Es lo Cotidiano

HORTERA FILES XII , LA NOVELA POR ENTREGAS

Roca, Depeche Mode (Memoria apolillada)

Ricardo García

Roca, Depeche Mode (Memoria apolillada)

 

Me encrespo, me encabrono, me remito
al charol que barniza mi pasado,
teniente de tricornio almidonado,
calavera precoz sin voz ni grito.

J. Sabina

 

 

Depeche Mode; Just can’t get enough. El parpadeo de las luces del palacete del viejo rector, enclavado en Valenciana, recita una letanía de pesares necios. Las bocinas rechinan con depeche mode, más como un lamento que un recuerdo de los años 80. Roca fumaba en el sillón aperlado. Un sudor le caía en picada desde el pelo hasta dar sobre los labios. Un crujido en las vértebras le recordó el pesado yunque de la frontera de los cuarenta. Antes de salir al escenario las figuras marmóreas de la mina de Guadalupe le recuerdan la frialdad de los table, de los inciensos artificiales, los rincones de donde había escapado, las bocaminas del infierno. Las rodillas no pudieron dar otro paso y el sentimiento de bailarina vieja la hizo pensar en el padre de su hija.

Levantó una mano para recogerse el pelo. La noche se tornó en dunas de sal que momificaron la parte baja de su abdomen. En un intento por regresar a un presente ya difunto. 

El mundo ha sido un lugar tan intolerante que sus habitantes han dilapidado sus esfuerzos. La niña de la prepa se levanta del asiento. Toma el lugar de la maestra cuando todos ríen de sus vestiduras. Pero en la cúspide del crecimiento y pasando la era hormonal, Roca dibujó sus dones que hoy esculpe con lipos y silicones. Lo conoció en el segundo baile para la mesa ocho. Camila, nombre artístico de Andrea Roca, la de los muslos torneados y cadera de bombón. Un hombre estaba sentado festejando su divorcio cuando Roca apareció en el escenario. Todo pudo acontecer. Una brava reacción de los parroquianos de viernes, un público nutrido, pero aún cabizbajo. Todo mundo supo que en aquel tapanco se contoneaba una princesa.

Al terminar la actuación, Andrea se secó la testa sudorosa. Fue hasta la mesa donde estaba quien más tarde sería Miguel, a jugarse el todo por el todo, la identidad incluso, una cita a la luz de la mañana. Y lo logró. Esas noches de vodka se convirtieron en una renuncia a todo lo que se podía renunciar. El amor místico subyace en los territorios más insospechados y en el tiempo más corto. Para Andrea el hombre de su vida estaba sentado en la mesa de centro, con una cerveza en la mano y una erección precoz.

Si no hubiera sonreído mientras le pedía un baile privado, ella hubiera pensado que era un perverso. La cara de Miguel pudo iluminarse cuando descubrió el cuerpo aceitado de la bailarina. De los bailes a los hechos, navegaron por palabras ardientes y por oscuros callejones de la piel. Acabaron fornicando un par de veces en la casa de un viejo amigo. Coincidieron en que era para siempre. Los secretos de las putas son tratar bien a los clientes, Andrea lo sabía, pero en Miguel descubrió el remanso que no había tenido en siete años de carrera de bailarina exótica, por lo que comenzó a hacer el amor en cada coito. Llamadas, citas en centros comerciales, mensajes de texto, comidas en campo abierto. Todo, estrictamente gratis.

Una tarde en que se hallaban reposando a gusto en la desnudez de un motel, descubrieron que tenían un futuro promisorio como pareja estable. Apagó el cigarrillo y empezó a pasarse las manos por el cuerpo, acariciándose el vientre, los senos. La erección iba en escalada. Miguel le miraba la piel blanquecina y trataba de perseguir algunos fantasmas que le recordaban dónde estaban, en qué kilómetro de la carretera que llevaba hasta, quizá, Roma; confiada en el escenario, le comentó que estaba preñada. El silencio recorrió el cuarto del motel, espantado por algún ruido de motor proveniente de la carretera. La erección fue en picada hasta quedar el pene flácido. Miguel emitió un leve y lastimero plañido gutural. No sabía de lo que estaba hablando. Y como siguió sin entender lo que Andrea le dijo, ella se lo volvió a explicar. Estoy embarazada, es tu hijo. Si quería seguir estaba bien, si no, se acababan las citas y como si nada.

Miguel volvió a tomar aire y en un escenario casi templado tomó las cosas con calma, la tomó del rostro, y en un susurro le dijo un te amo tan incandescente que Andrea comenzó a llorar. La besó turbiamente, y comenzó a penetrarla con suavidad. Otra vez el silencio invadió el cuarto. Pareció que todos los besos quedaron sepultados en la cama  y el sueño pesado los consentía. Miguel se levantó de la cama y fue hasta el baño. Tomó una toalla y la hizo trizas. En la madrugada Andrea se levantó de la cama para ir a orinar y encontró colgado a Miguel del tubo de la regadera.

Había pasado cerca de quince años y aún recordaba el día del motel. Siempre que iniciaba una actuación para el Viejo López, los colores de una fina película se abalanzaban con garras afiladas a rasgarle la memoria.

Lo sórdido tiene sus compensaciones. Luego del suicidio de Miguel, ideó la representación del porno en vivo para los políticos y los jerarcas del gobierno. Decidió oficiar de sacerdotisa y representar la resurrección fálica de Miguel, en todas sus dimensiones, en todas las posiciones que había ejercido con su hombre, para honrar su memoria, ya no como una puta de motel, sino como el espacio simbólico donde traía desde el infierno el alma de su hombre. Habitaba entonces en cada escena que compraban los políticos. El viejo rector pagaba bien, y no se metía más allá de las imágenes que bailaban en su cabeza. Cuando el viejo rector universitario la conoció era una rubia teñida, de cara afilada, ojos cafés sin brillo, piernas flacas. Entonces supo que por mucho tiempo que pasara con ella, no podría intimidarse; se sintió afortunado por haber caído con una fulana tan obtusa y corta de miras, tan franqueable para sus displicencias y sus filias, tan ambiciosa como él.

Entonces pasó de ser una princesa del table dance a convertirse en la reina del escenario. Al rector le salía más barato emplearla en la nómina que pagarle por cada representación. A ella le pareció más que generosa la propuesta y aceptó de buena gana. El vejestorio se había encaprichado con ella, así que le consiguió un lugar dentro de la dirección de relaciones culturales, un sitio donde nada pasaba y a nadie le importaba el trajín de la cultura. Llevó las actuaciones a ritos orgiásticos inconmensurables. Cada vez que se proponía un montaje con menos escrúpulos, más alto era el escaño a trepar o los favores institucionales; presupuestos, rifas, regalos, dádivas, contratos de personal; las arcas del estado eran generosas. 

Chicago; Stay the nigth. La música baja y las luces intermitentes dieron el banderazo de salida. Lista para entrar a escena, Andrea comenzó a sudar. Llegó el secretario particular a decirle que las cosas se habían salido de curso. Se rumoreaba de una carta póstuma de Rosendo Vall, donde declaraba los pormenores de las acciones del equipo de trabajo. Andrea sabía qué hacer, o al menos creía saberlo. Le ardían las entrañas y lo único que podía pensar era en respirar una vez más.

Un relincho inundó la sala y asustó al secretario; para su sorpresa la casa estaba llena de gente. Alineadas en filas esperaban el inicio del espectáculo. Aspiró profundo y se quitó la bata. El caballo, un semental cuatralbo, dio la vuelta en círculo por el escenario, asido por un hombre enmascarado. Andrea salió del baño para iniciar la función estelar. Supo sin lugar a dudas que con esa muestra inédita de provocación y amor, el rector le debía la vida.