocurrir la mudanza tanto en sitios físicos como mentales, ocurre el desapego a lo que lo contenía en un solo lugar y una sola actitud. “¡Mis dos centavos de razón han terminado! El espíritu tiene autoridad: quiere que permanezca en occidente. Será necesario enmudecerlo para concluir como yo quería”.[12]

Casi al final del poema, en Mañana, Rimbaud sale del infierno, se muestra para él, por fin, una luz después de tanta oscuridad. La Odisea no ha terminado en el infierno parea purgar su condena, merecida por haber faltado a los preceptos y cuya transición para mudar de ellos hacia sus impulsos ha sido un castigo auto infligido. Ha entrado al infierno y ha salido triunfante, ha sobrevivido al auto castigo y vuelve con más fuerza a continuar su camino, pero ha ocurrido un gran cambio en élk, se ha resignado a caminar, no vuelve ya con impulsos de volar, “yo, yo que me he dicho mago o ángel, dispensado de toda moral, me he devuelto a la tierra con el deber de la búsqueda y la realidad rugosa para oprimirla! ¡Patán! […] En fin, pediré perdón por haberme alimentado de mentira. Y adelante.”[13]

Tal vez se me critique por terminar con una cita, pero puesto que el presente trabajo no tiene ni inicio ni fin y es sólo un pequeño estancamiento en el camino literario que falta por recorrer, ofrezco mi infierno nocturno y mi desvelo a cambio de aceptar estas líneas como posible final:

Ay, estoy harto: pero amado Satán, te conjuro para que me veas con menos irritación, y a la espera de pequeñas infamias retrasadas, a ustedes que aman en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas hojas horribles de mi carnet de condenado.[14]   

 

[1] Así le llamaré aquí a ese impulso de castigarse o congratularse a sí mismo, según los actos cometidos.

[2] Según explica Freud en Psicoanálisis del arte y en otras obras.

[3] Arthur Rimbaud, Poesía selecta y cartas literarias, Coyoacán, México, 1999, p. 15.

[4] Jorge Luis Borges, en “Prólogo” a Dante Alighieri, La divina comedia, Océano, México, 2011, p. 17.

[5] Diálogo de Rimbaud con Verlaine, extraído de la película Vidas al límite, basada en las cartas que se rescataron y que fueron escritas por Rimbaud.

[6] Arthur Rimbaud, op. cit., p. 23.

[7] Ibid., p. 21.

[8] Alain Borer, en “Prólogo” a Arthur Rimbaud, op. cit.

[9] Ibid., p. 29.

[10] Según lo visto en la ya referida película Vidas al límite y lo leído en su biografía,  http://www.biografiasyvidas.com/biografia/r/rimbaud.htm, consultada el 14 de mayo de 2013.

[11] Jorge Luis Borges, op. cit., p. 18.

[12] Arthur Rimbaud, op. cit., p. 55.

[13] Ibid., p. 63.

[14] Ibid., p. 15.