jueves. 18.04.2024
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Vencer para avanzar

Yara Ortega

Vencer para avanzar

ALPHA

-Cierra la puerta.

Fue lo primero que escuchó al penetrar en la habitación. Cierra los ojos, pensó. 

Siempre ha sido angustiante escuchar la palabra “perdón”, pero nunca ha dejado de serlo el tener que pronunciarla. Sin embargo, siempre es indicador del grado de amor que pueda existir entre dos personas. Su falta indica la huida del respeto. Esta tarde era el momento propicio, no sólo para el amor romántico que a su edad se consideraba impropio, sino incluso ridículo: Era el instante exacto, en el que la luz entra con la ternura satisfecha de un ocaso, cuando las expectativas del día han sido llenadas. 

Un viento fresco se dejó sentir, igual que el abrazo de un rebozo. Era tan extremadamente delicado como una mirada que acaricia un texto hecho con todo el amor que se es capaz de expresar, pero sin embargo tan tímido por reciente como profundo se puede sentir, tal es el respeto a la libertad del prójimo a quien se le profesa. Brindaba un alivio enorme en medio de la torridez costeña. Era estío. 

Cierra los ojos, se volvió a ordenar. Cómo se permite la consciente divagación de la filosofía, cuando la racionalización corta de tajo la capacidad de sentir. De ser. De vivir. Basta grabar en la memoria, para resucitar esos momentos llenos de magia que habrán de llenar el futuro que amenaza igual de árido al presente. En la oscuridad se encontraba el sujeto de su culto. 

Extendió los brazos, buscando asir en el vacío, aquel sueño hecho material. En la duermevela nocturna muchas veces se había presentado nimbado de fantasía, y su yo interno le ordenaba: --¡No  despiertes!-. Pero el ajetreo de la aldea avisaba que era hora de regresar a la plana cotidianeidad. Ahora sería distinto. 

En la cama, Sofía. 

Midrashim continuaba tentaleando la oscuridad. 

I.- BETA: DE FLAQUEZAS, FORTALEZAS. 

Sofía era segura de la efimeridad de la vida. Su fragilidad humana a ratos le hacía desobedecer la premisa de supervivencia: no depender en lo posible de nadie. Había tenido que sostener su fortaleza en otros. Pero viéndolo a distancia, eran esos recuerdos como simples imágenes fractales, en las que cada una es única e irrepetible en su unicidad, y que al mismo tiempo forma parte de un todo, en la totalidad. 

Ya su vida estaba hecha. Nadie la iba a cambiar, por lo que restara. Nadie la podría modificar, en lo que había pasado. ¿Quién podría aceptarla? ¿Quién podría entenderla? Quien pudiera ayudarla. 

La fortaleza que Midrashim ofrecía era motivo de extrañeza. La que reservaba para sí, estaba fabricada de granos de debilidad, unidos con la inasible argamasa de la esperanza, conformando la roca de fuerza. Piedra angular de solidaridad para sus hermanos. Recordaba la importancia de multiplicar las alegrías con sus amigos. Pero reservaba sus penas. Esa noche temblaba de soólo pensar cuánto tiempo le quedaría de vida, para poderlo ofrecer a Sofía. 

La confianza: otro tema escabroso. No temía abrirse a ella, sino el cómo sería percibido. ¿Sería Sofía lo suficientemente generosa como para perdonarle sus fracasos? ¿Acaso le cabría en la aceptación un espacio para el fardo de promesas incumplidas? Punto aparte: ya no ofrecería prendas al futuro, sino que en el presente, sus compromisos los irían estableciendo de modo mutuo con las acciones cotidianas. Las promesas cumplidas se asumirían conforme fueran percibidas en sus corazones. 

Continuó avanzando. 

II.- THETA

Sofía esperaba los pies de Midrashim, tropezando con un rayo de luna que se filtraba por la ventana. No sucedió. 

Era justo la hora en que las Pléyades tramontan la bóveda. La hora del amor. Aquella propicia para que con historias que se desgranan de los labios de alguien, vayan haciendo un almud de bienaventuranzas en el oyente, que si bien al amanecer no se recuerdan, se pueden leer cuando se reconstruyen para ser inventados de nuevo: como ahora. 

Ella cubría su menudo cuerpo con sólo una prenda sedosa. La oscuridad protegía sus ojos, haciendo invisible la mirada que punzaba como flecha. Famosa: Una vez que se hubiera posado sobre la piel de un hombre, la penetraba. Se quedaba dentro. Hacía daño. Un dulce proceso que al tratar de extirparlas, dejaba el dolor de la ausencia. Y entonces, sólo por gozarlo, se les hincaba más profundo. Ya nada más para sentir que se le extrañaba. 

Carne que se desgarra, sangre que jamás se recupera. El flujo de la culpa, desangramiento emocional que comparte el pecado ajeno, no por solidaridad, sino por el placer perverso de sentir la culpa ajena. Propia. 

Doce horas tiene el día. Doce la noche. Doce meses un año: Doce años se había negado el tener un hombre. No hay plazo que no se cumpla, ni fecha que no se llegue. 

III.- DELTA 

Midrashim no consideraba profano ese placer. No hallaba relación con lo sagrado la capacidad de disfrutarlo –creía que sería apenas una vez más-, porque nunca le había dejado siquiera una emoción. Sólo la sensación de que había satisfecho una necesidad. 

Pero ahora la necesidad de acercarse hasta aquel sitio, apartado de la mirada de todos... la imperiosa urgencia de creer en algo, sin que hubiera que pensarlo... una razón, aunque ya reflexionada no resultara tal, sino apenas un pretexto que normara su conducta. Algo que la pudiera explicar. Si la pudiera llamar “deseo”, lo entendería. Si el objeto de ese deseo no fuera Sofía. Si se atreviera a ser “amor”, a su edad, lo extrañaría. Decidió por “curiosidad”. ¿Cómo será en la intimidad una mujer como Sofía?

La supuso vehemente, apasionada, urgente. Eso expresaban, según los Textos, sus cabellos negro-azul (los que quedaban entre la maraña de luna de sus sienes); la piel extrañamente blanca con venas verdes que palpitan al compás de la respiración en perfecta sincronía. Otro síntoma oscuro, los ojos de cisterna que de tan expresivos, resultaban misteriosos. 

La oscuridad ocultó la sonrisa de satisfacción anticipada con que saboreó unos labios aún inmateriales entre los suyos (ah, cómo los mordería; hasta hacerlos sangrar!). Sus manos temblaban ya de la emoción que provocaba desde ahora el tacto de unas piernas exageradamente largas (oh, ya las sentía rodeando su cintura!)... entonces su pie tropezó con la pata de la cama de Sofía. 

IV.- EPSILON

Una voz rasgó el secreto de la noche, como un velo que se abre: –Cállate. 

La luz se hizo en el pie, al golpe. Y subió por la pierna. Y se estacionó bajo el ombligo de Midrashim. Se sintió orgulloso. Había llegado. 

Entonces comenzó a cantarle los versos que había compuesto durante los años de ardiente espera: “Por amor a tu vida, Sofía/ hoy bendigo una vida: la mía...” y la memoria, como la decisión, se escapó en fuga impremeditada. 

Luego, oyó: “Eres tu acaso/ mi amante de los dieciocho...” ahí paró Sofía. Recordaba algo de un ocaso (que por cierto rima con acaso), y de un jovencito al que le había robado la flor de la inocencia, dejándole inoculado el veneno de sus ojos y la eterna fiebre de la lujuria. Lo que no podía definir es si eso había sido antes, o después de la guerra, aquella donde el que mandaba era un barbón, creo Maximiliano le llamaban...El caso es de que el esfuerzo fue tal, que se quedó dormida. Y supo recordar cómo los volcanes se deslíen en humo cuando los graniceros no saben cumplir sus obligaciones.

La sabiduría llega con los años. Por eso esperó para llegar a esta tierra, a que Midrashim el judío se decidiera a acercarse  a Sofía, la mestiza. No lo sabían entonces, pero eran “tocayos” de nombre. Lo aprendieron con el trato.