martes. 23.04.2024
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Eros díler

Nazul Aramayo

Eros díler

Fragmento de la novela Eros díler (Jus: 2012)
 

5
 

Noche en la Comarca. Llegué del trabajo y Yoselyn estaba pisteando con sus amigos. Cumbias, risas, botellas burbujeantes, cerveza fluía por la sonrisa universitaria de mi nena. Estaba fastidiado, abrí mi botella y miré su abertura nebulosa como si pidiera un oráculo. Bebí hasta el fondo.

            Yoselyn se acercó cariñosa, sonriente y malhablada, caminó entre bailarines y botellas para llegar hasta mí, abrazarme y escupir.

            —Ora, cabroncito, anímate, échate otra.

            Recordé la gente al entrar y al salir del negocio, polvo brillante suspendido en el umbral de la puerta, piernas tatemadas, duras, resplandecientes, niñas mamacitas, mujeres de un lado a otro, levantando basura y polvo a su paso grácil. Gente en el negocio, vatos gediondos, pelos duros, caras grasientas atizadas de cemento. Sopor y asfixia. En la noche era un trapo con ganas de cerveza y cama, un trapo bañado con gasolina.

—Tranquila, nena, tengo sueño.

Se dio la vuelta y fue por otra cerveza. La abrió con sus muelas, escupió la corcholata y me la aventó a la cara.

—Nomás cuando tú quieres, ¿verdad, pendejo? Nomás tú y tu tiempo, tú y tus cosas, no tienes tiempo para mí.

—Bájale a tu pinche pedo, Yoselyn, no quiero problemas.

Me empiné otra cheve y la bebí de un trago. Claridad, noche de hojas arrulladas por autos a exceso de velocidad. Amigos en la sala y en el patio nos miraban de reojo.

—Yo sí te doy tu espacio, te dejo escribir, te quiero, te comprendo y tú no puedes ni pasar una noche a gusto conmigo.

—No mames, Yoselyn, estoy cansado, no me chingues.

Aventé la botella vacía contra la ventana. Oímos el cristal descalabrándose sobre el pavimento. Salí de la casa.

Yoselyn gritó y me siguió descompuesta.

—Sólo empiezas a tomar y te pones muy machín, ¿verdad?

Se aferró a mi brazo, jalándome.

—Ahora me mandas a la verga, ¿o qué?, nomás te digo la verdad, te encabronas y te vas.

La jalé y la tiré al suelo, cayó sobre sus nalgas de mezclilla azul.

—No vales verga, pinche puta.

Me di la vuelta, ella se levantó y me tiró un putazo en la espalda.

—No quiero volver a verte.

Me metí al vocho y me fui en chinga.

Necesitaba un pericazo, un aliviane.

Manejé por el bulevar Revolución hasta el bar Premiere. Entré al baño, un cholo meaba a mi lado. Le pedí un pase; me roló su bolsita sin voltear a verme.

—Llégale, pareja.

Neón y cumbia, el Premiere era el reino de la noche. Luces negras bañaban al grupo musical que invitaba al pichoneo; vi a las ficheras mandando mensajes por celular mientras sus clientes, prendidotes y recién salidos de la maquila, las abrazaban de cartoncito. Con una Carta Blanca y un pericazo el mundo me pareció, por momento, un lugar habitable. Pensé en Yoselyn, inevitablemente. Allá afuera había cholos en bicicleta esperando a que sus damas terminaran de fichar. ¿Podríamos vivir así?

De regreso a casa me seguía una camioneta de la policía. Eran las cinco de la madrugada. Me detuve en un semáforo en rojo. Pensé en cuánto dinero traía en la cartera. Después de diez horas de trabajo diarias durante seis días a la semana, siempre me preguntaba por qué me faltaba varo para un trago el fin de semana. Las cosas estaban a punto de cambiar con mi beca. El semáforo cambió a verde y arranqué; la camioneta prendió sus luces y me pitó. Eran dos policías municipales, la escoria más baja del poder judicial.

—Inspección de rutina, joven.

Uno me bajó del vocho y me bolseó, sacó las monedas y la cartera de mi pantalón.

—¿Qué pasó, qué hice, oficial?

Algunos carros pasaron a madres, se oía el zumbido del viento.

Uno contó el dinero.

—Trae aliento alcohólico, tiene que acompañarnos.

Estaba a dos cuadras de la casa. Traté de explicarles mi situación, mi trabajo. No mencioné que era poeta.

—Además, usted anda drogado.

—Pero devuélvame mi dinero, oficial.

El otro se metió en la camioneta y encendió el motor.

—Pues ése es su problema.

Sacó los billetes de mi cartera, el dinero de una semana de trabajo.

—Así le hacemos o viene con nosotros a la Colón.

No tenía ganas de caer en el bote. Quería regresar con Yoselyn y dormir abrazado a ella, sintiendo sus nalgas cálidas arrullando mi pene. Me sentía lleno de coraje, impotencia, rabia. Los polis subieron a su troca y se fueron quemando llanta.

            —Ojalá los maten.

            La casa estaba vacía. El arbotante volcaba su luz por la ventana, una bruma gris de cigarro y vapores de cheve brillaba sobre latas vacías, charcos, ceniza, vidrios rotos. Yoselyn dormía en el cuarto. Me acosté junto a ella y la abracé. De su boca abierta colgaba espuma y baba. La abracé con fuerza, sentí su sangre tibia galopando por sus venas, escuché los latidos de su piel dormida; deseé estar así con ella para siempre, que nos apoyáramos para salir adelante en esta ciudad de mierda. No estaba arrepentido de haberla humillado.

            Por la mañana se dejó acariciar y besar. Cogimos muy sabroso, como se coge cuando engañas o humillas.

Nazul Aramayo (Torreón, Coah., 1985). Ha sido becario del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico de Coahuila (PECDA: 2007–2008 y 2011–2012) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA: 2010–2011) en el área de Jóvenes Creadores. Ganador del XXIX Concurso Literario Nacional Magdalena Mondragón en el género de cuento. Ha colaborado con crónica, poesía, cuento y reseña en medios. Es miembro del consejo editorial de suplementodelibros.com Eros díler es su primera novela.