viernes. 19.04.2024
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Casa de abajo

Elizabeth M. Murcia

Casa de abajo

Madre piensa que yo no entiendo nada. Cree que no me di cuenta cuando aquel señor de bigotes gruesos vino a verla y le gritó, y se gritaron. Ella piensa que no conozco a mi papá, pero se equivoca. No sabe que el viernes pasado, mientras enterraba un muñeco sin brazos en el baldío al final de la cuadra, una señora flaca se me acercó. “Pobre criatura, mira cómo te tiene la ingrata de tu madre”, dijo, sacudiéndome la tierra, y jalándome del brazo me llevó a la casa grande.

No entendí bien a lo que se refería cuando habló de mi madre, pero de todas formas quise explicarle que, lo que fuera, no era culpa de ella. Yo soy un niño malo a veces, pero ella me quiere mucho. He visto algunas películas en las que la gente se lleva a los niños lejos de sus mamás. Claro, ellas son señoras malas, no como mi madre, que es la mejor de todo el mundo, pero yo siempre he tenido miedo de que a mí me hagan lo mismo que a esos niños. Y más porque esta calle está llena de chismosos. Yo lo sé porque escuché a la tía Susana decirlo una tarde en que llegó a la casa con el cabello alborotado y echando lumbre. Por eso yo tenía miedo de que me quitaran a mi mamá, pero no me atreví a decirle nada a la señora flaca, que no me soltó el brazo hasta que llegamos a la casa.

Me dejó parado solo en el zaguán, mientras ella hablaba a gritos con un hombre que dormía en una silla enorme al fondo del jardín. Era una casa bonita, grande, como las que salen en las películas de rancheros que madre me deja ver los domingos después de la comida. Tenía muchas plantas alrededor del patio, a los lados de las puertas y algunas en medio, cerca de una fuente sin agua. La señora me hizo señas para que me acercara, yo la obedecí. El hombre me miró con una gran sonrisa y me sacudió la cabeza. Me dijo que él era mi padre y me despidió con una nalgada, ahí supe por qué madre no lo quería.

Nunca me atreví a contarle nada de esto a ella porque pienso que no me hubiera creído. Ella siempre me dijo que mi padre se había ido muy lejos, y esa noche yo quise decirle: “Mamá, mamá, mi papá no está lejos, vive en la calle de abajo”, pero fue entonces cuando llegó el señor de bigotes gruesos, y me tuve que conformar con una concha de chocolate mientras ellos hablaban en la sala.

Mamá piensa que yo no la entiendo, y que soy muy chico para saber qué son las lágrimas. Ella no sabe que yo sé que el señor de bigote es amigo de mi papá, y que si nos cambiamos de casa es porque ya no hay dinero. No me duele sacar los muebles porque estén pesados. Lo que me duele es que no voy a poder ver los Power rangers, porque la tele no es nuestra. Me duele que vamos a tener que caminar mucho para llegar a la casa de la tía Susana y que mamá va a tener que trabajar también en la tarde y yo sólo la voy a ver cuando logre quedarme despierto hasta las diez. Pero de todo, lo que más me duele es que mamá nunca va a saber que yo ya conocí a mi padre.