RESEÑA
Conversación con la perrada: Un viaje de altos vuelos
Rosa Murillo
Sobre asuntos de poesía
(*) ¿Con quién conversa el autor de estos textos? Si oímos, si escuchamos su ritmo, su canto, aun sin ir al fondo del discurso, escucharemos ecos de tiempos ya lejanos que también pueden ser hoy, y desde el horizonte de este hoy, resplandores del canto de mañana.
Con esto me refiero básicamente a la metamorfosis del lenguaje, al pasado y al presente de la poesía que, visto por entendidos en el tema, se halla inmersa en un estado confuso al que la han llevado la confrontación, los malos entendidos y la adulteración de las estéticas, llámense clásica, moderna, postmoderna.
El caso es que hoy, mientras ningún estudioso se declare sabedor y autor de la verdad, sólo cabe en el caos la pregunta: ¿Qué cosa es poesía, qué cosa no lo es?
Hay quien dice que poesía es belleza, claridad en el mensaje, esencia, lenguaje que toque al ser humano, que le hable, que le diga algo sin que éste, el pobrecillo ser, al encontrarse un poema lo confunda con un rompecabezas. Pero otros dicen lo contrario: que a la poesía ya no le gusta el agua del origen, ni que la asocien con astros o con verdes bosquecillos. Dicen que la poesía actual, la nuevecita, ya probó la realidad y le gustó, que ya sentó cabeza junto a los caños abiertos del desagüe. Quién sabe quien tenga la razón; el hecho es que en el epígrafe primero de este libro podemos encontrar una respuesta:
En el dialecto de hoy
diré a mi vez
las cosas eternas.
Los versos son de Borges.
Quienes somos
¿Quién es la perrada? ¿Es el autor multiplicado por sí mismo? ¿Son aquellos que lo han antecedido en asuntos de lenguaje, de creación poética? ¿Es la FILA DE LOCOS del poema de la página 41? ¿Son todos, cada uno con su tema, seguidos por canes despistados en callejones con olor a soledad?
Dice el poema:
Somos legión, túrbida sombra,
son de la soledad multiplicada
y, por demás decir,
parvadas de un solo pájaro,
aguijarrado cauce de muchas aguas
incomprensibles
por un mismo canal.
Somos legión –dicen- y asumen su origen, el mismo, el principio, para luego curarse, curarnos de pureza del lenguaje con la siguiente afirmación:
Nadie puede apreciarse la figura en el crucial espejo
Sin que le salgan muchedumbres.
En estos versos, columna que sostiene el discurso, el espejo simboliza algo más que la duplicidad o la multiplicidad de una forma. Es el espejo que pare, no imágenes, no rostros, sino carne sensible al dolor, huesos echados al olvido, a la muerte.
Sigue el poema. Y dice:
Las cosas predilectas se resbalan
no son lo que nos fueron ni nosotros lo suyo
el mar que las ahogó.
Canto de pérdida; desfallecen las cosas predilectas pero también desfallece la legión, y con ella, en medio de la amargura y de la violencia del mar que ahogó al pasado, desfallece el de la voz, el mismo que sigue hacia adelante con todo y sus certezas, con su historia que habrá de alimentarlo en parajes todavía más inhóspitos, en suelos con árboles de arena que parecen anunciar un horizonte donde el sueño es preludio de la muerte, y la sinrazón, sepulturera del lenguaje.
Cuídate de saber quiénes has sido, dice otro verso, aceptación de lo uno y lo múltiple.
Escrito con dos dedos es el título del poema de la página 75. En éste continúa el autor con el tema del lenguaje, con la exposición del pasado como tradición poética.
Dice:
Si de nunca jamás la seña absurda
se rebaja y nos deja
escuchar otro cuerpo,
remirar el sentido de la luna
y saber dónde estamos.
O bien, tan explicadamente,
vienen frutales espejismos
debajo de lo abierto.
Cántaros de infusión casi de flores
o decapitaciones de unos pájaros
que ya no cantarán
cuando se diga madrugada.
No por eso el pulgar
y el índice se irán de la batalla.
Claro que inducirán la seña absurda.
Lo sorpresivo sórdido
o el angélico son de algo vedado
serán lo nuestro.
O situará el gallo
su mensaje espectral.
Y no sabrán los ojos o los pulsos
Que estuvieron a punto
y ya no lo estarán.
En estos versos a lo largo del poema, los símbolos, la forma de trabajarlos del autor, su posición ante el contexto, hacen de la luna, del pájaro, del gallo, una imagen que, casi en automático, ubican al lector frente a un poeta en plena madurez de la escritura, un poeta completo que sin embargo propone, se propone remirar el sentido de la luna, ubicar, darle nombre al espacio del lenguaje, darle al tiempo presente sus fronteras: su ayer que huele a flores, su mañana que acaso amanezca con pájaros sin alas, sin memoria.
Qué bella claridad tan bien cantada, qué propuesta tan lúcida para esquivar la esclavitud de algunos dogmas: ser libre en la creación, que el verbo cante lo angélico vedado, pero también lo sorpresivo de lo sórdido.
El lenguaje del amor
Si bien, a lo largo del libro el tema lenguaje es recurrente, también, y por añadidura, el amor transita por sus versos. A veces, y a manera de canto, se asoma por ahí a lo Fuensanta vestida a la moda de este siglo. Veamos, si no, en el poema de la página 21 que dice al comienzo:
Amada, acompáñame a morir
a morir de vejez incandescida.
Y luego, en otro verso del mismo poema:
Dame la mano y la mirada.
Lirismo, retórica al extremo delicada, versos que se deslizan de manera natural, y forman estrofas sorprendentes, imágenes que mueven los sentidos. Como en estos otros versos:
Yo la miré, desnudo desde el alma,
porque es imposible ver un astro
sin tundir el azar con las arterias.
El placer y la polifonía
Se ha dicho que aunque la obra de arte se dirige a la sensibilidad, no tiene por finalidad causar placer; sin embargo, atendiendo a la sentencia aquella de que en los detalles –en este caso, del placer- se encuentran Dios o el diablo, en el libro de Benjamín Valdivia el placer toca al lector a través de la música y la imagen, de la polifonía con que puebla el contenido del discurso.
Libro polifónico, entrega exquisita de construcciones lúdicas, sincréticas; obra donde términos que acaso nos son desconocidos, acompañan, conviven, dan sentido al uso cotidiano de la lengua. Y es desde el habla cotidiana, con verbos que parecían descansar en la paz de los sepulcros, con que el autor pareciera invitarnos a un viaje de altos vuelos, cuyo vehículo, no un barco que aparque en Fenicia, sino unas palomas de metal, nos lleve al terreno de los sueños.
La invitación referida se encuentra en el poema Viático, página 51, y así dice una estrofa:
Acabala el secreto, el viático,
lo que basta para correr mundo
y tanta vida, lo que ajusta
para la intromisión
de la mirada
en lo que todavía es noche.
¿Pero quién es la perrada?
Suena tan fuerte, tan de calle, tan de huesos.
Es todo.
*Texto leído por la autora en la presentación del libro Conversación con la perrada de Benjamín Valdivia, el 25 de febrero de 2016.