UNA LEYENDA
La enfermera
El barrio del Zapote es un lugar milenario que fecundó hechos históricos y en sus entrañas guarda la fundación de Celaya. Por su antigüedad, no es extraño escuchar por ahí algún suceso misterioso, como éste que ocurrió en el año de 1970. En la casa marcada con el número 358 de la calle 16 de Septiembre.
Llegó a rentar esta casa una mujer mayor, viuda, con sus cuatros últimos hijos solteros, los cuales asistían poco en casa debido a sus diversas ocupaciones. La señora, que estaba sola la mayor parte del tiempo, comenzó a escuchar ruidos extraños cerca de la pileta del agua que se encontraba en el patio. En ocasiones le parecía escuchar tenues sollozos. Al principio creyó haber confundido el sonido. Otras veces pensó que provenían de la casa de al lado. Al saberse sola no encontraba otra explicación. No dio importancia a esto, pero pocos días después, el arrastrar de una pesada piedra la despertó a media noche. Se incorporó para prestar atención y un escalofrío le recorrió el cuerpo, al ver delante de la puerta del cuarto una figura humana, con ropas en luto de la cabeza a los pies. La oscuridad no permitía detallar su rostro.
Intentó moverse, pero el susto le paralizó hasta la voz. Como pudo se sacudió la cobija que cubría su cuerpo. Se puso de pie y con paso torpe caminó hasta encontrar el apagador de la luz. El foco iluminó la estancia. Dudó en voltear hacia la puerta pero la curiosidad le ganó al terror. No pasó a más… el espectro se había esfumado. En ese momento el miedo la abrazó con fuerza, al atar cabos con los ruidos que hace días venia escuchando.
Al día siguiente comentó esto con una vecina, quien le informó a detalle sobre lo sucedido en esa casa antes de que fuera habitada por ellos. La anterior inquilina era enfermera. Vivía sola y en una ocasión comentó sobre molestos ruidos que escuchaba en la vieja casa. Muy apartada, no hacía amistad con nadie. El único que la frecuentaba era un federal de caminos que sostenía una relación con ella. Los vecinos llegaron a escuchar acaloradas discusiones que al poco rato concluían con la partida del tipo. Enseguida los sollozos se escuchaban a lo lejos.
Una mañana no se escuchó el típico portazo que daba al salir presurosa al trabajo. Pasaron varios días y no se veía movimiento en la casa. Hasta que una compañera del sanatorio fue a buscarla, haciéndosele raro tantos días de ausencia laboral. Tocó pero no hubo respuesta. Algo le dio mala espina y avisó a las autoridades. Al abrir, el hallazgo fue aterrador… se encontró a la mujer colgando de un mecate sostenido de una de las vigas del techo. Fue impresionante ver como su lengua pendía hasta el torso, contrastando con lo blanco de su uniforme de enfermera.
Así fue que la decepción la ató del cuello hasta quitarle la vida. Se supo que el hombre era casado y decidió regresar con su esposa a su ciudad natal.
Pasó mucho tiempo para que los dueños pudieran rentar la casa nuevamente, hasta que la siguiente inquilina fue la familia de la mujer mayor. Ésta, al conocer la macabra historia, comentó con sus hijos lo sucedido y expuso su deseo de abandonar la propiedad. Poco después la propietaria decidió vender la casa. Los nuevos dueños la tiraron para modernizarla. Precisamente cerca de la pileta, bajo una loza, el dorado tesoro aguardaba a quien lo descubriera. Se rumoró que estos viejos muros albergaban el alma en pena de una viuda que custodiaba los dineros de su amado esposo, sumándose al misterio el ánima de la enfermera suicida que murió por amor.