Cómo no ser un alquimista
Ana Lilia Félix Pichardo
Los cereales Postum te conducían por el camino de la Felicidad hacia la Ciudad del Bienestar y la Luz del Sol. Sus copos flotantes tenían propiedades religiosas, que por algo se llamaban Maná de Elías, y sus nueces conjuraban la apendicitis, la tuberculosis, la malaria y la caída de los dientes.
Eduardo Galeano
Inherente al hombre está la necesidad de encontrar respuestas que satisfagan su curiosidad sobre el mundo, la materia y la humanidad misma. La alquimia fue una práctica realizada desde tiempos inmemoriales por la cultura china e india. Altera el alquimista el orden natural de los elementos, puesto que intenta acelerar los procesos de aleación y maduración de los metales. Está hermanado con el minero y el herrero, por la energía indomable que fascinó a persas y caldeos; no se convierten estos hombres en señores del fuego, sino del tiempo.
El matrimonio de los metales estaba asociado a una tradición antigua de clasificar las cosas en femeninas y masculinas según sus características palpables para los sentidos. De tal forma era posible llevar a cabo mezclas que permitieran obtener un nuevo material. Según la creencia alquímica, los metales maduran de forma natural en el vientre de la tierra hasta llegar a la perfección aurea. Tanto el cobre como el hierro se encuentran en vías de crecimiento, por lo que están sujetos a la perfectibilidad, que los alquimistas pudieran darle a partir de la fusión, maleabilidad y combinación con otros ingredientes metálicos.
Los mineros extraen de las entrañas de la tierra los metales, transgrediendo así el proceso natural de nacimiento de éstos. El alquimista va más allá, al intentar convertir en oro los metales imperfectos de manera acelerada, se pudiera decir que va contra natura. Sin embargo existe una sacralización plena de la realidad, existe en torno a la capacidad de transmutar los minerales una serie de mitos y leyendas; sólo aquél individuo casto y libre de vicios podría encontrar oro en donde antes hubo hierro, plata o cobre.
Se encuentran en esto las claves para comprender la sátira, que mueve los hilos en la comedia El alquimista. No se burla Jonson de la alquimia y los practicantes de esta protoquímica, sino que lamenta la banalización del oficio por cualquier bribón con ingenio. Los clientes del falso alquimista pertenecen a diversos grupos de la sociedad londinense, van desde cigarreros, vendedores de ostras, hasta damas de la corte y gentileshombres. Quedan expuestas las ambiciones que mueven a los miembros de la sociedad.
La piedra filosofal es la panacea que traerá consigo la reducción de la pobreza y el sufrimiento, las enfermedades y el dolor. Es el santo grial pero también es el producto milagro que todos esperan por estos días. Paradójicamente, quien más desea la sustancia vital es quien menos la merece. Los alquimistas según se sabe jamás lograron convertir los metales en oro, porque la búsqueda era quizá el simbolismo de la perfección humana. Radica en este sentido la burla más grande dentro de la comedia de Jonson; los clientes del garito son ignorantes de las artes alquímicas, mientras que el falso doctor y su ayudante tan solo tergiversan los principios de la ciencia para su beneficio.
Primer acto
La iglesia anglicana se consolida, las jerarquías se mantienen inalterables, el poder político de Inglaterra se afianza claramente. El teatro callejero es regulado por la reina, y los grupos dramáticos se comienzan a organizar en compañías auspiciadas por nobles señores o comerciantes con cierto poder económico. Los seguidores de las ideas herméticas y el gnosticismo pueden ejercer sus artes e incluso aconsejar a príncipes y nobles[1] que pagan por sus servicios. En este escenario irrumpe la comedia que se burla de todo y de todos.
Más allá de la filosofía y la sabiduría heredada por antiguos sabios de las culturas occidentales, a la sazón surgen embaucadores y farsantes bastante populares entre el vulgo y las clases acomodadas; todos están inmersos en la teatralidad de la mentira. La superstición no le es ajena al caballero común ni a la reina Isabel, esperan ambos ambiciosos, obtener bienes, poder, habilidades, respeto.
Las estrategias varían; con la ayuda de Dol en las habitaciones de la mansión Lovewit montan el espectáculo entre vasijas, olores repugnantes y una serie de vestuario para cada ocasión, logran así alimentar la credulidad de sus ingenuos usuarios. Su aliada fundamental es la avaricia con que esperan todos la formación del balsamum vitae “convertiré todo el metal de mi casa en oro; y mañana temprano mandaré llamar a todos los plomeros y calderos, y les compraré todo el plomo y el latón que tengan”[2].
Cabe destacar el papel de Adusto, amigo de Mamón a quien acompaña para cerciorarse del tipo de servicios que recibe su ingenuo camarada. Desde su entrada a la mansión, Adusto observa la conducta de Sutil y su ayudante, le queda claro el tipo de calumnias que se llevan a cabo en esas habitaciones. La presencia de Dol confirma las sospechas de que ahí no es más que un burdel operado por ladrones y embusteros “Adusto: No es dejéis engañar, sir Mamón. Mamón: ¿En qué? Tened paciencia, os ruego. Adusto: Sí, como vos; para confiar en truhanes confabulados con alcahuetes y prostitutas.”[3]
La postura de Adusto es inexorable, parece ser el único capaz de observar las dos caras de la moneda. Ananías miembro de una secta religiosa increpa también a Sutil por el trabajo que su congregación espera, y a pesar de los pagos adelantados enviados por la hermandad, no observan resultados. Ante las dudas de los compradores de la sustancia vital, Cara y Sutil cabalmente se ofendían ante la injuria; alegando así que la transmutación tardaría aun más tiempo en consumarse. Dándose más tiempo para seguir embaucando a viudas, nobles, droguistas y notarios.
El engaño es permanente en la obra, unos a otros se mienten y esperan conseguir sus objetivos. Los cómplices se guardan secretos, esperan traicionarse uno al otro cuando hayan recabado mayor número de fondos; Sutil y Dol esperan abandonar a su compañero y dejarlo sin una corona, mientras que al final Cara pacta con Lovewit deshaciéndose de sus compinches
Segundo acto
Mi amo sabe todo, me ha perdonado, es cierto doctor; a pesar de todos vuestros conjuros averiguadlo vos mismo […] aquí termina el contrato tripartito entre Sutil, Dol y Cara. Todo lo que puedo hacer es ayudaros a escapar por la tapia de atrás.[4]
El misterio que abraza a la alquimia es innegable, tratar de comprender las visiones del mundo arcaicas sería una labor titánica y casi imposible si se tratase de descifrar la verosimilitud de las creencias de los pueblos. La fascinación por las creencias paganas ha tenido un reciente auge en el mundo occidental en virtud del fracaso de las utopías prometidas por las religiones judeocristianas[5] y las doctrinas filosóficas. Trayendo como resultado movimientos culturales como la revista Planéte en Francia y el éxito que obtuvo gracias a su desprendimiento de corrientes filosóficas tan en boga por esos tiempos (60`s) “Los lectores de Planète […]todos ellos están cansados del existencialismo y el marxismo. […] propagaba información científica que al mismo tiempo era soteriológica”[6]
Pero entonces, el regreso a las creencias naturalistas deja la puerta abierta para toda clase de supercherías y falsos profetas, que se enriquecen con la venta de edenes cercanos y asequibles. Ya no la avaricia del hombre como en la comedia de Jonson, sino la esperanza de volver a creer en “algo” ha generado condiciones favorables para que toda clase de nuevas alquimias (en su sentido peyorativo) prosperen. Obedeciendo todas ellas al nuevo orden mundial y aportándole ganancias al nuevo dios (el mercado) para no ser castigados por él.
Cuántos Sutiles y Caras no coexisten hoy día bajo corrientes de pensamiento diversas, cada cual con programas de convencimiento distintos. Tal pareciera que la miscelánea crece constantemente; cada “iluminado” con sustentos antiguos o modernos, se dedican a arrancarle trozos a la sabiduría oriental para venderla a bajo precio en la esquina de cada barrio o en frasquitos de colores con instructivos. Para tratarse de la felicidad o la paz espiritual el costo es una ganga en verdad. Ya nadie menciona la sustancia de la vida, será porque cada hechicero tiene la suya y el nombre de la salvación carece de un nombre homogéneo.
La comedia El alquimista no es más que el retrato de la vida contemporánea. Puede usted constatar que la sanación se encuentra en manuales de psicomagia escritos por discípulos de Marceau (y no es una broma). La teatralidad de Jonson le apuesta a la burla como camino de la conciencia, hoy en qué situación se encontrará el arte dramático, si los revolucionarios del siglo pasado renuncian al teatro pánico para acercar la salvación a sus seguidores con prácticas tarotistas y de quiromancia.
Pero se vive la era de la tolerancia y cada quien puede buscar su propio camino esotérico, aunque ello no deje de ser una broma de mal gusto cuando cada camino tiene un precio. Saber que“cuarenta millones de norteamericanos han convertido el negocio del zodiaco en una empresa que gana doscientos millones de dólares al año”[7]o que para ver al líder espiritual de los lamas hay que pagar quinientos pesos, sirve para buscar otros senderos hacia el nirvana (pero más baratos claro está).
Tercer acto
De la alquimia, la ciencia moderna tomó lo que le hizo falta y luego se dedicó a desprestigiar toda práctica que no cumpliera con las reglas del método experimental. La visión que se heredó de los alquimistas fue precisamente la opinión que ofrece Adusto a riesgo de ser estafado “La Alquimia es un juego bastante apropiado, algo así como las trampas en los naipes, para engañar al hombre y hechizarlo”[8], definición que es posible dar a infinidad de oficios hoy en día.
La nueva piedra filosofal, el bosón de Higgs, ha sido recientemente descubierta. No convertirá los metales en oro, no perpetuará la vida, ni curará las enfermedades, solamente se comprenderá de una mejor manera la naturaleza del universo según Christoph Paus. Y quizá a partir de eso los hombres de ciencia, los nuevos alquimistas puedan dar las respuestas que la humanidad necesita.
Mientras tanto: brujos, pseudochamanes, tarotistas, astrólogos, videntes, quiromantes, hechiceras, curanderos, gurús, líderes espirituales y obispos seguirán encarnando a Sutil y Cara, como si nada en la física teórica estuviera transformando al mundo.
[1] Cfr. Mircea Eliade, Ocultismo, brujería y modas culturales, Paidós, Barcelona, 1977. pp. 79 y 84.
[2] Ben Jonson, El alquimista. Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1984. p. 44.
[3] Ibid., p.67.
[4] Ibid., p.198.
[5] “La determinación del destino mediante la posición de los planetas constituye, en último análisis, otro ejemplo de la muerte del cristianismo” Mircea Eliade.
[6] Mircea Eliade, op.cit., pp. 24 y 25.
[7]Ibídem op.cit.p.84
[8]Jonsonop.cit. p. 63