Conny en el Zanzíbar
Edwin Yllescas
La mesa cantinera entre cuatro sillas
fue el trono que la vida quiso otorgarme.
Junto a la mujer grosera, enjuta y peluda
levanté mi gallardete de sueño.
Fui un rey con la corona sesgada
me adorné con armiño porquerizo
mi cetro fue nido de telaraña,
la basura colgó en mi pecho.
Estuve a la orilla del reino
siempre tropecé con el infierno.
No hubo, no lo vi de cerca
ni másico ni falerno añejo.
Nunca vagué por clara incierta fuente
el consuelo entre amores fue odioso.
Por noche verdadera, sin falsedad
caminé silencioso, sordomudo;
nunca me importó saber si la tarde
me ofrecía una mañana despejada
Amé y amo mi vida en las cantinas de Managua
sin temor ni culpa aún convocan mi sombra.
¡Si al menos volviera Conny, la joven mesera!