EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO
Pasquale Frunzio
C. D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)
La ciudad de Turín es famosa por su chocolate, por sus motocarros y por sus suicidios literarios. Cesare Pavese tomó una sobredosis de barbitúricos en el Albergo Roma justo enfrente de la estación de trenes Porta Nova, mientras que Primo Levi se arrojó desde lo alto de una escalera en sus edificios en Corso Re Umberto. Enfangado por las deudas y rechazado por su editor, el aventurero Emilio Salgari usó una cuchilla de afeitar para realizarse un extravagante sepukku en las colinas detrás de su casa en Corso Casale. A Friedrich Nietzsche le llevó un tiempo morirse pero comenzó el proceso arrojándose al cuello de una caballo y llorando extravagantemente en Piazza Carlos Alberto, para no volver a escribir más una palabra legible.
Es por esa razón, quizá, por la que Pasquale Frunzio se mudó a la ciudad, aceptó un trabajo aburrido en una compañía estatal de seguros mientras trabajaba en Lo Specchio Segreto, una pequeña colección de poesía tardomodernista. Como Kafka, Pessoa y Svevo (sus mayores influencias), Frunzio era un hombre modesto y silencioso que pasaba su tiempo sin ser notado en la oficina de Inpdap y las noches trabajando en sus poemas, sin mayores extravagancias que un plato de pasta asciutta y una botella de agua mineral.
Mientras que muchos escritores han considerado la persistencia de su reputación tras su muerte, pocos han considerado la muerte como una estrategia para su carrera. No fue así en el caso de Pasquale Frunzio. Frustrado por su incapacidad de que se publicara alguno de sus trabajos e incluso de que alguien los leyera, puso en práctica la lógica calculadora y la precisión metódica de su trabajo diario y decidió matarse a sí mismo. Sólo entonces, creía Frunzio, se percatarían de su obra.
Frunzio escribió una carta (una de sus mejores obras, pensaba, que de seguro se convertiría en el prefacio de sus opera omnia) y la colocó en la mesa de la sala de su diminuto departamento en San Salvario, junto a un manuscrito pulcramente mecanografiado de Lo Specchio Segreto.
Después se puso su mejor traje y (probablemente inspirado por Sylvia Plath) abrió la llave del gas del horno, abrió la puerta de éste y colocó la cabeza dentro. Sin embargo, en el momento en que los vapores estaban comenzando a hacer efecto, sonó el timbre de la puerta. Aunque Frunzio estaba algo mareado a esas alturas, siempre fue un hombre de hábitos regulares y educado, y se arrastró por el suelo de la cocina para abrir la puerta. Un cartero estaba en su puerta con un telegrama, nada más y nada menos que del reconocido editor Giangiacomo Feltrinelli, disculpándose por el regreso por accidente de Lo Specchio Segreto, que consideraba una obra maestra y que deseaba publicar. Asombrado por esta vuelta del destino, Frunzio se sentó a la mesa y, para leer el telegrama con más cuidado y asegurarse de que no lo había entendido mal, encendió la luz. Una chispa del interruptor prendió la nube de gas que, por aquel entonces, llenaba el departamento, dando lugar a una gran explosión e inmolando completamente a Frunzio, su carta de despedida y todo su trabajo del que, en un raro descuido, no había hecho ninguna copia.