De clérigo a poeta y de poeta a hombre de letras
Chelseae Yarazel Carrillo Carrillo
De clérigo a poeta y de poeta a hombre de letras (Las diversas caras dentro de la obra poética de Veremundo Carrillo Trujillo)
.
I.
La poesía más que conocimiento de mundo, es experiencia entrañable, visceral, una manera de estar en el mundo.
Ethel Krauze
Siempre me ha parecido extraordinaria la cualidad que tienen algunos libros de llegar a ser importantes en nuestra vida, unos cuantos se valen del artificio de contar historias, otros tantos nos hacen reír, pero existen unos que son capaces de mover la forma de ver el mundo. En mi caso, el repertorio de experiencia lectora es variable, por esto no me sorprendió que la semana pasada estuviera leyendo Cómo acercarse a la poesía, con cierta actitud caprichosa debo confesar; sin embargo, lo realmente curioso fue que, mientras leía, iba teniendo una interesante regresión a mis días de primaria.
Ese lugar, donde pasamos gran parte de nuestra niñez, se caracteriza por ruido abundante, maestros regañando chiquillos, la madre que siempre está en la dirección, los bailables presentes casi todo el año, etc. Quizá se estén preguntando qué relación tiene todo esto con el libro de Ethel Krauze. La respuesta es simple: pues en ese lugar ruidoso, carente a veces de verdaderos estímulos para la lectura, descubrí mi fascinación por la poesía. Podría decirse que se arraigó en mí el recuerdo de los recitales en conmemoración del día de la independencia, la primavera, inclusive, el día de las madres en que los maestros organizaban una parafernalia en medio del patio principal, al tratar de formar a todos los alumnos en línea recta para, casi como acto ritual u obligatorio, recitar frente a la multitud de padres La suave patria de Ramón López Velarde.
En este momento, aquellos que dicen conocerme, podrán entender mi algo forzado cariño por tal poeta; sin embargo, no todo fue malo en mis primeros encuentros con la poesía, pues conocí a Roberto Cabral del Hoyo, quien me introduciría poco a poco en el mundo de las letras, y al cual años más tarde, por fin, lograría comprender en la peculiaridad de sus palabras y sus imágenes, las fronteras de su Trópico; pero sobre todo lograría distinguir al otro Cabral del Hoyo, el poeta, aquel que “sin quererlo había descubierto que gracias a las palabras […] puede hacer suyas las cosas, las emociones, los anhelos, y provocarlos en los demás”.[1]
Duré bastante tiempo aferrada a la poesía de Roberto Cabral, mas pasada mi etapa de niñez-adolescencia me alejé de los poetas zacatecanos en mi afán de buscar otras perspectivas; no obstante nunca dejé de sentir un gran afecto por mis paisanos. Por ello, ahora que la suerte (porque me encontré en el momento oportuno) y la caridad han puesto ante mí la obra poética de Veremundo Carrillo, admito me ha sido grato reencontrarme con la poesía zacatecana.
En cuanto a la poesía de Veremundo debo decir que me ha sorprendido, en parte por la flexibilidad de las formas, la claridad del contenido (imágenes, sensaciones, memorias), pero más que nada por la familiaridad que el lector encuentra en sus versos. Por todo esto, a continuación, en memoria de mi primer encuentro con la poesía, me es preciso desentrañar en las composiciones de este poeta ese ser móvil que utiliza a manera de juego de máscaras que deja ver en cada uno de los versos la pugna entre el devoto clérigo que gradualmente va mostrando signos de inseguridad sobre su vocación y el hombre ansioso de conocer el mundo y que juntos anticiparán el surgimiento de “un poeta herido por el venablo del dolor y anclado en un amor confuso. Amor a Cristo y amor al Amor”.[2]
II. De clérigo a poeta
Veremundo Carrillo nació en la región de Achimec, donde pasaría parte de su niñez, y encontraría en su madre un ejemplo de maestro. Años más tarde la familia se trasladaría al estado de Jalisco, región de fervientes devotos del catolicismo, en el cual el pequeño Veremundo fue desarrollando un apego a la religión católica que hasta la fecha parece no mermar, cosa que no pasa desapercibida en su obra, pues se ve ese lado tradicionalista en donde la fe, no sólo es tomada como una vocación, sino como una forma de expresar el deseo de seguir viviendo “el Señor nos da/ para el desierto, en cándida tormenta,/ la nieve tiene para el alma hambrienta/ refrigerio y sabor como el maná”.[3] Por lo tanto, si bien dice el refrán uno pone y Dios dispone, en el caso de este poeta la disposición del Señor era hacerle amante de la poesía. En este punto, vemos la primera máscara que utiliza el conflicto interno de Veremundo para hacerse presente; la existencia de Dios como un ente inamovible así como su amor ante la inquietud del poeta por la belleza de la vida fuera de Dios.
Este tipo de fe hacia Dios como un amor intacto es expuesto a lo largo de los poemas contenidos en el pequeño apartado Antología de poetas Montezumenses y en su primer poemario Sangre nueva, secciones donde el lector encontrara una mezcla entre la belleza de la vida y la firme convicción de vivir en el amor de Cristo. Pero al final de cada uno de estas recopilaciones el poeta se reconocerá como un infiel que ha pecado relegando a la poesía como un medio expresivo. Por esto, podemos concluir que la voz del poeta que guía al lector está llena de “sinceridad y orgullo, de pudor y melodía”[4] con la cual se puede inferir que el autor-poeta tomó posesión del estado en el cual se encontraba y que desde una perspectiva melancólica declara: “No es que espere a nadie/ por ese camino:/ el dolor se ha olvidado de mí,/ al Amor ya lo tengo conmigo./ ¡No es que espere a nadie/ por ese camino!”[5] y, en consecuencia, asumimos ha incrementado la etapa de confusión entre el Amor que ya posee (el de Cristo) y la terrible melancolía de no querer ser olvidado como poeta.
III. El ser móvil desenmascarado. El conflicto resuelto
En este apartado hare una parada para hablarles de los dos poemarios que representan el corte casi definitivo entre el Veremundo clérigo, para dar pie al Veremundo poeta, hombre de letras que en un sentido se encuentra en constante ir y venir, pero se afianza el crecimiento de la vocación poética. El primero de ellos es Mascaras de piel de hombre, poemario que se encuentra guiado por un aire de libertad expresiva, y donde el conflicto que presentaba el autor desaparece al encontrar su verdadero oficio develando su necesidad:
Soy un hombre de plaza y de teatro,/ de prisa y bostezo./ Soy un hombre de puño cerrado y danzar epiléptico./ A Dios va mi grito / de ansia o de desprecio./ Y en mi grito va Dios, complaciente:/ Estallido y Eco. ¿Qué os importa el color / de mi epidermis o mi pensamiento?/ Mi conflicto es de amor./ ¡Soy un hombre! ¡Sabedlo! Os exijo amor/ para mi espíritu y para mi cuerpo…/ Porque habéis de saber que mi carne es hermana/ de la Carne del Verbo.[6]
Con esto se da un profundo quiebre cuando el Veremundo clérigo se da cuenta de que es igual a los demás hombres, con las misma capacidades y emociones, por lo tanto no está exento de sentir las pasiones que exalta en sus poemas.
Al descubrirse hombre y exigir amor, era obvio que detrás de esa intención estuviera un apego hacia una mujer, o la inquietud de formar familia. El otro poemario que rompe, pero a la vez reconcilia al Veremundo clérigo con el Veremundo poeta (hombre) es La décima luna, una conmovedora recopilación que, me atrevo a decir, son para la familia y que a la vez, hacen al lector cómplice de la historia subterránea que acarrean los poemarios de Veremundo, entregándonos el desenlace de ese periodo confuso, pero que ha funcionado como línea de metamorfosis.
La poesía, en conclusión, es un camino de reencuentro con las dos mitades que componen a los hombres. La esencia de lo que se es (en cierto periodo) se contrapone con la que se desea (se proyecta a futuro). En gran medida la virtud de la obra de Veremundo es ese encuentro entre un ser de nuestro pasado, que conciliado con el del futuro, puede coexistir, ser reconocido y crear y recrear en la poesía una zona propia, “blanca, puntual, redonda./ ¡Ah la décima luna!”[7]
[1] Ethel Krauze, Cómo acercarse a la poesía, Limusa, México, 2002, p. 13.
[2] Cfr., “Prólogo” de Juan Antonio Caldera Rodríguez en Veremundo Carrillo Trujillo Obra Poética 1953-2003, Instituto Zacatecano de Cultura «Ramón López Velarde», México, 2003, p. 11.
[3] Veremundo Carrillo Trujillo, op. cit., p. 38.
[4] Cfr., Juan Antonio Caldera Rodríguez, op. cit., pp. 10-11.
[5] Veremundo Carrillo Trujillo, op. cit, p. 45.
[6] Ibid., pp. 94-95.
[7] Ibid., p. 170.