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Diana Garza Islas
*
Donde un círculo-espejo presenta la actitud
de rojo en la grimoria.
Árboles en la memoria el círculo a donde irán
los árboles cuando crezcan.
No obstante la trepanación
(de la estrella)
en el punto exacto que busco
al fondo de mi cuerpo.
No sé si del color de la noche
o en el estiramiento de un verde traje de coctel
que me conminaría en polvos:
manos de chango —pigmaliónicamente.
O decidir un collar más extenso:
¿cuándo he de recordarte?
Sumisos al escaparate pluvial
así su baba trasluciendo
así su armario de calor.
Donde un graffitti en lodos ya empezara
por fingir tu nombre.
*
Séfer, el libro que no te escribí.
Séfer, la maleta.
Su armadura bicolor
de plástico vencejo
cifraría a las gladiolas.
Su trajecito de urticaria y plexiglás
que decías sin poema
que decías pastas
secrecían ahí el foie gras
bailándola a la sórdida, al gravy.
Al gravy donde gruñen saltamperios
y decís: Yo soy así.
Y decís: Yo no sé hablar —significando Yo
perdí mi anillo por otro halo de algodón.
E incluso, camellones. ¿O lo imaginé?
Que apilábamos aún dulcecitos
recabábamos bengalas
en la palabra bienvení
en la palabra adorar
en la palabra seccionáte
la punta de la lengua,
intacta:
ennocturnecer.
Que era decir, su corazón
de aguacate.
Que era decir, en semicírculo
de las que tú entreviste luengas
ni
su clúster, su botón
pudriéndose
y brillosísimo, ahí.
*
Y esa secuencia tras mallas ciclónicas
con su
telaraña titilante traslucir
desde un Gran Vidrio
que sólo yo veo
y mis ojos que lo miran.
En la miel de ese color, doble
doblemente espectral
su química pentagónica envuelta en fases de
coronamientos nocturnos —los niños
exclamaban.
En fantasmas a la voz de otro cilindro.
De otro líquido a la vuelta de su tránsito.
Su líquido (ya dije que su cuerpo)
como una amanatista dulce
mitad gris, mitad cualquier cosa.
Y era aquí que un ángel de cerámica
le hablaba al micrófono:
Nada nada nada, Anthrax en las yemas. Polvo-
Ámbar. Dedos-Dimisiones —los niños
exclamaban, pero hablaban del dolor.
Bien cerradas las colmenas
calle arriba en polvitos de invisual
hablaban del color.
Y era tan galáctico, decían
pero hablaba La Oranjuela.
*
Pero venía diciendo.
(Mamá no sabe volar.)
Venía diciendo.
(La Reina acéfala
es la colmena.)
Y cerramos las colmenas.
Y dije el corazón de un aguacate.
Animales unicórnicos.
Y dije quiero nadarinas.
Y dije un cuerpo.
(Para mirar
cuando no hay noche.)
Entonces la pared se me viniera
encima, como espadas de cartón.
Dije catalizar.
(Su huevo azul celeste
en la mordida
cámara de gas
la que ella nos contaba
cuando estaba por dormir.)
Pequeñamente
sucintamente
nos llevaron destrenzando
la boquita en aspas
y era tan radiante
que no cabría decirlo
era como allá que en la montaña
aún pastaban ovejitas
concéntricamente.
[…]
Y olía humo.
Y clausuraba el radiador.
Donde ya no adivinábamos
el nombre de otro al tú gemir
sus barras verdinegras
en sucios mazapanes.
*
Stellatundra,
Albadune, Whiteout,
Zebranivem, Faloop’njoompoola.
—Ingalaterra, ella decía.
O cairel de abejas magras, veliz
noctífugo
en la punta de la lengua.
Darme lazos.
Darme tortugas.
Or a swirl of marron bees
at the “noctifuge” suitcase.
—Engaland, she said.
(Like an evolor.)
Y sus líneas explayaban
un rectángulo de vidrio dando pie
a algo con sol, una sombra de bicicleta
arellanándose oblicua.
In the whole whale of what we mean.
Y espiráculos.
Y nudos.
As the knight was falling his sword
his word that was fall in
my offspring, mummy.
Mientras un sarcófago de algas dividía
vendatorias de mi blusa en carabelas portuguesas
y penínsulas neón.
¿O serás tú Quien Soslaye
sus Polvitos de Cangrejo? —rió bravo.
Así, la vereda persistía
una a una, las migajas
la duración insaciable
la fronda
la pesquisa que no duda
—ciertamente—
cada tiempo en qué lugar
lo que yo supe.
Aquí,
fundaremos una caja
negra, y que se llame como a mí.
(Lo dijimos en voz baja.)
Allá
donde la nieve no se derretía, y el hielo
era dicho y sin los ojos.
(Otro día, en otro idioma.)
Como flúor.
Como humo.
(Como lo que dije entrelíneas
para sí saberlo.)
Así superé el andamio
y caí cuesta arriba de mi voz.
Y no era yo, solamente, un trío
se unía al paisaje.
Arrojaron los velices.
Aquí es aquí, mamá.
Y aquí es aquí.
(Él se hundió, él dijo sí.)
Al fondo
ya sólo la certeza de mi cuerpo
en la nieve disentía.
Diana Garza Islas. (Santiago, Nuevo León, 1985.) Ha publicado en algunas antologías y libros colectivos. Formó parte del consejo editorial de la revista Lenguaraz, de Proyecto Literal, y actualmente es editora en la Capilla Alfonsina de Monterrey. En 2012 recibió una beca del FONCA por su libro Caja negra que se llame como a mí. Escribe en su cuenta @hastrolabia.