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UN RATITO DE TENMEALLÁ

Memoria, provincia y soledad: Valores artísticos y estéticos en 'Salmos bajo la luna' de Amparo Dávila

Irma Guadalupe Villasana Mercado

Memoria, provincia y soledad: Valores artísticos y estéticos en 'Salmos bajo la luna' de Amparo Dávila

Dentro de la literatura mexicana Amparo Dávila es una de las narradoras más relevantes de la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, su faceta inicial como poeta ha sido poco estudiada. Por su pluma narrativa ha sido denominada “maestra del cuento” y equiparadas sus producciones con las de Juan José Arreola, Julio Cortázar y Horacio Quiroga;[1] sin embargo, su poesía es menos conocida. Por ello, aquí se pretende dar cuenta de la riqueza artística y estética en Salmos bajo la luna, poemario editado Con el perfil de Estilo.

Amparo Dávila (1928), oriunda de Pinos, Zacatecas, inició su carrera poética en los años cincuenta en San Luis Potosí. Ahí formó parte del grupo de jóvenes escritores Taller de Estilo, cuyos blasones ideológicos fueron el humanismo católico, la hispanidad y la provincia, al que también pertenecieron Peñalosa, Moisés Montes, Juana Meléndez y Jesús Medina Romero. Publicó sus primeros poemas en la revista homónima: “Ocho salmos: Lirios, Acuática, Angustia, Ecos de angustia, Tierra mojada, Ausencia blanca, Brindis, De retorno a Pinos” en los números 11-12 y “Carta a un amigo ausente” en el 20. Durante este tiempo, aparecieron Salmos bajo la luna (1950), Perfil de soledades (1954) y Meditaciones a la orilla del sueño (1954), editados ambos por los Talleres Linotipográficos “El Troquel”, que pese a la juventud de la escritora recibieron críticas positivas.

Tras su estancia en San Luis, Dávila decidió mudarse a la ciudad de México para hallar el camino hacia las letras. En la capital trabajó como secretaria de Alfonso Reyes entre 1956 y 1958, quien fue para ella “el Virgilio que de la mano me llevó a través de los círculos literarios”[2] y guardó amistad con escritores de la talla de Julio Cortázar, a quien dedicó el cuento “El entierro”. Ahí cultivó el género narrativo; escribió los libros de cuentos Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964) y Árboles petrificados (1977). Con el último ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1978.

Taller de Estilo formó parte de la llamada por Guedea Generación de medio siglo, dentro más de la vertiente conversacional —confesional, antisolemne o exteriorista— que de la cognoscitiva. Aquello que Guedea afirma para poetas como Rosario Castellanos, Jaime Sabines, Eduardo Lizalde y Jaime García Terrés es válido para Peñalosa, Montes y Dávila:

La Generación del Medio Siglo se solaza en la referencia personal, objetiva, realista, coloquial, terrena, llena de imágenes extraídas de la vida cotidiana, cargada de una fuerte emotividad existencia y, por tanto, angustiante, angustiosa, donde el amor, la tristeza, la soledad y la muerte se convertirán en los motivos principales del canto.[3]

En este tenor la poesía de Amparo Dávila fue una sinfonía a la soledad, un canto existencialista que atravesaba la piel y recordaba al hombre que era un náufrago. La propia autora clasificó su obra como literatura vivencial: “’no creo en la producción literaria hecha a base de inteligencia pura o de la sola imaginación. Creo en la literatura vivencial, ya que esto, la vivencia, es lo que comunica a la obra la clara sensación de lo conocido, de lo ya vivido, y la que hace que perdure en la memoria y en el sentimiento’”.[4]

Al momento de su publicación, Salmos bajo la luna tuvo una recepción positiva; los críticos resaltaron el manejo de un lenguaje sencillo en la obra de Dávila. En el número 17 de Estilo, revista de cultura, Emmanuel Carballo apuntó:

Todo poema en sí es inteligible, descifrable, en síntesis, transparente: deja ver a su través la motivación y estímulos que lo originaron. La trasparencia en poesía es la antítesis de lo  hermético. Diré, ejemplificando con poeta mexicano, que Manuel Ponce es un poeta difícil, hermético, así como la autora de este libro, María Amparo Dávila, es una poetisa transparente.

Salmos bajo la luna se compone de 14 poemas, presentados por Dávila con los siguientes versos: “aquí bajo la luna trasparente; entre el río/ melancólico de las aguas lunares,/ deshojaré mis salmos; salmos color violeta”.[5] El encabezado alude a la salmodia, del griego psalmos y odé, la recitación de los salmos, género litúrgico que tiene una función catártica, purificadora y eucológica. “Los salmos, poemas cantados, son considerados como un tesoro literario y espiritual de Israel y de toda la humanidad, un vibrante retrato de la vida y de los sentimientos de la humanidad y sus actitudes para con Dios”.[6] Dávila recrea salmos o pasajes de la Biblia desde un yo poético nostálgico, angustiado y melancólico, femenino, recubierto por un hálito onírico.

Por ejemplo, en “Retorno a Pinos”, la voz poética femenina, como Odiseo, añora emprender el viaje de vuelta al terruño; a través de la memoria, recrea la provincia como un espacio subjetivo. Gracias al uso del paralelismo, como valor artístico, emerge una serie de imágenes que se expanden. El sujeto lírico deambula por sus recuerdos a lo largo de un día, lleva de la mano al lector por las callejuelas de su pueblo.

El poema inicia con esta estrofa: “Volveré hasta el pueblo mío, como vuelve el ave errante;/ cansada de alturas y de espacios”,[7] fragmento que recuerda el Salmo 125, canto que la comunidad judía dedica a la divinidad tras la vuelta a Israel después del exilio. De igual forma, con un soplo existencialista, el yo lírico se muestra a sí mismo como un expósito; a diferencia de la composición bíblica, en que el sujeto lírico festeja ya el regreso, la conjugación en tiempo futuro indica que aún quien clama permanece en el destierro, agotado. Aquí la provincia se ubica en un plano espacio-temporal supraterrenal, se mitifica; ocupa el lugar de Ítaca o el Edén. Sin embargo, gracias a la memoria, el sujeto logra retornar:

Con el último rayo de sol, rodando por las calles empinadas
y culebreantes, recorreré los lugares que me vieron niña;
y niña seré otra vez, cogida al recuerdo de las cosas.[8]

Se imbrica el eje espacio-temporal desde donde habla el yo poético con el de provincia, con lo que la poeta mortal participa de la inmortalidad del paraíso. Los objetos representados ahí se recubren  de un hálito sagrado. En los versos siguientes, en la primera estrofa, las mujeres que van por agua se representan como una procesión, como sacerdotisas, en busca de un elixir divino; en la segunda, dicha caravana, gracias a una metonimia, toma un tono festivo y aun erótico al focalizar la atención en los cántaros. En el estrato fónico la reiteración del vocablo genera el tintineo de las paredes del jarro por el agua:

Volveré a ver, la caravana silenciosa de mujeres que van
por agua al kiosco;

cántaros rojos y brillantes; cántaros llenos de agua zarca,
que desfilan en la tarde.[9]

Estos versos rememoran el pasaje entre Jesús y la samaritana (san Juan 4, 1-39). En la Biblia, tras pedir agua a la mujer, Cristo se muestra como el agua de vida eterna. De acuerdo a Chevalier, el cansancio de los hebreos durante su marcha es aminorado a través del encuentro con un manantial, “comparable al maná: apaga su sed, lo alimenta”.[10] En la obra de Amparo Dávila, dicha fuente es el kiosco, centro simbólico de la provincia; ahí los personajes femeninos, como la samaritana, se encargan de transportarlo.

 En otro poema, “Acuática”, pese o gracias a los puntos de indeterminación, se infiere que se recrea el relato del Antiguo Testamento en que David se enamora de Betsabé, esposa de Urías, el Hitita, mientras ella se baña en el lago. Tras dormir juntos, ella queda embarazada; el rey decide enviar al cónyuge a la guerra quien muere en el campo de batalla y se casa con la viuda. Ello desató la furia de la deidad quien envía al profeta Natán a vaticinar la muerte del hijo de David y Betsabé (II Samuel 11: 1-27; 12: 1-19).

En el poema de Dávila, sólo se reinventa el versículo en que David contempla a Betsabé: “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa” (II Samuel 11: 2). En “Acuática” Betsabé, la figura femenina, ocupa el lugar de yo poético.

Como en el texto anterior predomina la conjugación verbal en futuro, así que más que el momento mismo en que nada en el lago, se representa el deseo de hacerlo; el lenguaje es el instrumento, así como la memoria en el anterior, para realizar aquello que se añora. Aquí se observa también una voz femenina, escindida entre alma y cuerpo, que quiere experimentar su corporeidad y sexualidad:

Navegaré por el río con mis brazos por remo; el río cruzaré
con remos alados, y brotarán de mis manos las flores
del agua.
 

Desafiaré los peligros de las aguas profundas; sumergida
en su seno, me pensarán acuática. (…)

Liberaré los cabellos con ansias de redes; pescarán estrellas
de coral y de nácar.

Cansada de juegos, descansaré a mi antojo sobre el regazo
del río; el río adornará mi cuerpo con encajes de espuma.[11][i]

Los poetas de Taller de Estilo se caracterizaron a sí mismos como poetas vivenciales o exterioristas, que apostaban por una estética sobria más que rebuscada; asimismo, a través de la reinvención de los géneros litúrgicos o de pasajes bíblicos, representaron la realidad latinoamericana desde la voz de personajes marginales, para ello, como recursos literarios, se sirvieron, sobre todo, del paralelismo y la metonimia, en sus primeros poemarios.  Dávila, a través de los salmos, reflejó un yo poético femenino íntimo, angustiado, melancólico y una provincia mitificada, influenciada por la tradición literaria hebraica, Paul Claudel, Gabriel Méndez Plancarte y Joaquín Antonio Peñalosa. Ello fue consonante con la labor emprendida por otros intelectuales laicos y no para constituir la identidad mexicana y con la empresa de los pensadores católicos, como los miembros de Ábside, por revivir y contextualizar el discurso católico.

 

[1] Yu-Jing Seong, “Amparo Dávila y su arte del tiempo” en Tiempo destrozado, en Actas del II Congreso Internacional “Cuestiones críticas”, Universidad Nacional de Rosario, Argentina, 2009, pp. 1-13 (versión electrónica en http://www.celarg.org/int/arch_publi/seong_yu_jin_acta.pdf, consultada el 4 de junio de 2013).

[2] Amparo Dávila, “Apuntes para un ensayo autobiográfico”, en Barca de palabras, año IV, Núm. 8, Zacatecas, 2005, p. 11.

[3] Rogelio Guedea, Poetas del medio siglo (mapa de una generación), Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2007, p. 24.

[4]  Citada en Seong, op. cit., p. 4-5.

[5] Amparo Dávila, Salmos bajo la luna, Con el perfil de Estilo, San Luis Potosí 1950, p. 9.

[6] José Aldazábal, Vocabulario básico de liturgia, Biblioteca litúrgica, Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona, 2002, p. 364.

[7] Amparo Dávila, op. cit., 1950, p. 41.

[8] Ibid., pp. 41-42.

[9] Ibid., p. 42.

[10] Jean Chevalier, Diccionario de los símbolos, Herder, Barcelona, 1986, p. 54.

[11] Amparo Dávila, op. cit., 1950, p. 46.

 

[i] Dávila, Op. cit., 1950, p. 46.