miércoles. 24.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

CINE COLISEO

I love rock & roll

I love rock & roll

El romance que se ha establecido durante el transcurso de los años entre el cine biográfico y la música rock puede calificarse como amasiato. Esta especie de amour fou parte del hecho que ambas expresiones no pueden ser más disímbolas. Mientras la recreación cinematográfica llamada Biopic casi siempre está agobiada por un tono políticamente correcto (demasiado  respeto  por  los  personajes  aludidos,  exacerbación  de  un  tono  dramático  como  registro  enaltecedor,  morosidad  o  franco  ocultamiento  al  momento  de  cubrir  aspectos  escabrosos  en  la  vida  de  los  biografiados), al rock de finales de los setenta todavía se le podía insuflar ciertos ánimos anárquicos, contraculturales e incluso calenturas de corte sicalíptico; por supuesto, antes de que esta vertiente sónica se convirtiera en la industria “jinglera” de hoy.

A pesar de esta inopinada transformación, dentro de un imaginario construido con cierto candor, no es raro que el cine se permita recrear nostálgicamente una época arrasada por la dura transición de una sociedad post bélica en crisis existencial, en trayecto hacia el consumismo insaciable de la década de los ochenta, periplo del que se pudieron salvar algunos íconos redimidos por varias películas herederas del Music  Hall, filmes entre los que destacarían, por atreverse a mostrar un poco más de lo permitido: Great Balls of Fire (Jim McBride); The Doors (Oliver Stone) o, en caso contrario, una idealización llevada hasta el extremo en La Bamba (Luis Valdez) y que alcanza a salpicar la odisea de un joven reportero en Casi Famosos (Cameron Crown).

Así, el propósito de documentar el ascenso y caída de un grupo de punkettes y surgido literalmente de los tambos de basura de la escena underground, se puede percibir a estas alturas reiterativo. Aunque el asunto no carece de interés. En un mundo donde se emanaba harta testosterona por medio del furor dionisiaco y los riffs endemoniados de liras eléctricas, Kim Fowley se atrevió a erigir The  Runaways, un quinteto de notable trayectoria a finales de la década de los setenta y cuya producción discográfica se redujo a tres LP’s de estudio y algunas otras grabaciones en vivo.

Dirigida por Floria Sigismondi, una abigarrada videoclipera de visión sobrecogedora cuyos trabajos más alabados son sus grotescas colaboraciones para el gótico espantajo conocido como Marilyn Manson, el filme se centra primordialmente en tres personalidades: el abusivo y esperpéntico Fowley, la talentosa compositora y sexualmente ambigua Joan Jett y Cherie Currie, cantante aún adolescente que fue obligada a imprimir a su rol una personalidad sexualizada, entre cierta ingenuidad kitsch y fetiche porno.

Lo extraño es que a pesar de lo atractivo y apasionante de la historia real, ironías de la producción industrial, las dos rockeras implicadas en el proyecto fílmico lograron estampar un aire complaciente y desdramatizado que habla superficialmente sobre su propia edificación a nivel de heroínas.

Y esa es la sensación que se desprenden de cada uno de los cuadros que componen The Runaways; se percibe a lo largo de este accidentado trayecto a la fama una sensación de artificialidad, de no atreverse a mostrar los hechos más incómodos, quizá debido a la inexperiencia de la realizadora y a la incorrecta elección de un par de stars juveniles, de un evidente estatus de celebridad de moda que impidieron asumir ciertos riesgos dramáticos.

Lo que al menos puede presumir la realizadora es un increíble parecido en el aspecto físico. Sin embargo, hay actrices de registros o matices limitados, con excepción de Dakota Fanning,  quien logra imbuir un pathos en el deambular de su Cherrie Bomb, menospreciada por casi todos debido a su nula preparación musical. Inmersas en un ambiente edulcorado de supuesto sexo, drogas y rock & roll, a pesar del tremendismo de dos que tres secuencias, la producción prefiere concentrar su interés para describir a un rufián en las diferentes formas de abuso y explotación del impresentable productor musical, rompiendo esporádicamente con la tibieza generalizada, que hace parecer estos excesos orgiásticos extraídos de una producción del maravilloso mundo del color del Tío Walt.

Esta inverosimilitud se puede deber por una parte a la férrea supervisión de Miss Jett en labores de producción ejecutiva, quien como no queriendo la cosa, le echa un ojo al pulido de su imagen. Y por otra, al desabrido libro escrito por la rubia estelar, pero sobre todo las cosas, a la aplicación de aires diplomáticos por parte de las dos productoras para quedar bien con todos.

Referida a un grupo original prácticamente desconocido para las masas de nuestro país, es sintomático que la película, a todas luces menor, termine reafirmando la misma sensación sobre sus figuras epónimas, al musicalizar un epílogo para el lucimiento de las dotes artísticas de Joan Jett, con dos rolas de su sobresaliente carrera en solitario: I love rock & roll y el cover Crimson and Clover.

The Runaways/ D: Floria Sigismondi/ G: Floria Sigismondi basado en el libro “Neon Angel: The Cherie Currie story” de Cherie Currie/ F en C: Benoît Debie/ E: Richard Chew/ M: Lillian Berlin/ Con: Kristen Stewart, Dakota Fanning, Michael Shannon, Stella Maeve, Scout Taylor-Compton/ P: River Road Entertainment, Linson Entertainment. EUA. 2010