viernes. 19.04.2024
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Sobre Encuentros y desencuentros | Acercamientos al campo literario de Zacatecas

Mónica Muñoz

Sobre Encuentros y desencuentros | Acercamientos al campo literario de Zacatecas

Durante los últimos semestres de la Licenciatura en Letras cursé la materia de literatura regional. Los grandes clásicos del mundo literario –dentro de los que no había ningún autor de la región– habían sido estudiados. Sin embargo, fuera de la Academia, si se trataba de hablar como un experto –aunque aún estudiante– no tenía que nombrarse a Homero, a Joyce o a Dovstoievsky: para recomendar, para hablar apasionadamente lo que tentaba eran esos autores actuales y controvertidos: Salman Rushdie, Almudena Grandes, Milan Kundera.

Por ende, para la mayoría de los semigraduados en letras estudiar la ‘literatura regional’ era un hecho acartonado, obligatorio, insípido. Así que con el temor de obtener adjetivos no gratos yo defendía a capa y espada el haber elegido como tema de tesis una obra de un autor regional. Tenía la intuición de que mi admiración por la literatura ‘europea’ con todas las connotaciones cosmopolitas –e incluso poses– que el término implicaba, no tenía por qué menguar la lectura de lo que había sido escrito a nuestro alrededor, en nuestro espacio, incluso si no había sido producido en nuestro tiempo. Tenía la intuición, pero no tenía la seguridad.

Como si fuera una paradoja, en la materia de Literatura regional la única lectura obligatoria para todo el grupo fue la de un libro escrito por quien había provocado en nosotros tantos contrapunteos internos a través de materias como Literatura medieval, Literatura europea y Literatura contemporánea. Se trataba de El aliento de Pantagruel de Alejandro García, donde —según el propio autor— “se habla de algunos elementos para la historia de la situación, interconexiones y problemas de la literatura en los estados de Aguascalientes, Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas (…)”[1] ¡Oh sorpresa para aquel presuntuoso grupo de estudiantes! Había que reconsiderar la desdeñante actitud hacia la literatura regional, desde luego no se trataba de un paso difícil.

Y es que en gran parte, la mirada que nos merece la literatura regional, —la del reconocimiento— es fácil de generar si se toma en cuenta que, como el mismo Alejandro García lo dice, “(…) en nuestros espacios apenas entendemos que el pasado literario contribuye a nuestra fortaleza o a nuestra debilidad”.[2]

Por ello, antes de entrar propiamente a la presentación de Encuentros y desencuentros (acercamientos al campo literario de Zacatecas) hemos de reconocer la labor del Dr. Alejandro García quien no sólo es un escritor activo, actual, defensor a ultranza de la palabra escrita que contribuye al campo literario de Zacatecas mediante la creación artística de obras literarias, sino que también forja el campo interesándose en acercar a sus alumnos a la creación, a la crítica, a la publicación; organizando conferencias, maratones de lectura, congresos; promoviendo publicaciones,  presentaciones de libros y —además— siendo una especie de escribidor, de notario de la literatura regional que deja prueba y análisis de obras y autores que conforman el campo literario no sólo de nuestro estado sino de gran parte de México a través de libros como el que hoy nos ocupa, pero también de otros como El aliento de Pantagruel, Narciso y el Estanque y El nido del Cuco.

Agradecemos pues su obra ensayística puesto que debido a ella conocemos, exploramos, aceptamos y valoramos la literatura regional, que no regionalista, tomando en cuenta que “la labor del estudioso de la literatura regional tiene mucho más de humanista en el sentido de esta palabra como conservador o secretario de la historia registrador de hechos, que de crítico moderno que prioritariamente valora y sólo selecciona lo que considera valioso”.[3]

Encuentros y desencuentros (acercamientos al campo literario de Zacatecas) traza —por lo tanto encuentra— la historia literaria regional de Zacatecas, específicamente la perteneciente al del siglo XX. Sin embargo, como el propio autor lo aclara, no se trata de la última palabra, definitiva y absoluta:

 

Al hablar de literatura regional y más específicamente de su historia, junto con la necesidad del registro de autores, es necesario insistir en su  permanente construcción y en su carácter dinámico por naturaleza. Esto es, como en la historia, no está ninguno de sus constituyentes ni definitivamente escrito, ni previamente clasificado, ni por ella misma ni por otras historias.[4]

Aunque para dibujar la línea de la historia literaria de Zacatecas el autor menciona a 18 autores, en Encuentros y desencuentros se estudian 8: Ramón López Velarde, Mauricio Magdaleno, Víctor Hugo Rodríguez Bécquer, Juan Gerardo Sampedro, Juan José Macías, Gonzalo Lizardo, Javier Acosta y Alberto Ortiz. Además de los capítulos respectivos a estos autores, se incluye uno para la revista Dos Filos, otro para hacer consideraciones acerca de la literatura regional, uno más para dilucidar sobre lo que significa publicar en Zacatecas y otro para resaltar la utilidad del concepto ‘campo’ en la literatura.

Mediante la obra que hoy nos reúne hemos de comparar el pasado y el presente de nuestro campo literario para descubrir y aceptar que son hoy más los avances, las conveniencias y las virtudes que las desventajas.

En el capítulo dedicado a Ramón López Velarde se logra hacer una lectura del poeta jerezano que va más allá de aquéllas hechas en la escuela primaria. En palabras de Alejandro García, tales son hoy “fobias bien ganadas a eso que poco se entiende, que se sonsonetea y abruma.”[5] Sin embargo, nuestro historiador de la literatura regional logra lo contrario resaltando interpretaciones más contemporáneas:

 

Octavio Paz, por ejemplo, sin ignorar el tema de la provincia, nos ubica a un López Velarde iniciador de la poesía iberoamericana moderna, junto a César Vallejo, Pablo Neruda y Jorge Luis Borges. Y señala el uso de recursos y de temas que también por esos años despliegan a Ezra Pound y T. S. Elliot. Traza sus relaciones con Baudelaire, Laforgue y con los poetas latinoamericanos.[6]

  

¿Por qué se trata de lecturas diferentes?, para responder a tal pregunta basta con ver el apartado “Curiosidades en la estructura sintáctica en dos poemas de Ramón López Velarde”, ahí se saborea la forma de los poemas La lágrima y Hormigas; análisis poco usual cuando se trata de la poesía lopezvelardiana:

encontramos en estos dos poemas elementos sintácticos que sirven para soldar forma y fondo. En el primero a través de una frase sustantiva (…) En el segundo a través de esa lucha entre transitividad e intransitividad (…) Palabra que es eco de deseos, fosforescencia de imágenes, inaprehensible suceder de actos escondidos, la poesía de López Velarde nos ullama también a su mundo y nos insta a comulgar con él.[7]

Tratando de acercarnos al campo literario de Zacatecas –como dijimos ya, desde López Velarde hasta nuestros tiempos– en Encuentros y desencuentros se marca el zig-zag de la literatura en el estado, las coincidencias y las discontinuidades. Sin embargo, también se hace coincidir al lector de hoy con escritores que por el paso de los años o —simplemente por no haber sido editados— en la actualidad no son leídos. Así sucede con Mauricio Magdaleno en El resplandor. El crítico del campo literario nos ofrece dos perspectivas de tal novela:

 

Leída en los 40, la obra puede verse como un momento de duda entre la civilización y la barbarie. Ahora no, ahora se ve como una obra que no hace concesiones, que no perdona, que señala responsables y a partir de una aparente condena de la conducta y de los indios, empieza a bordar el trazo de todo un contexto de violencia y de miseria construido desde la lógica del poder.[8]

De fundamental importancia resulta el papel de la revista Dosfilos pues es un pilar insustituible en el campo literario que se trata. Bajo su luz, Alejandro García destaca el quehacer y la obra de José de Jesús Sampedro, quien posee “una profunda conciencia del papel del poeta como trabajador del lenguaje y una continua pregunta sobre su lugar en la crítica al mundo establecido.”[9] En este mismo apartado, apenas se deja ver a Alejandro García como creador.

Un acercamiento, un encuentro más al campo literario se realiza con Víctor Hugo Rodríguez Bécquer, cuyo uso del diálogo y el humor da fluidez a sus narraciones. Después Juan Gerardo Sampedro es el móvil para que Alejandro García, el crítico, el historiador, el creador, el maestro, nos inste a “no renunciar a la vida de la felicidad, así sea fugaz.”[10]

Tal aseveración se encuentra —de manera implícita— de principio a fin en el libro que hoy presentamos. Ello implica un compromiso con los mundos posibles –y quizá los únicos plenos– que la literatura implica, por ellos se sigue en movimiento, haciendo historia —en nuestro caso la de la literatura regional— o escribiéndola.

El siguiente en la lista de los encuentros es Juan José Macías, quien “pertenece al segundo movimiento de ruptura dentro de la poesía de fines del siglo XX en nuestra región. El primero lo provoca José de Jesús Sampedro en 1975. En el tercero marcaría rumbo Javier Acosta en el 2001.”[11]

De comentarios inteligentes que nos llevan a esa búsqueda que apenas hace unos segundos mencioné (la del campo literario que se define pero para encontrar una realidad plena, mayor a él) se acompaña la crítica a Gonzalo Lizardo, “Y es el libro literario el que triunfa, no el libro que contiene la verdad a priori, ni siquiera el libro de la vida humana, sino el libro que es producto de un jirón de la vida y nos seduce con su palabra y con su imagen.”[12]

En este caso el historiador de la literatura es también un crítico experto, quiérase aceptar o no, así entendemos oraciones como “la poesía de Javier Acosta es siempre propositiva, siempre llena de sugerencias y de tersas imágenes”[13]  y en cuanto a Alberto Ortiz: “El mayor mérito de esta novela radica en esa capacidad de la enunciación de los personajes, en esa fuerza que permite levantar una realidad textual que tiene múltiples posibilidades de la decodificación.”[14]

A lo largo de toda la obra se encuentran reflexiones que nos hablan de un campo literario no del todo armónico, pues hemos aún de resolver problemas como el de la distribución de las obras, la reedición de antiguos escritores y el gravísimo —y quizá el que menos empuja hacia un crecimiento del campo— el del encuentro de lectores. Esa es una gran preocupación, pues se sugiere que —incluso— entre los amigos es difícil encontrar auditorio.

Una carencia en Encuentros y desencuentros está dada en la omisión, seguramente con toda la alevosía, de un personaje clave del campo literario de la región. Quizá por modestia Alejandro García no se mencionó a sí mismo en aquellos primeros 18 autores que clasificó como representativos dentro de la poesía, la narrativa y el ensayo, a pesar de que él seguramente es de los que más han publicado en estos dos últimos rubros y de que es —como dije en los primeros párrafos de este texto— alguien que se encarga de mantener vivo el campo literario desde diversas trincheras.

El autor asevera que las escuelas de letras no son mencionadas dentro del proceso de “construcción del campo literario porque han dedicado más tiempo a construirse un espacio en el campo de la enseñanza y de la teoría literaria (…).”[15] Permítaseme dudar de lo anterior, porque por lo menos para algunos —dentro de los que me cuento— fue precisamente en la escuela donde entendimos la importancia del campo y desde algún escaparate luchamos para que éste permanezca; hoy —por ejemplo— la Universidad manifiesta su compromiso con el campo literario y nos lo demuestra a través de este foro.

Así que los invito a comprar el libro, vamos a contribuir al campo literario  que tanto hemos mencionado llevándonos la obra casa y —desde luego— leyéndola; después de todo también sus letras están buscando eso que todos en lo individual, anhelamos, pues es así como termina:

Quizá no podamos buscar la consolidación de un campo a la manera idílica de la Arcadia, una vez que nos hemos convencido de que el camino no es por el lado de la utopía; pero sí podemos sacar ventajas de un campo que será nuestra razón de ser, un campo que es algo más que paisaje, un campo que es ruido de hombres con sus virtudes y defectos, un campo en que deberá campear, o por lo menos debemos buscarlo, la justicia, el juego y la felicidad.[16]


[1] Alejandro García, El aliento de Pantagruel, Universidad Autónoma de Sinaloa, Sinaloa, 1998, p. 9

[2] Alejandro Garcia, Encuentros y desencuentros. Acercamientos al campo literario en Zacatecas, Ediciones de Medianoche, Zacatecas, Zac., 2008, p. 11.

[3] Ibid., p. 11.

[4] Idem.

[5] Ibid, p. 21.

[6] Ibid. p. 24.

[7] Ibid., p. 35.

[8] Ibid., p. 42.

[9] Ibid., p. 57.

[10] Ibid. p. 81.

[11] Ibid., p. 83.

[12] Ibid., p. 92.

[13] Ibid., p. 99.

[14] Ibid., p. 101.

[15] Ibid. p. 64.

[16] Ibid., p. 125.