martes. 24.06.2025
El Tiempo
Es lo Cotidiano

EL PARIETAL DE CHOMSKY (COMUNICACIÓN Y LENGUAJE)

Multiplicar los caminos de y para la lectura

Gerardo Ávalos

Multiplicar los caminos de y para la lectura

Tras hurgar en la definición de la palabra gusto, apoyándose en pensadores como Kant, críticos como Levin L. Schüking —a quien yo también hago referencia—, la maestra Cervantes Becerril da cuenta de esas dos formas de editar colecciones que partieron con objetivos y planteamientos distintos pero que confluyeron “en un mismo destino como constantes de una tradición cultural que prevalece en el México actual: el primer caso es la colección ¿Ya leissste?, cuyo editor fue Eugenio Aguirre, bajo el auspicio del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE); el segundo es la colección Obra Reunida, de la editorial Alfaguara México, cuando estuvo a cargo de Salatiel Alatriste…”.[1]

Ambos proyectos se instauran como bien lo dice la autora del artículo en una tradición cuyo antecedente directo fue José Vasconcelos al unir bajo el mismo sello a la Universidad Nacional y a la Secretaría de Educación Pública al publicar una colección de diecinueve títulos de autores clásicos allá por 1939 aproximadamente. Luego hacia 1962 al ser fundada la editorial Joaquín Mortíz, Joaquín Díez-Canedo lanzó la colección “Letras Mexicanas” en el Fondo de Cultura Económica. Años más tarde apareció la colección “Sepsetentas” bajo el mando del poeta Alí Chumacero, como editor de la SEP, quien pretendió formar a los jóvenes mediante libros de sumo interés cultural a un precio muy accesible; a esa empresa se sumaron otras de la misma institución como la de “El correo del libro” y “Lecturas Mexicanas” que al principio fue coeditada con el Fondo y que en la actualidad está bajo la dirección de CONACULTA.

La colección “¿Ya leissste?”, surge de una idea que tuvo Eugenio Aguirre de crear una colección destinada a maestros, con la que éstos se iniciaran en la lectura no siendo lectores ya formados no con preferencias especializadas, por ejemplo, a la literatura del siglo de oro español. Se pretendía atraerlos con autores accesibles, modernos y cercanos, por ello se proponía leer literatura mexicana contemporánea y luego iberoamericana; y además de hacer del docente un lector, que aspiraba a que éste transmitiera en su labor docente el hábito de la lectura en los niños y adolescentes que tenían como pupilos.

Aguirre se enfrentó entonces al terrible obstáculo, los funcionarios burocratizados (Elba Esther Gordillo, ya desde entonces, entre ellos) y su falta de interés y disposición para atender y comprometerse en proyectos de esta naturaleza. Fue entonces que el programa fue presentado al entonces director del ISSSTE y fue aceptado con la idea de fincar el placer de la lectura a jubilados y pensionados de la institución, un público con mucho tiempo libre para enfrascarse en la lectura sin problema alguno.

Por su parte el proyecto de Alfaguara “Obra Reunida” responde a la idea de retomar y modernizar una marca de estatus y ofrecer una colección bien definida por autores que fueran difíciles de conseguir, ya por ser de otra época, ya porque los derechos de edición pertenecían a otras editoriales pero sin dinero para invertir en su reedición.

Para Eugenio Aguirre la colección “¿Ya leissste?” es una guía eficaz  para introducir al placer de la lectura a un público específico, los jubilados y pensionados del ISSSTE; mientras que para Salatiel Alatriste, en la colección “Obra Reunida” se concibe la idea de otorgar al  público lector una oferta de lectura para captar y retener cierto gusto del mercado que lograra imponer una marca de venta y mantener clientela cautiva con sus hábitos de compra. Ambas propuestas se caracterizan por ser plurales y diversas, que buscan enfrentar de algún modo el gusto moderno que ya se manifestaba como un fenómeno de novedad de compra y oportunidad.

Sin ahondar más en el asunto como se ve, estas propuestas editoriales son buenas y tienen mejores intenciones, pero, como señala Cervantes Becerril “las colecciones literarias como modelos de formación del gusto, y como bienes materiales que garantizan un prestigio canónico en el mercado, son susceptibles de análisis y debate histórico y crítico literario”.[2] Porque el análisis está contextualizado dentro del ámbito editorial, sin tener bien claro el mundo del lector; es decir, de los jubilados y pensionados, del padre y la madre trabajadores que se mueven día con día dentro del tiempo marcado por la rutina, en metro o en camión, del joven y la jovencita que acude a la escuela con una individual forma de ver y percibir el mundo, la vida:

En este sentido, el análisis de la recepción literaria parte del punto de vista del editor, no sólo como productor sino sobre todo como lector, creador y profesional del lenguaje. Además la oposición de las colecciones respecto de los objetivos, alcances y materialización de sus programas de lectura conduce a una aproximación de los diferentes perfiles de lectores, que en la sociedad mexicana se desconocen y que hasta ahora sólo ha sido posible reconocer, vagamente, como consumidores identificados por los puntos y lugares de venta, pero ignorando sus hábitos de compra y sus prácticas de lectura.[3]

Advierte la estudiosa de lo desconocido que era (es) saber o conocer los perfiles de los lectores en nuestra sociedad, lo mismo que sus hábitos de compra de libros y sus prácticas lectoras. Al respecto se tienen datos desde hace 8 años aproximadamente, provenientes de la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, y de la UNESCO, sobre su estudio “Hábitos de lectura” en el que se ubica a México en el penúltimo lugar, ya que el mexicano promedio lee 2.8 libros por año; ni siquiera tres anuales. La estadística es usada por Guillermo Sheridan en su artículo La lectura en México[4] para llegar a una cruda y triste conclusión: “Ya no es apreciación subjetiva sino hecho científicamente demostrado: al mexicano no le interesan los libros. Se hizo todo lo posible, que conste. Y aunque haya sido en vano, hay dignidad en la derrota.”[5] Ante ese panorama ¿qué hacer?, nada, dice el autor, “relajémonos, respiremos hondo, tomemos un descanso”, y es que los números son avasalladores, no hay lugar para el error, al 99.99 por ciento de los mexicanos no sólo no les gusta leer, no les gustan los libros ni siquiera como prótesis para la pata de la cama que se rompió.

Sheridan alude a un ensayo de Gabriel Zaid llamado “La lectura como fracaso del sistema educativo”. Allí echa mano de las estadísticas, como la que señala que de 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, el 18% de ellos nunca ha puesto un pie en una librería; o que dos millones de universitarios en el país prácticamente no compra libros. Dice también que en menos de 55 años, el número de librerías por millón de habitantes se redujo de 45 a 18 en la ciudad de México. Sheridan sigue con los datos de la OCDE y la UNESCO para sostener que hay sólo una biblioteca pública por cada 15 mil habitantes y una librería por cada 200 mil habitantes; y que en todo el país hay únicamente 600 librerías. Pero luego Sheridan pone en duda tales datos, afirma que deben de estar equivocados pues él no cree y se pregunta:

¿De veras creen que en México hay una biblioteca por cada quince mil habitantes?, es decir, ¿encuentran verosímil que en la capital existan quince mil bibliotecas? Ni sumándoles las bibliotecas privadas. ¿Y de veras se creen que hay seiscientas librerías en el país? Y, para terminar, ¿de veras se habrán tragado eso de que los mexicanos leen anualmente 2.8 libros per cápita? Ignoro su metodología, pero conozco mi tierra…[6]

El autor dice que lo más probable haya sido que los entrevistados hubieran mentido, mintieron y además exageraron sin hacerlo, y sí lo hicieron desde su muy singular punto de vista, y que la gran mayoría de ellos entiende por libro o mete en esa categoría, el directorio telefónico y el manual del usuario de su lavadora o refrigerador o televisor; que incluso los que actuando de buena fe y que efectivamente leen 2.8 libros por año se refieren a El libro vaquero y alguna fotonovela de moda. Ante esa realidad muy poco se puede hacer, o nada; queda la escuela por ser una institución obligatoria en términos de norma y conducta, de costumbre y pertenencia a un mundo más o menos normal; es la escuela quien finalmente tiene ese gran reto, o mejor dicho son los maestros a quienes les toca bailar con la más fea; imponer aunque no sea lo correcto, imponer un hábito cada día más caduco, más desencajado en una atmósfera social dominada por la televisión en sus formas más simples y banales, más absurdas y más perversas y cuyo poder está detrás de dicho invento, los grupos de poder económico y hegemónico ideológicamente hablando, aquellos a quienes les interesa un pueblo enajenado, que no piense ni cuestione y que en cambio se mueva como ola movida por fuerzas ajenas a sí misma, por inercia y por imitación; por intereses ajenos.

Si la escuela es la única salida o la única posible salida, es el maestro el héroe desconocido de esta historia, una historia que ya Daniel Pennac[7] trató como una novela y desgajó el fruto en bondades que la lectura puede ofrecer, atreviéndose incluso a proponer derechos del lector como por ejemplo dejar de leer, saltarse apartados, partes o capítulos del libro, hojear únicamente, etc. Pero está visto que tales derechos en México no se pueden ejercer ni de chiste, mucho menos como un lujo; en México, hay que picar piedra una y otra vez y muchas veces más mientras no se tenga nada seguro ni asegurado. En la Unidad Académica Preparatoria de la Universidad Autónoma de Zacatecas, el problema no está ausente obviamente, ahí también se tiene el mismo reto, el de no sólo enseñar la literatura, sino además transmitir el gusto por ella, el gusto por leerla, comprenderla e interpretarla.

Ya al hablar de la enseñanza de la literatura en el capítulo anterior se manejó el importante papel del docente, el docente como facilitador entre la lectura y los dicentes, como mediador entre el libro, el gusto y el lector-alumno. Michèlle Petit es una destacada psicoanalista francesa, a quien su trabajo la condujo de distintas maneras al problema de la lectura y los jóvenes, y ella justamente habla de ese papel que el maestro debe tener en estos menesteres. En su libro Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura[8] nos habla, en su tercer apartado titulado El miedo al libro, de las disyuntivas que en Francia han enfrentado los jóvenes para convertirse en lectores, desde la óptica de los jóvenes de origen rural, hasta los jóvenes habitantes en la urbe pero en la parte de los suburbios por el hecho de ser jóvenes inmigrantes o hijos de padres a quienes la migración los llevó de países africanos y orientales principalmente.

La pensadora francesa realmente ahonda en el tópico, ve por principio de cuentas los riesgos que conlleva adentrarse en el ámbito de la lectura y en el mundo del libro, leer es uno de los caminos más seguros hacia la individualización o la individuación como lo señala ella. Ello significa descontextualizarse del grupo familiar y comunal en el caso de los jóvenes rurales y para el caso de los jóvenes inmigrantes también despegarse de su vínculo racial para adentrarse en el campo cultual de occidente, un peligro enorme para los padres de estos jóvenes y más si se trata de jovencitas, quienes con sus propios testimonios han tenido que enfrentar una auténtica lucha cultural, ideológica y sanguínea para obtener su derecho a los libros por méritos propios. Esos son sólo unos de los miedos que representan social y culturalmente los libros y la lectura, no sin dejar a un lado el temor a nivel político y de poder:

Las resistencias respecto a la lectura son proporcionales a lo que está en juego: la manera en que se vincula un individuo con un grupo, con una sociedad. Por ello uno de los primeros actos que realizan los poderes totalitarios es controlar las formas de utilización del lenguaje impreso. Por ello también de manera más general, la soledad del lector ante el texto siempre ha sido causa de inquietud.[9]

En una sociedad moderna como la que se vive, globalizada en muchos sentidos, la lectura representa la independencia de un grupo, familiar, social, cultural, generacional incluso; esa singularidad le permite al ser reafirmarse como yo individual, igual a otros pero a la ves como único, distinto, ser rechazado por el grupo de amigos por ser un lector asiduo o apasionado es algo con lo que los jóvenes tienen que lidiar hoy en día, ser el mentecato de la clase, el puerquito, el ñoño, el nerd que lo hace looser y hazmereir de todos. Ser joven es llegar a la encrucijada en la que se tiene que tomar esa decisión, es decir, ser como los demás o distinguirse de entre varios justamente por la lectura, incluso como lo dice Petit, distinguirse de entre los que van a la biblioteca pero sólo a hacer alguna tarea, pero que jamás se aventurarán a desarrollar el gusto por la lectura o por descubrir cosas por sí solos. Al leer a Petit uno supone en un principio encontrar la clave para ser lector o hacer lector a los alumnos, sin embargo no hay recetas ni fórmulas, responder a la pregunta ¿cómo se vuelve uno lector?, es cobrar conciencia de lo que significa la lectura y tener el gusto por ella, o sea, saber que adentrarse en los libros es liberarse de uno mismo incluso, autoanalizarse, reconstruirse uno mismo como persona, esa es la llave, la recompensa:

La lectura puede reforzar la autonomía. Pero el hecho de entregarse a ella presupone ya cierta autonomía. La lectura puede ayudar a construirse, pero tal vez presupone que se esté ya lo suficientemente construido y que se soporte la soledad… Por mi parte… me parece que un hombre que no le teme a su propia sensibilidad es mucho más maduro, más humano, que los que se desplazan en hordas y que alardean ruidosamente de su musculatura.[10]

Interesantes sin duda las reflexiones que genera Michèlle Petit, y es que ella parte de su experiencia como psicoanalista, trabajo que le permite afirmar que lo que determina la vida de los seres humanos es o ha sido el peso de la palabras o la ausencia de éstas, así lo dice en una entrevista que se le realizó en octubre de 2007 en Argentina para la revista impronta[11]. Para ella la lectura es placer antes que gusto, sin embargo advierte que no se le puede hablar de placer por leer a quienes no han tenido esa experiencia de manera personal, por lo que hay que ser cuidadosos, pues eso puede generar rechazo y crear el sentimiento de exclusión, algo que desgraciadamente se practica en la escuela. A la pregunta ¿Cómo se construye un lector? ella responde:

El objeto de mis investigaciones no es tanto cómo “construir un lector”, sino cómo la lectura ayuda a las personas a construirse, a descubrirse, a hacerse un poco más autoras de su vida, sujetos de su destino, aun cuando se encuentren en contextos desfavorables… si se trata de evocar la manera en que uno se vuelve lector, diferentes encuestas lo probaron, la lectura es un arte que se transmite más de lo que se enseña.[12]

Nuestra autora reconoce que es en la familia en donde en mayor medida se construye la relación con lo escrito, y que el gusto por la lectura se debe en buena parte al hecho de ver a los padres leer, a las conversaciones familiares al respecto, a las lecturas en voz alta dirigidas a los niños en las que las inflexiones de la voz se mezclan con gesticulaciones de ternura, en pocas palabras “a la capacidad de establecer con los libros una relación afectiva, emotiva y no solamente cognitiva”[13]. Y luego, el papel de la escuela o más precisamente, el papel del maestro, ese mediador que debe ayudar a que la literatura ingrese en la experiencia de los alumnos, no sin antes lograr que esa misma experiencia haya ingresado en la suya propia; así como “todo psicoanalista debe haber hecho, él mismo, un análisis; todo mediador de lectura tendría que pensar el propio recorrido lector, la propia relación con los libros”.[14] Petit concluye la entrevista convencida de que para lograr el objetivo de trasmitir la experiencia lectora y el gusto hay que multiplicar los caminos, enriquecer los métodos de enseñanza y hacer uso de todas las posibilidades al alcance, de todo cuanto pueda ayudar a llegar a esa meta.

 

[1] Freja I. Cervantes Becerril, , “Colecciones y formación de gustos literarios en México”, Andamios, vol. 6, núm. 12, México, diciembre, 2009, p. 285.

[2] Ibid., p. 296.

[3] Idem.

[4] Sheridan, Guillermo, “La lectura en México”/1, Letras libres, Columnas, núm. 100, México, abril, 2007.

[5] Idem.

[6] Idem.

[7] Daniel Pennac, Como una novela, Anagrama, Barcelona, 1993.

[8] Petit, Michèlle, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura, Fondo de Cultura Económica, México 1999.

[9] Ibid., p. 116.

[10] Ibid., pp. 139-140.

[11] Petit, Michèlle (Entrevista), “La lectura como constructora de sujeto”, en Impronta, Pontificia Universidad Javeriana, núm. 3, vol. 1, Bogotá, pp. 7-14.

[12] Ibid., p. 8.

[13] Ibid., p. 9.

[14] Ibid., p. 11.