CINE COLISEO
Vengador anónimo a la mexicana
Gerardo Mares
El pueblo mexicano manifiesta un exquisito y provocador sentido del humor. Bueno, en realidad no todos participan de esta particularidad, sólo los que no se toman a la vida y al arte muy a pecho. Lo raro es que el humor negro en el cine mexicano es más bien escaso y discreto. De entre los ejemplares conocidos que se pueden destacar podemos citar a El Esqueleto de la Señora Morales (Rogelio A. González. 1960), Doña Macabra (Roberto Gavaldón. 1972), Mecánica Nacional (Luis Alcoriza. 1972), Sólo con tu pareja (Alfonso Cuarón. 1991), La vida conyugal (Carlos Carrera. 1993), La Ley de Herodes (Luis Estrada. 1999) y párele de contar.
Y si a este elemento lo combinamos con una mezcla de cine policiaco en su vertiente noir, el resultado es una insalubre comedia que ha resistido el paso de los años.
Sinopsis: Miguel, un torpe judicial, es convencido por su jefe O’Hara para convertirse en el chivo expiatorio debido a un agandalle de cocaína que se realizó en el operativo de la casa de un conocido narcotraficante. Este lapsus amenaza con dejar sin empleo a sus subalternos. El procurador reprende con dureza a los judiciales y Miguel va a parar a la cárcel donde recibe una golpiza de antología por parte de varios delincuentes, a los que había madreado y mandado a presidio. Tras una accidentada operación cerebral, Miguel va a dar directo al manicomio. Ahí, medio loco, asume la identidad de Mike Hammer, un detective privado en lucha constante contra las fuerzas del comunismo. Al escapar del centro hospitalario; Miguel da cacería de pura chiripa, a una supuesta célula soviética, que en realidad son vulgares delincuentes dedicados al narcotráfico. El procurador, astuto, se agencia los logros de Miguel y lo deja actuar libremente. Mike camina por las calles convertido en una especie de vigilante parapolicial...
En momentos que la corrección política inunda casi todos los ámbitos de nuestra cotidianeidad, esta cinta realizada por egresados del CUEC es un soplo de aire fresco. Y vaya que es toda una ironía, puesto que fue producida a finales de la década de los setenta. No importa, ya que tanto su estética cercana al tremendismo gore así como su fuerza e hilaridad han permanecido intactas al paso del tiempo. En un cuadro desopilante donde nadie sale indemne, el término pastiche adquiere carta de naturalización y nunca estuvo mejor aplicado en un filme de manufactura nacional.
Llámenme Mike es un exultante amasijo de corrientes y estéticas que van de la comedia de trazo grueso al cine policiaco en la vertiente del vengador anónimo, con una estética donde incluso coquetea con el desparpajo sanguinolento. Hoy, que es tópico presentar a los “judas” como epítome de la corrupción y la violencia en nuestro país, Alfredo Gurrola y sus guionistas no recurren a ese desgastado cliché.
A pesar de la podredumbre moral que se cargan, el espectador puede identificarse con estos antihéroes gracias a su vena cómica; a su muy escondida humanidad que sale a flote por momentos, en los “costumbrismos” del hogar; a su frágil sentido de lealtad y a una forma de ser muy “mexicana” proclives a la violencia extrema, a su hedonismo cabaretero y el valemadrismo típico autóctono. En otras palabras, son chotas más preocupados por su subsistencia personal que por impartir justicia. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
En un universo de clara evocación esperpéntica, donde no existen nociones de Ley y Orden que valgan, ya ni siquiera en ese manicomio cuyos doctores, igual de alucinados que el frenético Mike, diagnostican enfermedades con una ligereza desternillante. En una lectura más profunda, Llámenme Mike es una cruda radiografía acerca de las distróficas “instituciones” y un ajuste de cuentas a las figuras de autoridad de nuestro atribulado país, desde las ineptas procuradurías, pasando por las de salud, y hasta se permite chistes obscenos contra los fundamentalismos cristianos.
Para mérito de los realizadores, el relato y la puesta en escena siempre mantienen un equilibrio entre el humor descarnado, la construcción del gag y la violencia sin condescendencias de ningún tipo. Incluso, su estética medio afectada por cierto feísmo de bajo presupuesto, contribuye para acentuar las sensaciones de cochambre. Condicionados de tal manera, hasta es creíble que un corrupto policía se convierta en un paladín de la justicia nomas por pura demencia…
Antecediendo la estética y el humor enfermizo a lo Quentin Tarantino, el personaje Mike, encarnado en la recia presencia de Alejandro Parodi, también presume varios wisecracks (diálogos ocurrentes) en la más pura tradición hard boiled, algunos de antología: “Miguelito es el ratón… ¡a mí llámenme Mike!”
Llámenme Mike/ D: Alfredo Gurrola/ G: Reyes Bercini y Jorge Patiño/ F en C: Miguel Garzón/ E: Ángel Camacho y Rogelio Zúñiga/ M: no acreditada/ Con: Sasha Montenegro, Alejandro Parodi, Víctor Alcocer, Carlos Cardán, José Nájera, Humberto Elizondo, Grace Renat, Juan José Gurrola/ P: Conacite Dos. México 1979.
Gerardo Mares Rodríguez
@geracido2011