domingo. 08.12.2024
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'Tirante El Blanco': El caballero perpetuo

Texto de Sara Andrade

Tachas 04
Tachas 04
'Tirante El Blanco': El caballero perpetuo

 

La armadura está vacía, no vacía como antes, vacía también de aquel algo que se llamaba el caballero Agilulfo y que ahora se ha disuelto como una gota en el mar.
Italo Calvino, El caballero inexistente.

 

Éste es un escrito que estuvo a muy poco de no ser. Porque ¿qué puedo decir de una novela tan extensa, tan llena de todo? Mario Vargas Llosa hace una investigación maravillosa y habla de una novela que es moderna, costumbrista, retórica, repleta de detalles, una novela cuya totalidad no puede aprehenderse en pocas páginas. Podemos tomar a la princesa Carmesina y hablar de su importancia, de Placerdemivida como un antecedente de la Celestina, de las ficciones que nacen, de las realidades que se omiten. Un mundo inconmensurable de posibilidades. Posibilidades que se han explorado durante quince años en la revista electrónica “Tirant”[1] de la Universidad de Valencia y por otros estudiosos durante muchísimo tiempo.

Sin embargo, cuando le daba vueltas a la siempre terrible pregunta ¿de qué voy a hacer este ensayo?, opté por la figura más obvia y que, muchas veces, se deja de lado: la figura del caballero. Representada fielmente por el protagonista de la obra: Tirante el Blanco de Roca Salada. Más concretamente de qué lo hace un “caballero perpetuo”, y porque es muy diferente a todos los caballeros que ya hemos leído. También de cómo, tal vez, su vida, su mundo o realidad y todos los personajes que le rodean están condicionados por su existencia.

Una existencia en un espacio que resulta irreal y que, a pesar de todo, no puede ser de otra manera. Moros en Bretaña, el rey Arturo en la corte del emperador de Constantinopla (por cierto, una Constantinopla que siempre está a punto de caerse a pedazos pero se mantiene ahí, expectante), historias de dragones y otros chispazos de fantasía que dan a entender que algo las detiene en un mundo que ya no les pertenece.

Vamos por partes:

1. Antes de la espada

Joanot Martorell hizo el primer esbozo de su gran obra en la corte inglesa del rey Enrique VI cuando, a partir de la novela francesa Guy de Warwick y el Libro de la Orden de Caballería de Ramón de Llull, escribe su Guillem de Vároic, que sería la primera parte de “Tirante el Blanco”.[2] 

Ramón de Llull, laico mallorquí, escribe el Libre de l’orde de caballería entre 1274 y 1276. En este libro se narra la llegada de un joven que ha de ser convertido en caballero a la ermita de un viejo que le explica las obligaciones de un caballero, todas éstas compiladas en un librito que resulta ser el mismo que escribe Llull. Este libro, al ser publicado, tuvo un éxito enorme. Y su lectura sería casi obligatoria para todo aquel que quisiera escribir de caballería.

Lo que hay que destacar es que Martorell toma del libro de Llull conceptos importantísimos para la obra: el joven que quiere convertirse en caballero, los símbolos que habrá de tomar y la misión que debe cumplir y guardar como si se tratara de un mandato divino. El ermitaño, que en este caso es Guillermo de Vároic, lee a Tirante, aspirante a caballero el libro “Árbol de batallas”. Éste contiene la historia de la caballería —que se remonta hasta Rómulo y Remo—, el significado de la espada y de la armadura y del caballo (caps. 32-38). La espada que significa la defensa de la Iglesia, la armadura, la guerra, y el caballo, el pueblo.[3]

Maurice Keen destaca que el texto de Ramón de Llull tiene una orientación más eclesiástica que política, que el caballero ha de ser informado de los elementos esenciales de la fe y virtudes cristianas.[4]  La importancia de la fe cristiana es crucial en la novela de Martorell: Tirante no sólo es un caballero formidable, capaz de luchar ante cualquier enemigo y de planear estrategias exitosas, sino que evangeliza a sus oponentes y mantiene con derechura los preceptos cristianos.

En la primera parte de la novela —o antes de las guerras y de la aparición de Carmesina— Tirante adquiere su título como caballero y su fama como tal. Conoce, gracias a Vároic qué significa ser un caballero y adquiere el título bajo la Orden de la Garrotera o Jarretera.[5] Hasta este momento se limita a participar en torneos y labrarse un nombre. Así lo aconseja Llull: participar en justas, ejercitarse en cazas, aliviar el alma deseosa de acción en variados deportes.[6] No tiene otra función más que ser otro nombre más en otra orden caballeresca más. La guerra vendrá después, sin tener que buscarla y el caballero tendrá que probarse.

Tirante, hasta este momento es parte de la larga tradición de caballería que existe en el mundo medieval del siglo XV. Hasta este momento el personaje que es Tirante el Blanco es consistente con la realidad caballeresca que impera en ese momento en Europa. Cuando el caballero es retirado de su contexto y se adentra en la guerra, el amor y en la otra mitad del Imperio romano, esa tradición se vuelve particular, el mundo se detiene para dar cabida a las aventuras de este caballero.

O como dice Lucila Lobato, “el modelo de caballero existe en una realidad extraliteraria y desde otra otorgada por el género literario en que se inserta el personaje”,[7] y en el caso de Tirante, la realidad extraliteraria se pausa, se deja de lado y la realidad ficticia se toma como la primera y más importante y es ahí donde todo cobra forma e, inevitablemente, muere.

2. Montado en el caballo que es la fe

A pesar de sus triunfos —salvar Rodas, liberar a los cautivos, expulsar a los moros— Tirante es un caballero incompleto. Si nos guiamos en las otras lecturas de caballería, a este soldado le hace falta un ingrediente clave. El caballero defiende a su amo y a su religión, pero ¿dónde ha quedado la dama?

Carmesina y Constantinopla se transforman en símbolos que existen porque el protagonista necesita que existan. Estos dos personajes (tomando a Constantinopla como uno) son los que dotan a Tirante de esa inmunidad que requiere. Por un lado, Carmesina lo insufla de vitalidad y de esperanza: el caballero espera durante años que la princesa corresponda a su amor. Un roce de su mano significa una guerra ganada. Y Constantinopla, por otra parte, mientras siga siendo atacada y codiciada por cualquier enemigo, Tirante estará ahí a su servicio.

Tirante deposita su fe en este Imperio. Ha dejado atrás al rey que lo armó caballero, a Felipe de Francia, al maestre de Rodas y a la corte siciliana. Ahora él es parte integral del imperio bizantino, y éste se mantiene en pie porque Tirante vive, y viceversa, Tirante vive mientras la ciudad siga al borde de la destrucción. Es una relación simbiótica sustentada en las virtudes caballerescas.

Después de conocer a Tirante, Carmesina deja el luto —luto que usan las mujeres de la corte debido a la guerra—, de ser la infanta se convierte en la princesa, incluso se vuelve una participante activa de las decisiones militares, pues pronto será la heredera del Imperio y debe conocer el arte de la guerra (caps. 124-125). Tirante, por otra parte, se vuelve capitán de seguridad de Constantinopla, sus amigos obtienen títulos nobiliarios y él, justo después de su más grande proeza: evangelizar a trescientos treinta y cuatro mil turcos y lograr la paz, es nombrado César de todo el Imperio Griego (cap. 442).

Esto es muy importante: Tirante no podía consumar su amor con Carmesina, no sólo por las negativas de la doncella, sino por su estatus social. Ambos escalan la jerarquía imperial y cuando han llegado al punto más alto, al amor realizado, a la ciudad liberada, a la felicidad por fin obtenida, caen hacia el vacío.

En una de tantas, los turcos envían a un embajador para negociar la tregua y evitar así más bajas en su ejército. Abdal-lá, sabio turco, se reúne con Tirante y le asegura que logrará la paz para Grecia. Sin embargo, le advierte: “A menudo la paz es más peligrosa que la guerra (…) porque no hay guerra más grave que la que hay que mantener contra las propias costumbres y el corazón, porque entonces puede haber menos tregua, cuando la guerra hay que hacerla dentro del hombre mismo”.[8]

3. El caballero ante el final de su mundo

Tirante, ahora César, redentor de esa otra mitad del Imperio romano y prometido de la princesa griega, camina en una de las provincias de Constantinopla que ha recuperado de la mano de los moros. No hay nada que temer ya. La guerra se ganado y todos los reyes de Europa están ahí para celebrar el gran triunfo. Sin embargo, repentinamente, el príncipe del Imperio griego sufre un intenso dolor de costado que lo postra en cama. Su agonía no se prolonga por mucho: su alma deja su cuerpo y el gran caudillo abandona esta tierra para siempre (caps. 467-471).

¿Por qué Tirante el Blanco tiene una muerte tan repentina, tan rápida y sin ningún hecho caballeresco que lo haya provocado? Él no muere como Roldán, en el campo de batalla. O atravesado por una espada, como el rey Arturo, que muere a manos de su hijo Mordred. Su historia tampoco concluye de manera abierta, como en las narraciones de Chrétien de Troyes. Tirante muere casi inexplicablemente, sin disfrutar la paz y la dama tanto añoradas.

Tirante muere y el mundo —su mundo— deja de existir en ficción. La realidad extraliteraria de la que hablaba Lucila Lobato por fin se adueña de la narración. Los engranajes se han puesto en marcha de nuevo: Constantinopla no durará mucho tiempo en paz —ni en pie—, los moros no volverán a Bretaña, Arturo y Morgana vivirán por siempre en Avalón. La realidad ya no tiene que adaptarse para Tirante.

Vargas Llosa dice: “Ahora la realidad no sólo está hecha de convenciones, de acciones, de sentimientos, sino también de un nivel intemporal, al que ciertas acciones y sentimientos se elevan por su cualidad inusitada y grandiosa para durar eternamente en las mentes, corazones y creencias de los hombres.”[9]

Tirante es lo que es porque es caballero: obedece a una religión, a una causa política y a una dama. Y esto desaparece cuando se vuelve César del imperio, cuando logra la paz y cuando está a punto de casarse con Carmesina. Él puede seguir viviendo, claro. Pero su destino es ser un caballero. Una terrible misión que aceptó con Guillermo de Vároic: “Hijo, puedes ver la fuerte cosa que es la orden de la caballería”,[10] sentencia. La armadura, la espada y el caballo piden tributo y Tirante el Blanco, caballero de la Garrotera, debe morir.

Ésta es la acción mítica, el desenlace de ese nivel simbólico que confiere a este personaje de inmortalidad y lo transforma en un caballero perpetuo, que siempre será el protagonista de este libro “que es el mejor del mundo”.[11]


[2]X. R. Trigo, Associació D’Escriptors en Llengua Catalana, Joanot Martotell, Consultado en: http://www.escriptors.cat/autors/martorellj/pagina.php?id_sec=1052,

[3] Joanot Martorell, Tirant lo Blanc 1, Alianza, Madrid, 1984, p. 67

[4] Maurice, Keen, La caballería, Ariel, Barcelona, 2008, p. 24

[5] Orden instaurada por el rey Eduardo III en 1348.

[6] Maurice Keen, op. cit., p. 25.

[7] Lucila Lobato Osorio, Los tres ejes del comportamiento del caballero literario medieval: hacia y un modelo genérico, consultado en: http://parnaseo.uv.es/Tirant/Butlleti.11/Art.4_Lobato_Ejes.pdf, 2011

[8] Joanot Martorell, op. cit., p. 344.

[9] Mario Vargas Llosa, Carta de batalla por Tirant lo Blanc, Tirant lo Blanc 1, Alianza, Barcelona, 1984, p. xxvi.

[10] Joanot Martorell, op. cit., p. 69

[11] “Aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas(…)”, El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, cap. VI