martes. 24.06.2025
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David Bowie: La odisea espacial rumbo a la Estrella Negra

Fernando Cuevas Garza

 

David Bowie: La odisea espacial rumbo a la Estrella Negra

El año pasado, para un trabajo de la materia de arte en el que los alumnos debían hacer un muñeco de algún personaje que les llamara la atención, mi hijo Max decidió elegir a David Bowie (no hubo mano negra, de veras), con la consecuente hinchazón de pecho del orgulloso padre que, al menos en este rubro, parecía haber cumplido parte de su misión. Se puso a revisar todos los personajes/imágenes del londinense y al fin optó por Aladdin Sane, el Ziggy viajero a América con el rayo atravesando el rostro blanquísimo, coronado a su vez por un cabello rojizo en incendio perpetuo.

Ahora está de regreso con todo y su estrella negra, último legado que nos dejó a los terrícolas para que cada vez que escuchemos algunos de sus discos recordemos la forma en la que nos acompañó en nuestra educación sentimental, al igual que lo hará, por lo visto, con las generaciones por venir. A fin de cuentas, todos tenemos alguna anécdota memorable mientras sonaba el Duque Blanco, inmiscuido en las propuestas de muchos grupos contemporáneos y posteriores. Como dijera Mark Ruffalo, que descanse en paz el padre de todos nosotros los frikis.

Promovía la implosión de los géneros para reconvertirlos, primero acercándose a ellos y después, cual astuto camaleón, continuar con su labor de deconstrucción. Artista de múltiples rostros, creó personajes diversos entre facetas y alter egos a su alrededor pero emanados desde dentro, como si formaran parte de alguna de sus dimensiones creativas y afectivas, contextualizando épocas, lugares y estados de ánimo, jugando con amplios rangos e intenciones vocales según la situación lo ameritaba, e incluso encontrando belleza a partir de la decadencia.

Epítome de la tendencia andrógina dentro del rock, representó la noción de incertidumbre y, al mismo tiempo, de capacidad adaptativa y olfato para detectar tendencias vigentes y por venir, convirtiéndose en una de ellas. Con gran sensibilidad melódica, un largo colmillo para la construcción de armonías, originalidad para la combinación instrumental y una poética que transitaba de la creación de personajes a la abstracción, consolidó uno de los cancioneros más trascendentes del mundo del pop.

Como si de un extraño Principito se tratara, David Robert Jones (Brixton, Londres, 1947–Nueva York, 2016) llegó procedente de un pequeño asteroide para caer en la Tierra; con la influencia de su hermano por el gusto hacia la música, formó parte de algunas bandas (King Bees, Manish Boys) hasta que decidió viajar en solitario bajo el nombre de David Bowie, para evitar confusiones con el vocalista de The Monkees. Corrían los años sesenta y la revolución de la música popular estaba en pleno apogeo. Justo sacó a la luz su primer disco en un año crucial para la historia del rock, lleno de obras cumbres.

Fue una salida no tanto en falso, pero sí tanteando el terreno, apenas con ciertos destellos de su creciente talento compositivo y en búsqueda de la identidad artística, aquí con mayor inclinación hacia la escena mod. Se entiende, dado que recién se estaba acoplando a nuestro planeta. El álbum debut David Bowie (1967) fue una carta de presentación, con algunos de los temas que serían recurrentes como la angustia, la decepción y las tonalidades apocalípticas, conviviendo con declaraciones de amor que trascendían el fin de semana.

Después de pasar un cuanto tanto desapercibido, el reconocimiento llegaría pronto de la mano de su segunda obra, la sideral y psicodélica Space Oddity (1969), originalmente titulada Man of Words/Man of Music, coincidiendo con el famoso alunizaje, y cuya canción titular nos introdujo al Mayor Tom, un astronauta en busca de libertad espacial que busca respuestas fuera del control en tierra, y que ha aparecido en varias canciones de otros artistas y del propio Bowie.

El hombre que vendió el mundo y cayó a la tierra

La década de los setenta fue clave para su desarrollo como productor, compositor e ícono artístico que invadía otros terrenos como la moda, la sexualidad y el cine. De entrada, grabó el alocado The Man Who Sold the World (1970) con Mick Ronson y Toni Visconti, dos hombres centrales en su carrera, que le ayudaron a iniciar un periodo fundamental no solo para él, sino para la historia del rock. Reposando con elegante vestido femenino como si estuviera en el camerino dentro del contexto de la music hall, el artista empezaba a desarrollar su inaplazable capacidad para el camuflaje y, paradójicamente, para siempre destacar.

Después vendría un cúmulo de clásicos consecutivos que lo confirmarían como uno de los solistas esenciales de la música popular. Abriendo con Changes y Oh! You Pretty Things, transitando por la emotividad orquestal de Life On Mars? (ahí está Jessica Lange interpretándola en American Horror Story) y complementándose con canciones para Bob Dylan y Andy Warhol, Hunky Dory (1971) se estructuró a partir de la diversidad estilística con el piano de Rick Wakeman construyendo escenarios de extraña hospitalidad.

Un rockstar alienígena de sexualidad indefinida vive en un mundo marcado por la decadencia y, ya desde entonces, el culto a la fama. Sin desperdicio alguno, la obra maestra The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders of Mars (1972) se alimenta del rock progresivo en cuanto su naturaleza conceptual y del glam, con todo y su condición de alumno aventajado del mago Marc Bolan (creador del mítico álbum The Slider con T. Rex), por su influjo iconográfico y de provocativa teatralidad. A todo gran ascenso, corresponde una brusca e imparable caída, aunque siempre habrá manera de regresar.

En efecto, Ziggy mutó y apareció Aladin Sane (1973), personaje y título de su siguiente disco en el que se profundiza en la imaginería glam, reflejada en canciones como Panic in Detroit, The Jean Genie y la angustiosa Time. Junto con Roxy Music y Genesis, Bowie se erigía en creador de escenarios donde igual cabe la sofisticación que la mundanidad, el drama que la ironía, el cinismo que la paranoia. Este mismo año presentó Pin-Ups (1973), álbum de covers grabado junto con sus queridas arañas de Marte, y mostró sus dotes como productor en sendas obras de Lou Reed, The Stooges y Mott the Hoople.

Sin título

 

Con Diamonds Dogs (1974) recuperó la paranoia orwelliana al tiempo que rockeaba al grito de Rebel Rebel, tal como se deja escuchar en David Live (1974), grabado en directo en Filadelfia y de cuya gira, con el habitual instinto para aprehender estilos, Bowie escuchó el canto de las sirenas del soul con aroma plástico y pronto perpetró el inmediatista Young Americans (1975), sin maquillaje, con la crucial adhesión del guitarrista Carlos Alomar y la inserción de Fame, tema compuesto en complicidad con John Lennon.

Sus estudios de mimo y como actor se fueron poniendo en práctica de manera simultánea. Después de ser Cloud bajo la dirección de Lindsay Kemp y en el filme corto para TV Pierrot in Turquoise or The Looking Glass Murders (Mahoney, 1970), así como aparecer en el fantasmal corto The Image (Armstrong, 1967), representó en pantalla a un alienígena que llega por estos lares para buscar agua y salvar a su agonizante planeta en El hombre que cayó a la Tierra (Roeg, 1976), filme que le significó su primer protagónico con personaje creado como anillo al dedo que hasta a los negocios le sabía.

Sobrevolando el cielo de Berlín

La diversidad  de los géneros revisitados continuó con Station to Station (1976), uno de los momentos cumbres de su discografía y de la música setentera en general: sus influencias en el uso de los teclados y en la generación de ricas texturas sonoras pueden ser percibidas en diversos grupos posteriores. El delgado duque blanco apareció en el reparto de personajes como una especie de fascista decadente, añorando pasados autoritarios.

Fue una época en la que los abusos de sustancias prevalecieron al punto de que artista y creación parecían confundirse. Integrado por piezas de estos años, se integró el soundtrack Christiane F. Wir Kinder (1981) del filme Yo, Cristina , dirigido por Uri Edel sobre una adolescente atrapada en el mundo de las drogas en el Berlín de los setenta, una ciudad partida y víctima de la guerra fría, en consonancia con el enfoque de la famosa trilogía realizada un poco antes.

En efecto, la trilogía de Berlín tuvo su arranque con Low (1977), brillantemente dúctil en su primera parte, con un pop que rondaba la experimentación vía What in the World y Sound & Vision, y aventureramente instrumental en la segunda con clásicos como Warszawa, imaginados en complicidad con el patriarca ambient Brian Eno, a quien volvería a reclutar para Heroes (1977), la segunda entrega de la etapa berlinesca con influencias del krautrock y el post punk, además de la notoria presencia de Robert Fripp y de la canción titular, gracias a la cual todos nos hemos sentido heroicos al menos un día. O un rato, mientras se escucha la pieza

Lodger (1979) cerró este innovador, peligrosamente extremo, lleno de excesos y al fin fructífero periodo con el que concluyó la década clave de su trayectoria, entre apuntes minimalistas, aromas turcos y la acostumbrada alquimia entre el pop art al alcance de todos y los lances avant garde, expresados en creativas estructuras armónicas y arriesgados cambios de ruta estilística, siempre bajo el cobijo de Toni Visconti y culminando una muy didáctica colaboración con el ex Roxy Music.

La década (no tan) perdida

Los años ochenta empezaron en una tesitura intensa y brillante con Scary Monsters (1980), señalando una nueva dirección en el enfoque musical y regresando a un rock más clásico. El Major Tom se ha vuelto chatarra y el mundo de la moda parece invadir todos los escaparates vitales, sin olvidar que terminaremos regresando a nuestra condición de cenizas. Por estos tiempos, además de presentar con Queen la clásica Under Pressure en 1981, protagonizó en teatro El hombre elefante y en cine a un vampiro enamorado de Catherine Deneuve en El ansia (Scott, 1982), dos personajes diferentes y marginales, para no variar.

Llegó al gran público con el new wave bañado de soul de Let´s Dance (1983) y la efusiva Modern Love como estandarte, además de China Girl y la canción titular, con un Bowie mostrando los puños como dispuesto a dar la pelea frente a las críticas, que siguieron con Tonight (1984), no obstante incluir algunos sólidos corte como Lovin the Alien, el hit Blue Jean, God Only Knows en la vertiente de su admirado Elvis Presley y la pieza titular, a dueto con Tina Turner.

Bailó con Mick Jagger en la calle y se dio tiempo para las cámaras fílmicas en Feliz Navidad, Mr. Lawrence (Ôshima, 1983), una de sus mejores actuaciones; en la ochenterísima Fuga al amanecer (Landis, 1985); en el musical Absolute Beginners (Temple, 1986), contribuyendo con la canción titular, como lo hiciera con el estupendo corte This Is Not America en conjunto con Pat Metheny para The Falcon and the Snowman (Schlesinger, 1985), y en la entretenida Laberinto (Henson, 1986), asumiendo el rol de rey de los Goblins.

Vendría un periodo complicado en términos creativos que inició con Never Let Me Down (1987), en donde el filón melódico parecía no estar del todo a punto y que continuó con Tin Machine, un proyecto de rock duro en complicidad con el enérgico guitarrista Reeves Gabrels y los hermanos Sales que generó dos álbumes (Tin Machine, 1989; Tin Machine II, 1991) de los que se rescatan algunos cortes, en particular de la primera entrega.

Asimismo, se lavó las manos representando a Poncio Pilatos dentro de la obra maestra La última tentación de Cristo (1989), dirigida con nervio y poesía por Martin Scorsese. Protagonizó a un empleado de un restaurante que busca robarle a sus empleadores en The Linguini Incident (1991), junto con Rossana Arquette.

Vuelta en solitario

El camino se empezó a recomponer con el suntuoso Black Tie White Noise (1993), salpicado de influjos de soul y jazz, para después componer el meditativo soundtrack instrumental The Buddha of Suburbia (1994) y dar un salto radical a la intensidad cuasi-industrial de 1. Outside (1995) en complicidad con Brian Eno y con la participación de Trent Reznor. En sus propias palabras, se trata de un “drama gótico no lineal hipercíclico”, y habla acerca de los diarios de Nathan Adler, un detective que investiga una serie de asesinatos artísticos. Para redondear, ahí está el efusivo remix de los Pet Shop Boys saludando al spaceboy cubierto de polvo lunar.

La década noventera concluyó con el consistente Earthling (1996), enclavado en la tendencia electrónica con la incorporación de diversas vertientes como tecno, house y drum´n´bass soportando la astucia melódica habitual, aquí transpirando entre loops, secuencias y sonidos de poderío digital que se entreveran con instrumentaciones musculosas a cuenta de la guitarra y el bajo. Con esta obra bajo la roída gabardina con la bandera inglesa, David Bowie visitó México para dar un concierto dirigido a iniciados, sin complacencias.

La transición del siglo, además de desligarse de la estética electrónica, implicó la realización de tres discos con buena dosis de continuidad y soltura, como si de una mirada al pasado se tratara pero con la perspectiva postmilenaria: Hours… (1999) arranca con la evocativa Thursday’s Child y después de una primera parte de predominio melódico, va subiendo de tono a partir de la guitarra de Gabrels.

Heathen (2002) es una obra inmediatamente reconocible de su autor, incluso en las versiones de piezas de Neil Young y los Pixies, acaso por el regreso de Visconti y Alomar, que puede ir del tono celebratorio al drama, como en la intensa Slip Away; finalmente, Reality (2003) transita por la misma línea, revisitando sonidos propuestos con antelación con todo y el retorno del viejo cómplice Mike Garson en el piano, pero con un toque de ineludible actualidad. Una trilogía que mostraba al tránsfuga de los géneros en plena forma creativa.

Soy una estrella negra

Diez años de silencio musical, salvo algunas contribuciones al mundo del arte como pintor y editor, así como apariciones entre las que se recuerdan la que realizó con sus consentidos de Arcade Fire y cuando se enfundó en la piel de Tesla para el filme de Nolan El gran truco (2006), hasta que se imprimió el nostálgico y sofisticado The Next Day (2013), preguntándose dónde estamos ahora después de asumir tantos rostros y palpitar con Berlín, ya liberada del muro divisorio.

Una especie de epitafio-obsequio para los terrícolas, aprovechando la inminencia de la muerte para convertirla en arte liberador y asumirse ahora como una estrella negra, cohabitando con los misterios que rodean a nuestro planeta y a la realidad tangible que nos circunda. Black Star (2015) es una obra maestra en la que las composiciones se someten a una atmósfera de free-jazz, con un saxo sobrevolando las cambiantes secuencias rítmicas y melódicas.

Antes de convertirse en alguna entidad sideral, un hombre con vendas en el rostro ha sustituido sus ojos bicolor por unos botones, acaso para anunciar con más certeza la inesperada despedida inmediata.

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Fernando Cuevas Garza. Es asesor de proyectos educativos y escribe sobre cine, música, literatura y arte en general desde hace cerca de 20 años, buscando aprender y disfrutar de estas manifestaciones humanas. Ha colaborado en diversos medios y entre sus publicaciones se cuenta Historia y apreciación del arte, editado por Pearson en el 2010.

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