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Una visión divina de Shakespeare y Tolstoi

Norma Angélica Andrade Haro

Una visión divina de Shakespeare y Tolstoi

 


Leer  los mejores  escritores —pongamos a Homero, Dante, Shakespeare, Tolstoi- no nos convertirá en mejores ciudadanos.
Harold Bloom

 

 

El concepto de canon es para muchos un modelo o una proporción ideal al momento de considerar las obras literarias, pues se toman en cuenta textos inimaginables o poco conocidos (lo que en la perspectiva de cualquiera sería el concepto de lo ideal).  El llamado canon literario es, en términos amplios, el total de obras escritas y orales que aún hoy subsisten. Sin embargo, ese canon potencial se ve limitado desde un primer momento por la posibilidad de acceder o no a ciertas obras. De ahí que se pueda afirmar que todo canon es sólo una parte de una soñada totalidad literaria.

Es importante señalar que esa colección de obras puede ser diversa y que, al mismo tiempo, conviven en una misma época distintos cánones porque lo que para un autor está dentro del canon, para otro puede no estarlo. A pesar de esto los textos son considerados dentro del mismo  por su calidad y originalidad, o bien, por otras características; por ejemplo, las temáticas tratadas. En tal producción la mayoría de las obras, frecuentemente, se relacionan, aunque de manera tangencial con los textos clásicos, motivo por el cual nunca pasan de moda.

En palabras de Harold Bloom, el canon es un término que surge de la religión y, al paso del tiempo, se ha transformado en una selección entre obras que pugnan por prevalecer. Cada época agrupa una exigua variedad literaria; sin embargo, tanto lector como crítico responden con emoción a ésta. No obstante, la diversidad estilística de la que hace uso es también muy escasa. Por lo tanto, el efímero canon queda establecido, casi en su totalidad, por los autores más representativos y de mayor carácter o, en casos muy específicos, por los más enigmáticos.

Es muy importante destacar que Shakespeare resulta, en la mayoría de las épocas, el centro del canon, así lo dice Bloom: “Shakespeare es el canon. Él impone el modelo y los límites de la literatura.[1] És una muy clara influencia para varios escritores ya sea por los personajes o por las personalidades tan complejas de éstos, en palabras de Bloom los personajes de Shakespeare “perciben y afrontan sus propias angustias y fantasías, no las energías sociales manifestadas por el incipiente Londres mercantil”.[2]

Los personajes, del escritor inglés, más retomados por los autores son Lear y Hamlet, el primero porque, según Bloom, es más apasionado, cualidad que resulta atractiva, pero que no va ni con su posición ni, mucho menos, con su edad; gracias al segundo personaje Shakespeare es considerado como centro del canon. Como se puede ver, por uno u otro aspecto, Shakespeare es el prototipo de varios escritores, entre los cuales destacan Tolstoi e Ibsen, no obstante, en este breve trabajo sólo se tomará en cuenta al autor ruso, Tolstoi.

A continuación se intentará hacer una sucinta descripción de las similitudes y diferencias entre rasgos generales de las obras de Shakespeare y Tolstoi.

Aspecto divino de Shakespeare

Uno de los rasgos que han parecido más sobresalientes en la lectura individual es la percepción de dios. En Shakespeare más que panteísmo se puede hablar de antropocentrismo, por lo que esta característica no es muy notoria en el escritor inglés. Sus personajes son más humanos, se preocupan por demostrar lo que sienten, sus sufrimientos. Hamlet busca la manera de vengar la muerte de su padre, después de enterarse quiénes y cómo lo asesinaron. Este problema es el que verdaderamente lo angustia, tanto que se olvida por completo de Ofelia y del amor que ésta le profesa; el rey Lear es, con sus errores y pasiones, representación del mundo: es la humanidad entera que se desespera en medio de la turbulenta vida terrenal, debida a la crueldad de los hombres.

La percepción divina en Shakespeare es nula, las pasiones y acciones humanas son más visibles que la creencia en un dios. Las palabras de Harold Bloom son muy elocuentes cuando dice “Para muchos lectores, los límites del arte humano se alcanzan en El rey Lear, que, junto con Hamlet, parece ser la cota máxima del canon shakesperiano. (…) Lear es el centro de los centros de la excelencia canónica, al igual que algunos cantos del Infierno o del Purgatorio o algunas narraciones tolstonianas, como Hadji Murad.”[3] No cabe la menor duda de que Shakespeare y sus obras son parte fundamental del canon.

 

Perspectiva divina de Tolstoi

Para éste sólo existe el Cristo predicador de la montaña, a partir de esto se considera que existe una perspectiva distinta entre Shakespeare y Tolstoi, con respecto al plano de lo divino. El primero amaba lo que él denominaba dios, pero de una forma poco apasionada, su dios era como es sabido, un dios “benevolente”, que desde un punto de vista individual, de benevolente no tiene nada: “Se ha dicho: Cualquiera que despidiere a su mujer, dele libelo de repudio; pero yo os digo, que cualquiera que despidiere a su mujer, si no es por causa de adulterio, la expone a ser adúltera; y el que se casare con la repudiada, es asimismo adúltero.”[4]

El Cristo predicador de la montaña, en palabras de Bloom, un dios menor a Tolstoi, que sentencia de la misma forma en que el escritor ruso condena a Ana Karenina, nunca le perdonará su infidelidad, no concibe que ella, una mujer perfecta, haya fallado; Tolstoi la ama, pero nunca la perdonará. Ana Karenina es, dice Bloom, el personaje más vigoroso y, a pesar de que el autor ruso haya sido uno de los más acérrimos detractores de Shakespeare, Karenina tiene más características shakesperianas que ningún otro protagonista.

En cuanto a  Hadji Murad, Tolstoi a veces despotricaba contra la obra y la tildaba de capricho. Sin embargo, sabía perfectamente que era una obra maestra, y que contradecía casi todos sus principios cristianos de un arte moral y cristiano. Hadji Murad es, a decir de Harold Bloom, “la excepción más grandiosa del último Tolstoi, pues ahí el viejo chamán rivaliza con Shakespeare”.[5] Tal contienda es porque los personajes de Hadji Murad poseen una vívida individualidad, característica que, según Tolstoi, Shakespeare no dio a sus héroes. El ruso jamás perdonó al ingléslo que ocurría en El rey Lear, y es posible que Hadji Murad, a pesar de todo su shakespearianismo inconsciente, sea una crítica a la manera en que el héroe trágico de Shakespeare desencadena fuerzas que están más allá del conocimiento humano”.[6]

A diferencia de Shakespeare, Tolstoi sí reproduce magistralmente en sus relatos y narraciones el entorno cotidiano y familiar de su época con enorme extrañeza, puesto que no era clara la visión del autor hacia ella, a tal grado que ese entorno parecería recién acuñado. En cambio, el inglés refleja las pasiones y acciones humanas, en sus obras presenta, en su mayoría, familias disfuncionales, basta considerar Romeo y Julieta, El rey Lear y, sobre todo, Hamlet.

Gracias a Hadji Murad Tolstoi está dentro del canon, quizá no es la producción más conocida del escritor ruso; no obstante, por su originalidad, en el sentido de la extrañeza, es la cualidad que, más que ninguna otra, convierte una obra en canónica. Esto demuestra por qué tal obra es la representación dentro del canon y no Ana Karenina, la más conocida, y que cualquiera pensaría que es la que debería ser considerada indiscutiblemente. 

En Shakespeare, por tanto, la visión divina no existe, no así para Tolstoi, quien enjuicia y condena, lo mismo que el dios en el que cree, que manifiesta un doble discurso al proclamar en la montaña bienaventurados los pobres, perseguidos, odiados, hambrientos, y atribulados, mientras que sentencia y dice “Pero ¡pobres de ustedes, los ricos, porque tienen ya su consuelo! ¡Pobres de ustedes, los que ahora ríen, pero van a llorar de pena! ¡Pobres de ustedes, cuando todos hablen bien de ustedes, porque de esa misma manera trataron a los falsos profetas en tiempos de sus antepasados!”[7]

        La tradición divina en Tolstoi es bastante marcada, mientras que Shakespeare refleja más un sufrimiento psicológico, concibiendo un antropocentrismo puro.

 

[1] Harold Bloom, El canon occidental, Anagrama, Barcelona, 1995, p. 59.

[2] Ibidem, 49.

[3] Ibidem, 75.

[4] Mat 5, 31.32. (Sagrada Biblia, Panamericana, Santa Fe de Bogotá, Colombia, 1998).

[5] Harold Bloom, op. cit., p. 353.

[6] Ibidem, p. 356.

[7] Lucas, 6,24-26.