viernes. 19.04.2024
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Desierto adentro

Carlos Sánchez

Desierto adentro

Despierto debajo de un árbol. Las hormigas descuentan de mis pertenencias un pedazo de tortilla. Me encuentro al abrir los ojos la compañía de un ejército rojo, caminan en su jornada, no cesan en su trabajo. Pienso en mis acompañantes del tren, y su destino. No me queda claro dónde están, si están aún. No supe a qué hora el sueño impuso sobre mí otra vez su fortaleza. Sumergido en la respiración y con el cuerpo apagado no escuché el ruido del tren, el maquinista no llegó para advertirme la continuación del viaje. La amenaza de mortificación me hace sonreír. Qué importan los centroamericanos y el maquinista, sólo importa, me digo, esta posibilidad de encontrarte.  Me levanto ahora y ando por la vereda donde miré el desfile de migrantes y a la niña que me hizo recordarte. Camino. Sobre una lámina están las huellas de una brocha que construye la palabra Altar. Debajo de Altar, en paréntesis, una cifra irreconocible, y la palabra población. Los centroamericanos mientras el viaje sobre el tren, hablaban emocionados sobre este poblado. Altar, dos sílabas que les llenaba de felicidad. Querían llegar hasta aquí bajo argumento que ya en el corazón del desierto todo se vuelve estándar, los cuerpos aquí son iguales, no existe la diferencia en el acento al expresarse, Altar una vía para la unidad con los otros migrantes y construir juntos el paso al otro lado. Y la otra realidad, según los periódicos, las estadísticas: Altar, vía también para el próximo menú de zopilotes, huesos que se desintegran en el desierto, trapos degradándose. Altar. Alto altar de la muerte. Incesante trajín de forasteros. Comercios a la orilla de la carretera que ofertan pañuelos, pantalones cortos, mochilas, camisetas de algodón, estampas de la virgen de Guadalupe. Altar, plaza frente a iglesia convertida en posada, indigentes que van y vienen, que se quedaron para siempre, la memoria extraviada en el intento por un futuro de dignidad, conciencia en el limbo devastada por los rayos del sol. Altar, plaza para la transa, mercado de. Altar, cuerpos púberes  en cuyas espaldas un costal de ixtle significa la ganancia de quinientos dólares y cuyo contenido son quién sabe cuántos kilos de droga. Altar, trasiego de esperanza y crueldad, puerta hacia el abismo, la fosa común. Altar, taquerías, fondas, restaurantes. Altar descrito en miles de volantes con información que previene al migrante de las crueldades del desierto, volantes en manos de buenos samaritanos que en brigadas, con sombreros de lona en sus cabezas, reparten desde temprano en la plaza.

Quien crea que la faena es fácil, quien crea que conquistar el sueño dólar es nomás brincar la cerca cómo se brinca la cuerda de niño en un juego feliz, quien crea que esto de construir identidad de ilegal en un país es fácil, anda errado. A medio día un sol sin compasión se desploma como un diluvio de brasas que enciende el cuerpo. Caminar por inercia porque la vida no se detiene, es un reloj incansable. Caminar en un zigzag, evadiendo choyas, nopaleras, la flora es un hierro natural inmerso en el desierto. No sólo de dunas se compone el camino hacia la frontera. Los sahuaros son cactus que de a poco se convierten en fantasmas, figuras de gigantes que acechan con sus brazos. Se mueven con su fortaleza, avanzan hacia el encuentro de las flotillas que marchan en peregrinación, muchos en sus delirios emprenden carreras de pánico, Me viene correteando y es un gigante, me quiere tragar, ayúdenme, que no me coja, ayúdenme. Una carrera contra el diablo, ese monito dibujado en los juegos de lotería, esa imagen tan real de la cual antes sólo se tenía un recuerdo de diversión ahora se convierte en una maldición, en la posibilidad de la locura, delirar parece inevitable mientras las huellas construyen la historia, esa historia que inició como una esperanza y a cada metro que avanza se transforma en desesperación. Antes de atardecer el sol es una hoguera cuyo vaho forma un levitar de vapor encima de la arena. Apenas cae la tarde y el color naranja del cielo es un cristal donde se reflejan las tristezas. Al paso darle urgencia, porque ya nomás entrar la noche y el sereno que se desprende del aire es un frío implacable. Duelen los huesos, no hay manera de alivio, las mejillas se tornan rojizas, un tomate maduro es cada uno de los rostros. Un rojo tan intenso como la imagen del diablillo con su trinche persiguiendo desde el delirio.

Fragmento de la novela En el mar de tu nombre.

Carlos Sánchez (Hermosillo, 1970)

Nació en 1970 en el barrio Las Pilas.

Escritor autodidacta, su literatura surge desde los barrios marginales de su ciudad natal: Hermosillo.

Periodista y escritor, ha publicado libros de crónica, cuento, entrevista y relato. Ha sido ganador del Concurso del Libro Sonorense en dos modalidades: crónica por Matar y en cuento por Hazlo por mi corazón.

Matar, su libro más reciente, contiene testimonios de asesinos, y después de presentarlo en la Feria Internacional del Libro (FIL Guadalajara), en el marco del Encuentro Internacional de Periodistas, fue calificado por el escritor Sergio González Rodríguez, en el diario Reforma, como uno de los mejores libros publicados en 2011.

Su obra literaria en crónica es muy amplia, Linderos alucinados (La cábula, 2000; Forca 2008), De efe (La Cábula, 2006), Señales versos (La cábula, 2007), Desierto danza (La Cábula, 2007), Aves de paso (La Cábula, 2010), Puro barrio (UNISON, 2010), Matar (ISC, 2011), Hazlo por mi corazón (ISC, 2013) y Matar (NITRO/PRESS, 2013).

El fundador de Ediciones La Cábula, una especie de ejercicio editorial que nació con el objetivo de publicar a autores no publicados; en 12 años ha logrado más de una treintena de títulos publicados de diversos géneros.

Carlos Sánchez actualmente imparte diversos talleres en torno a la literatura, inclusive de fotografía; su fuerte son los talleres de escritura creativa que también ofrece en diversos penales del país, recientemente impartió cursos en Reclusorio Oriente y Sur de la ciudad de México.