martes. 23.04.2024
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CINE COLISEO

Gestas y gestos sobre la independencia

Gerardo Mares

Gestas y gestos sobre la independencia


Nada más de ver las innumerables calvas postizas de un bonche de histriones que colaboraron para ejercer de padre de la patria a través de la imagen cinematográfica, y cualquier espectador en su sano juicio debería de echarse a correr.

Y es que esta forma de adoctrinamiento patriotero estará presente en una cantidad considerable de películas que obviarán las contradicciones implícitas de los héroes que forjaron la independencia de nuestro país; y de alguna otra manera, se adscribirán a la historia “oficial” tal como nos la recetaron en la escuela primaria; eso si, aunque de forma más dinámica, teatralizada y bajo un universo desopilante principalmente en blanco y negro; no obstante la colaboración de destacados actores ya instalados en la memoria del cine.

Así, La Virgen que Forjó una Patria (Julio Bracho. 1943) es una insólita y cuasi parodia que fusiona el cine de corte histórico y la fantasía fundacionalista que trata de legitimar, a través del milagro ocurrido en el Tepeyac, los orígenes de México. La película arranca con la descripción de una inocua tertulia que en realidad fueron los prolegómenos de las juntas conspiracionistas de los iniciadores de la guerra de Independencia, con un cura Hidalgo y en general, personajes igual de rígidos que las estampas biográficas que vendían en las papelerías. Ver a Ernesto Alonso encarnando a uno de los hermanos Aldama en tintes medio gay y esos pasajes sobre la conquista en estética de tablarroca y cartón,  no tiene precio, y si lo tenía, vale el boleto del cine piojito donde las proyectaron.

Sin duda, de gran valía por su registro inmediato, los kilómetros de celuloide que se filmaron para conmemorar el primer centenario de la Independencia de México, consignaron en su mayoría los festejos realizados en la capital mexicana; un pietaje destruido y perdido para siempre por la degradación del material, vistas cinematográficas que hicieron eco de la retórica oficial del gobierno en turno.

Si la calva con greñas caídas es signo de identidad manifiesta del padre de la patria, el paliacate en la testa de José María Morelos y Pavón no se queda atrás en la menos conocida El Rayo del Sur (1943. Miguel Contreras Torres). Figura secundaria de la gesta escenificada por el cine, la aproximación no está exenta de los clichés y estereotipos que se instalaban en la industria, incapaz de trascender el lenguaje predigerido y un discurso afín a los intereses del régimen que se consolidaba a través de los años. Al igual y a pesar de los esfuerzos de histriones de carácter (Domingo Soler) más o menos ubicuos por la grey cinéfila, la rigidez y el acartonamiento sobre Morelos estarán presentes a lo largo y ancho de cada uno de los fotogramas.

En la filmografía de tinte nacionalista de Miguel Contreras Torres se confirma, por otra parte, la descarada influencia del gobierno para amoldar la historia a sus intereses, aunque habrá que reconocer el esfuerzo de dotar de verosimilitud a lo que ahora se conoce como “el grito de Dolores” en su panegírico Alma Insurgente (1934).

Estelarizada por José Alonso, Mina, Viento de Libertad (1977), dirigida por el realizador fuereño Antonio Eceiza, al menos cuenta con la gracia de la óptica española liberal -por decirlo de algún modo- y cierto tono idealista que se va fracturando para desembocar en el trágico y desesperanzador fusilamiento del héroe a manos del villano Félix María Calleja del Rey, militar de carrera. Francisco Xavier Mina, una efigie marmórea más, pues, para la estampa nacional.

Financiada por el generoso presupuesto para los actos conmemorativos del bicentenario de la Independencia y  el centenario de la Revolución, en un régimen panista que no tendría mucha vela en el entierro en ambos casos, Antonio Serrano se avienta una desmitificadora versión sobre el cura Hidalgo, enfocada a dar por ciertas todos los vicios y excesos que se le acreditaron a un joven sacerdote, interpretado con enjundia y cierto acento vale-madrista por Demián Bichir. En términos prácticos, Hidalgo, la historia jamás contada (2011) es, para decirlo con diplomacia, una biografía no autorizada, inocente y carente de malicia.

Termina este breve recorrido con la película El Baile de San Juan (2011. Francisco Athié), un retrato de la Nueva España del siglo XVIII, un drama visualmente preciosista ubicado en la época colonial y cuyo mayor mérito es abordar desde la mirada del cine, una atmósfera abigarrada de clasismo y esclavismo, las relaciones de poder y la segregación racial, temas que por lo general están ausentes en la realización cinematográfica con fines historicistas. Que el cuento esté bien contado ya es otro asunto.  

Llena de excesos y vicios, lastrada por bajos presupuestos y visiones limítrofes, carente de una visión comprometida o poco a poco llenando los vacíos que los libros de textos pasan de reojo, pocas o varias, risibles o evolucionando a registros artesanales, esta es una filmografía que para bien y para mal, retrata, en sus términos y condiciones, una parte de la historia y a sus contradictorios, complejos y mitificados personajes.