Es lo Cotidiano

En el aeropuerto

Miriam Marlem Alonso Carrillo

En el aeropuerto

La mañana era fría. Fui al aeropuerto y la gente a mi alrededor no miraba ni escuchaba, su único pensamiento parecía ser el viaje: el regreso a casa, quizá el negocio de la vida o el principio o fin de un viaje de placer.

Yo no estaba allí para viajar. Fui a despedirme de algunas personas a las que extrañaría, pero que siempre supe iban a partir. Él también fue a despedirse; pero no prestaba atención a la persona; quizás, como yo, no iba por mero gusto y se perdía entre el bullicio.

Yo no había advertido su presencia, hasta que sentí su mirada fija. Tenía ojos de color oro fundido que iban a otro lado y volvían a mí, intensos, como si me conociesen. ¿Me recordaba? Yo no olvidaría a alguien así.

Se acercaba poco a poco, a pesar de la gente, como si quisiera entablar una conversación, decir dónde y cuándo habíamos coincidido o por qué le parecía a la altura de su mirada. Era digno de prestarle más atención: apuesto, más o menos de mi edad, cabello rubio, piel también dorada. Calentaba como un sol. Y allí estaba yo manteniendo un diálogo por medio de la mirada con esos ojos que me acariciaban. Era como si un hilo dorado nos uniese e hiciera latir el pulso de la sangre a la par. Lo único que faltaba era hablarnos y tocar nuestras pieles.

Una voz metálica sonó por el altavoz. Sentí cómo perdía la ubicación y la sacudida de la gente al moverse, despedirse, correr, como si despertáramos todos del sueño.

Cumplí mi tarea y caminé hacia la salida. Volví la cabeza para verlo ya sin interferencias o siquiera por última vez. Ya no estaba. Al igual que yo, se había marchado. Al salir, el frío había aumentado.