Es lo Cotidiano

FEDERICO URTAZA

No fue el Estado (hasta ahorita)

No fue el Estado (hasta ahorita)

Los hermanos Lumière opinaron que su descubrimiento, el cine como espectáculo, estaba condenado al fracaso; Meliès, con vocación de entrepreteneur del espectáculo, opinaba, por supuesto lo contrario. Esta disparidad en cuanto al cine es algo que sigue existiendo; los efectos de tal oposición van más allá de la diferente perspectiva de cada opinante y afectan de muchas maneras el mundo del cine.

El cine como fenómeno es multifacético; acaso por ello confunde y genera posturas parciales. Es industria, entretenimiento, expresión artística, alimento de la frivolidad, formador o deformador de conciencias, educador sentimental e intelectual, mercancía…

Sobre lo que no hay duda es que el cine, a pesar de la tele, es algo que ahí está, así se le vea con seriedad o con desdén.

Por ejemplo, Alfonso Reyes, quien con Martín Luis Guzmán y Federico de Onís apadrinó el oficio de crítico de cine con el compartido nombre de Fósforo hace ya prácticamente cien años, contrasta la preocupación de los escritores dramáticos frente a la naciente cinematografía:

(los dramaturgos)… lo consideran como cosa inferior y desdeñable, como una epidemia, más que como un arte incipiente. No es extraño: el autor dramático ve en el Cine lo que el artista manual en los procedimientos de la industria mecánica, o lo que el barbero ve en la ‘Gillette’ y en la ‘Auto-Strop’. Y el antiguo profesor universitario aunque dotado de cierta agilidad periodística, no puede menos de ver llegar con desconfianza las novedades no sancionadas por la tradición y no catalogadas aún en los manuales.

La opinión no se ha modificado mucho; respecto a ver cine, como en relación a la lectura o escuchar música, se supone con sospechosa facilidad que es algo facilísimo de hacer, ¿o qué, a poco se necesita título universitario para mirar o escuchar? Pues no, no se requiere ser universitario (lo que el sistema educativo se empeña en devaluar por sus resultados), pero ya dice la sabiduría popular que no es lo mismo ver y oír que mirar y escuchar.

Nunca me cansaré de insistir que las artes nos afinan los sentidos y las capacidades; el desconocimiento o desprecio de esta afirmación nos lleva al elogio del analfabetismo funcional complejo, lo que nos convierte en inermes receptores de estímulos sensoriales y mensajes propagandísticos (alimento del fanatismo de toda índole y su expresión económica el consumismo) que de ninguna manera son inocentes.

Sí, sí, sí, sí… ¿Y luego?

Y luego sucede que este tema está profundamente arraigado en el mundillo de las instituciones culturales, que no alcanzan a ver el hecho cinematográfico como algo que les atañe si no es de manera restringida a través de cine clubes donde sólo se ven películas que son, valga la comparación, el equivalente del Quijote frente a cualquier redacción de Paolo Coelho.

Es decir, en las instituciones de cultura se sigue viendo al cine como describe Alfonso Reyes, agravándose esto con esa falacia de que el cine se ve fácil y se entiende sin esfuerzo, lo que nos convierte a todos en opinantes… o mejor, en críticos cuya autoridad depende de nuestra capacidad de abrumar al contertulio. En consecuencia, cómo no pasar de ahí a decir que el cine es sólo entretenimiento y carne de frivolidades de alfombra roja y escotes generosos (lo que no es de criticar per se).

Las políticas públicas de apoyo al cine parecen más bien orientadas a: a) apapachar a la comunidad cinematográfica y, b) producir funciones de cine gratuito para las masas.

Esto para nada beneficia al gremio cinematográfico, a las masas ni a la cinematografía, la cultura y las expresiones artísticas; empobrece.

Generalizo, ya sé, pero las autoridades culturales valoran más la lectura y el libro (aunque les cuesta trabajo que leer así como quisieran, no discrimina los clásicos de los best-sellers), las funciones públicas de teatro y música y danza (muy poca, si no es folclórica), los talleres para niños.

¿Y el cine? Bien, gracias, cuando haya un festival me invitas.

Uno no puede esperar que el cine mexicano sea visto si no hay un público para el cine mexicano; de hecho, no hay público para otra cinematografía que la que hay (como en las dos sopas).

Y ese público tiene que ser educado sin necesidad de convertirse en crítico de cine, como tampoco un lector de novelas tiene que pasar por reseñista de libros de suplemento semanal.

¿Por qué no orientar recursos a atender esa necesidad? Le haría bien a la gente y a los cineastas.

La intervención estatal en cuanto a fomento de las artes, en este caso el cine, tendría que orientarse a ampliar la oferta fílmica, a seducir al espectador, a ayudarle a contar con elementos para mirar películas sin quitarles el toque “entretenimiento”.

Uno como espectador quisiera un mundo amplísimo, no verse atado como el protagonista de Naranja Mecánica de Kubrick.