Es lo Cotidiano

Lluvia sagrada

Filiberto García

Tachas 10
Tachas 10
Lluvia sagrada

Se escuchaba el bullicio un tanto pálido, casi imperceptible y el único payaso que en lugar de provocar risa causaba tristeza seguía tirado, intentando arrastrarse unos metros para dejar atrás al vómito que tiró momentos antes. Un tanto grogui levantó la vista para ubicarse, estaba junto al Teatro Hinojosa, las luces que iluminaban al edificio aumentaron la tremenda resaca, pero antes de bajar los ojos dio gracias a Dios por haber nacido en el único lugar donde cada Sábado de Gloria se daba el milagro majestuoso de la transformación del agua en cerveza, el Canaán contemporáneo, la lluvia sagrada que lo tenía empapado por dentro y por fuera,  después se perdió en un sueño profundo parecido a la muerte.

Para el Payaso Tolitacris no era claro porque Jerez era pueblo mágico. Algunos decían que por sus importantes construcciones barrocas como la Parroquía de la Inmaculada Concepción o por las otras construcciones góticas que lucen puntas frenéticas en las cornisas. Quizá era por el poeta Ramón López Velarde, La Suave Patria, las tostadas bañadas en salsa hecha a base de tomate y chile serrano, el asado de Boda, la Virgen de la Soledad o simplemente porque como decían los taxistas: algunas veces la gente desaparecía sin dejar huella, como si hubieran sido arrebatados por un torbellino como el profeta Elías.

Qué importaba la justificación para el adjetivo de mágico, pues para Tolitacris lo que verdaderamente volvía maravilloso a Jerez, Zacatecas, era el Sábado de Gloria. Esta vez no le pasó lo mismo que el año pasado, cuando se embriagó un viernes con unos amigos que conoció en el Jardín principal y despertó cuando todo había terminado, cuando la lluvia cesó por completo y un vacío fantasmal dejó sembrado en la calle San Luís un pestilente olor a melancolía. Esa calle jamás volvía ser la misma, la caminaba todos los días antes de llegar al semáforo donde vendía paletas. Esa calle era una vena que en lugar de llevar sangre iba cargada de algo más bello, más sublime: el son de la tambora, la belleza de los cuerpos femeninos que enseñaban bondadosamente sus turgentes formas a cualquier mortal con ojos y el alcohol que todo purificaba su paso.

Después de horas el sol le pegaba en el rostro, su vómito seco a unos metros continuaba pestilente, su ropa estaba perfumada con aroma a cebada, el sonido de las campanas del Santuario le destrozaban la cabeza, pensó en comer un menudo picosito en el mercado, con chile de árbol y tortillas calientes o tal vez unos camarones con el Chino, sin embargo no tenía un cinco en la bolsa, estaba quebrado, pero qué importaba el dinero, el dolor que aumentaba con el repicar de las campanas si había olvidado por los menos un día lo desgraciado que era, las caminatas solitarias, las críticas de los católico de Pedro el ermitaño y los jacobinos de época terciaria, las burlas de aquellos que traían un peso para comprar una paleta  y se creían con derecho de humillarlo.

Qué sería de él si no reviviera cada mañana el recuerdo del Sábado de Gloria, de qué buen recuerdo se podría sostener para no caer en el suicidio. Se burlaba cuando los turistas decía es un lugar tranquilo. “Pero Jerez miel y veneno a la vez” replicaba el payaso Tolitacris cuando los escuchaba. Recuerda mientras avanza por la calle Hidalgo la vez que la conoció; malditos ojos verdes, labios pálidos y rostro inocente, malditas formas delicadas, carácter seductor y sonrisa espontanea. Era ajena, ella misma se lo dijo y no tuvo otra idea que irse a embriagar al Panteón de Soledad, lugar donde acuden los desconsolados, los que de alguna forma ya saben que están muertos a pesar de que siguen respirando.

Avanza con los enormes zapatos por la calle Libertad; el maquillaje despintado, los pantalones que amenazan constantemente con irse al piso de una vez por todas y esa mirada que le sembró la Jerezana que nunca será para él los acompañan. Esa es la razón por la que no se puede ir, está condenado a caminar por las calles, imaginando que la encuentra, que su esposo ha muerto, que la abandonó por otra, no se puede ir porque verla el Sábado de Gloria cuando viene de vacaciones es el único motivo que tiene para embragarse de felicidad, los demás días lo hará para aliviar la tristeza, pero ese día es de fiesta, el único del año en que esa virgen mayestática se quita el sombrero, levanta su mano y hace que ocurra el milagro, una abundante lluvia de cerveza que lo cubrirá por completo y lo mantendrá vivo por el resto del año, una lluvia  hecha para él, sólo para él.