Hermosa Eli
Raquel A. Bojórquez G.
La frase con la que empiezo será la misma en la que terminé la carta pasada, quise dejarte en suspenso, ¿lo logré?, bueno, va: que no me molesten en la hora o media hora de satisfacción plena. Es mi hora o media hora. Hace tres años que te fuiste, digo, que decidimos separarnos para estar mejor y desde esa primera semana fría, dolorosa, cansada, hambrienta, tengo mi hora o media hora. Lo más fastidioso es cuando estoy en mi hora o media hora, que yo quisiera que fuera siempre una hora o más, es cuando alguien llama a la puerta. He quitado el timbre. Los golpes no son tan fuertes, además, la gente se apena de tocar con mayor firmeza y se va.
Casi termino las decoraciones. Ha quedado relindo, dirías tú si lo vieras. En lugar del espejo de cuerpo completo que colgaba a espaldas del lavamanos he puesto una repisa con libros, digo, ya sé que hay mucha humedad y los hongos salen y los libros comienzan a perderse, pero he comprado un líquido que evita la acumulación de hongos, lo rocío sobre las hojas y listo, bueno, eso dicen las instrucciones y yo confío, como en ti. A parte, creo que es más útil un librero que un espejo donde cada vez que iba al maldito baño me recordara mi inútil figura: celulítica, redonda, enorme, flácida y peluda, antes de que te fueras; esquelética, como un pico, flácida aún, peluda aún, ahora que ya no estás. Hoy puedo evitarla, de hecho, he corrido a todos los espejos, no los necesito. Tú eras tan hermosa que se necesitaban todos. Yo podía verte desde la cocina si volteaba al espejo de la escalera e ibas subiendo, si volteaba al espejo de la sala y estabas en el escritorio, entonces sí eran útiles, ya no. Sólo veo mi reflejo en los aparadores, no creas que no me rasuro, digo, sigo pensando que esto es un tiempo para pensar y quiero estar presentable el día que regreses, por eso voy y me veo nítidamente en el grande y alargado espejo de la barbería, me siento miserable por media hora o veinte minutos, en ese tiempo sólo pienso en ti y eso ayuda. También es por el trabajo, el señor Thompson me dejó volver aunque con menos presiones. No creas que estoy obsesionado o algo por el estilo, sigo mi vida, ya ves, te cuento de mi nuevo pasatiempo, de mi hora o media hora plena, sólo que he captado las señales que dejaste en nuestra última conversación, el ‘espero que cambies’, ‘deberías pensar que estás haciendo con tu vida’, ‘un sicólogo ayudaría’, las he entendido. Ya he empezado con casi todas, excepto el sicólogo, digo, ya encontré una ocupación terapéutica si es que a eso te referías.
Bueno, sigo con la decoración. He cambiado la cortina por un cancel que llega hasta el techo. No quería la mezcla de olores, el espacio de la regadera me robaba un poco de mi hora o media hora plena. También desconecté el ventilador y el extractor, otros ladrones. Cambié el escusado y el lavamanos por tus colores favoritos, quería que fuera sorpresa a tu regreso, pero ya ves, me he adelantado. Por lo demás todo sigue casi igual, no me ha apropiado del espacio de la casa, la he mantenido limpia, como a ti te gusta, no ha sido fácil, eh, los primeros meses fueron los peores, pero ahora ni si quiera parece que no estás. Cuando descubrí que habías dejado tu ropa, fue una alegría enorme, fue otra señal que no había visto. Tu ropa también la lavo de vez en cuando, por el polvo, ya ves cómo ha sido siempre la casa. A veces dejo caer algún suéter o tu toalla por ahí, cuando llego de la calle y la veo, corro por la casa y subo las escaleras, no estás, luego me acuerdo que fui yo y me río, porque sé que un día voy a encontrarte acostada en nuestra cama. Te cuento que todavía conservo los edredones de la última vez que hicimos el amor, sí las lavo, eh, pero son las que están casi siempre. Lo hice porque sé que eran tus favoritas, digo, son, y como te dije, quiero que todo esté lo más parecido, excepto yo, como tú quieres.
Mi hora plena empieza así: a la menor provocación de mi estómago, salgo corriendo al baño, no quiero que escape nada, quiero que todo se encierre ahí Tal vez debería contar primero como lo encontré. Habían pasado unos días desde nuestro tiempo, (no quiero hablar del drama, lo menos que quiero es que te sientas culpable) y no me iba muy bien. No había comido como cuando estabas tú, no había ido al baño, y ya ves que eso me gustaba y te enojabas conmigo, qué querías, aún no tenía esto y los minutos en el baño me parecía los más desperdiciados de mi vida. En esos días sin ir al baño (y para qué voy a mentir, me sentía al menos feliz por ello) comí algo, no recuerdo bien si leche o qué lácteo, y mi estómago tuvo una reacción. Tuve que correr al baño, ¿te imaginas?, yo corriendo al baño. Bueno, para no hacerlo más largo, comencé a cagar (perdón por la palabra pero se me hace la menos eufemística) y otra vez los remordimientos del tiempo perdido, pero de repente comencé a percibir un olor familiar. Fue como un flashback, sí, de cuando no aguantabas y yo estaba bañándome. Entraste sin permiso (perdón por aquella vez, exageré, pero ya sabes cómo era, pero créeme, he cambiado mucho) y al final tuvimos una discusión sin sentido, mi culpa, claro. El punto es que era el mismo olor, ya sé qué es un poco extraño, pero no miento, era idéntico y comencé a llorar. Seguí defecando (decidí cambiar la palabra, ¿está bien?) y cuando terminé, me acosté por un rato en el piso del baño, respirando tu olor. Desde esa vez, de forma extraña hasta para mí, aparece un recuerdo tuyo, un olor tuyo. ¿Crees que es grotesco que te recuerde así? No lo es, créeme. Tengo que confesar que no sólo eres tú a quién recuerdo, compañeros de trabajo, antiguas parejas sexuales, bueno, mucha gente. Pero lo que realmente me importa es recordarte a ti, sólo quiero tenerte de nuevo. Por eso las remodelaciones al baño, lo hace más fácil, leer con tu olor es una de las pocas felicidades que tengo. No es tan fácil como parece, eh. He tratado, y creo que lo he ido logrando, de perfeccionar esto. Tengo una lista de alimentos combinados que me han provocado tal o cual olor, puedo decir que muchas veces lo logro, pero a veces, las mismas comidas con diferentes estados de ánimo resultan otra persona, digo, el olor de otra persona. Cuando como verdura, bueno, sólo calabaza y zanahoria, te recuerdo recién duchada, tu cuello en específico, fresco y bello, bueno, ¿da un poco de miedo?, ya no hablaré más de esto, pero es algo así. Para controlar mis estados de ánimo he comenzado a tomar pastillas, estas también varían dependiendo del menú, reaccionan diferente con todo.
Confieso que a veces no ha sido placentero. He recordado a mi madre, ¿sabes?, aquellas noches escurridizas cuando mi padre no estaba o las duchas de baño, entonces no aguanto, salgo corriendo. También a mi padre, pero sólo cuando regresaba de trabajar y madre corría y yo me hacía el dormido. Luego él iba a darme un beso y percibía su olor tan fuerte. Fuera de eso todo está bien. Aunque no es cómodo recordar a tu jefe o algún vecino, pero bueno, es parte del perfeccionamiento. Tal vez las parejas sexuales pasadas están bien, digo, no te enojes, sólo son recuerdos que no me provocan nada, sólo te espero a ti, lo sabes. Creo que me he extendido de más, ¿no?
Te recuerdo que no he recibido nada tuyo, no sé si se pierdan o qué. No estoy reclamándote, si no quieres escribir está bien, sólo me aseguro de que sepas que no recibo nada. Te he contado vagamente de mi pasatiempo o de la manera en que te encontré, espero que ya en persona podamos platicarlo mejor. Bueno, fue demasiado. Espero haya sido entretenida tu lectura, al menos.
Te ama, Gil
Raquel A. Bojórquez G. (Hermosillo, Sonora, 1991.) estudia Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha participado en diferentes foros de literatura: académicos y de creación literaria, Algunos de sus textos han aparecidos en plaquettes y revistas de literatura como Círculo de poesía y Anders Behring Breivik. Fue seleccionada para el curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación para las Letras Mexicanas Xalapa-2013 y recientemente como becaria del Festival Interfaz del ISSSTE Noroeste.