miércoles. 06.12.2023
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De los primeros peldaños

Andrés Baldíos

De los primeros peldaños

Ya son cuatro años desde que me aventuré al mundo literario sin mayores pretensiones a las de desaparecer con la tranquilidad de quien cumplió con un pequeño sueño. Cuatro años desde que la emoción juvenil de verme apilado en algún estante y jugar al oficio de escribir me había mantenido sobrio en el milagro de vivir, antes de ahondar en la rebuscada bruma de la madurez.

En 2012 publiqué un librito de microcuentos que, desde luego, careció no solamente de solidez (como la gran mayoría de las obras primerizas; lo digo sin generalizar), sino de una buena impresión en papel, con manchones de tinta y acompañamientos visuales que pudieron no haber estado incluidos y así haber demostrado en los textos un poco más de confianza e independencia. Los textos en sí, ataviados de referencias a mis predilecciones y marcados por las dedicatorias a varios seres queridos, demostraron tener un cierto interés en algunos de sus lectores, a pesar de su normalidad. Pero ese era el punto: no tanto probar una valentía al aventarme a publicar, sino el tropezar para caer y mirar desde el suelo, que el horizonte luce igual a como si estuviera de pie. En otras palabras, el punto era brindarme la ingenua aventura de entrarle al jueguillo de las publicaciones como en un nivel de videojuego, hacerme el aspirante sólo para ver un bonito objeto hecho con todo mi entusiasmo. Parafraseando a José Donoso: fue como meterse en una escuela privada, más por el hecho de lucir el uniforme que por el aprendizaje en sí.

Lo logré. Se publicó, y se perdió. Colorín colorao.

Lo titulé convenientemente Los primeros peldaños son peligrosos, en honor al riesgo novel de quien se decide manifestar sus primeros bosquejos y brindarse una pequeña, casi invisible reputación, o solamente darse el gusto de tener una prueba tangible de que uno perdía el tiempo placenteramente en la escritura. Por ese lado, es un librito al que le guardo cariño de manera fraternal, sin ser un hijo pródigo o siquiera perdido, por el simple hecho de que es la prueba de que todos debemos comenzar desde… algo.

Mi pequeño librito, ese patito feo que quedó feo, se ha perdido, para bien personal y para siempre, no sin antes encontrar el público que yo le deseaba: conocidos y amigos, colorín colorao. Sin arrepentimientos, rencores u orgullos, lo recuerdo con la nostalgia de un momento grato de la niñez, donde solíamos jugar a que podíamos volar en línea recta como los saiyayins y cuando movíamos a nuestro placer las figuras de acción que nos traían los Santos Reyes. Como diría Bernard Black, el gusto de recorrer millas y millas en bicicleta a la casa de un amigo sólo para decirle que encontraste una rana.

De todos los microcuentos que permanecen encerrados en el librito, casi como abrigados y protegidos de un invierno interminable, quisiera verme en el tramposo deseo de compartir unos cuantos (muy breves, lo prometo) a los que guardo especial cariño, no por calidad narrativa o cuestión de nostalgia, peor aún, sino porque surgieron de aquel lugar que el auténtico narrador nunca usaría, el principal enemigo del quehacer literario: el corazón. Los quiero como un bello momento en el que sentí que podía contarle mis secretos a alguien de total confianza, en este caso, los lectores que hallaron mi patito feo… que quedó feo.

***

El reconocimiento del artista

El hombre recién había comprado un libro cuando encontró al artista sentado en una de las tantas bancas de la plaza, en uno de esos tantos días cualquiera que tan bien se describen en la literatura, con un montonal de papeles a su lado y una pluma bien filosa deshilachando manuscritos. El hombre, asombrado y emocionado, corrió directamente al artista, y al llegar le preguntó amablemente: “Soy un gran admirador de su trabajo, ¿podría firmarme el libro?” El artista, confundido, miró al hombre y luego echó un vistazo al libro. “Pero… ¿por qué lo habría de firmar?”, preguntó el artista. “Porque es un honor para mí el tener su firma en su propia correspondencia. En verdad, es un trabajo extraordinario lo que hace; mis más humildes respetos y mis más grandes admiraciones para usted”.

El artista sonrió, embelesado por dichas palabras en tan inesperado momento, como si finalmente comprendiera el significado de la entrega hacia su trabajo.

Y así fue como el traductor le firmó el libro al lector.

La existencia de la magia

El pequeño depositó su diente bajo su almohada, y luego de varios minutos de ansia cayó en un profundo sueño. Una figura entró a la habitación procurando no hacer ruido. Se acercó a la cama y enterró su mano entre la almohada y el colchón, tratando de alcanzar el diente. De repente, el pequeño se despertó, atrapando a su madre en el acto. ¡Ay, hijito, no era mi intención despertarte, disculpa!, exclamó apenada la Sra. Rata. No te preocupes, mami, no estaba tan dormido de todas formas, dijo el pequeño, sonriéndole, y ladeando su colita.

Así regresa Zaratustra

Regresó a su cueva donde lo esperaban su serpiente, su águila y su ánima. “¡Ya vine, vieja!”, avisó con cansancio. “¿Cómo te fue, viejo?”, preguntó su ánima mientras daba una última sacudida a un buró con el viejo plumero. “Mal, vieja”, respondió con remordimiento, “nunca creí que la gente no fuese a estar lista para todo”. “Ya ves, viejo”, le dijo su ánima con cierta lástima, “deberías ver más televisión”.

Ternura

Llego finalmente a la página trescientos ochenta y ella atraviesa la puerta, cruzando por mi paisaje de estanterías repletas con el triste buen tino de las personas bellas que ignoran lo que no es como ellas. Pero ella viene aquí todos los días, sin horarios específicos. En cualquier momento puede llegar con esa discreción que me mata de interés. Por tal motivo vengo aquí todos los días. Mientras la espero, leo todo lo que puedo. Estudio Ingeniería Mecánica, solía ser un iletrado estancado en una rutina superficial de idas y vueltas por mis obligaciones hasta que el deseo me enseñó a no quedarme con la mera hojeada de los libros. Parece que ahora he leído incluso más que ella; parece que ya tengo las herramientas necesarias para que ella me encuentre interesante, o relevante en sus estadías… o al menos considerable para un sencillo gesto de “buenos días”.

¡Qué buena costumbre me ha ofrecido la simple esperanza de contemplar una inspiración de la que no tendré mayor vínculo que el del mismo terreno académico!

En todo caso, convendría nunca invitarla a salir.

Estrategia

Para librarse de un trauma ocasionado por una espantosa pesadilla cuyas sombras involucran algún lugar cercano o de proporciones únicamente conocidas en el sueño, sólo hay que llamar a tus mejores aliados para inutilizarlo, y una vez calmado, retornar a la vida de siempre.

Por ejemplo: si tienes una pesadilla donde te es imposible atravesar el umbral de un lugar al que solías ir de niño (algún terreno de tus familiares, una granja, un solar, una zona privada en la extensión de una sierra), invita a todos tus amigos ahí mismo a pasar un fin de semana y permíteles la entrada a ellos primero. Irán de visita para prender todas las luces por ti, desempacar sin sospecha alguna de nada en absoluto y recorrer los rincones con la dicha de los turistas en un sitio anhelado, todo para que te des cuenta de que en realidad no hay nada en la oscuridad de tus desvaríos.

En el dado caso de que el experimento concluya torcidamente (es decir, que aquella indescifrable herida en tu pesadillas era nada menos que un presagio de ti mismo enloqueciendo y asesinando a tus propios invitados por motivos que los estudios concentrados en patologías aún desconocen), entonces otro gallo nos cantará.

I saw the ocean meet the man

El primer hombre caminaba agotado en busca de algo que le pudiese servir para saciar una angustia que le acosaba a retortijones el estómago, la garganta y los sentidos.

Al ser el primero de los seres humanos sobre la tierra, sólo poseía el magnífico don del habla sencilla y desconocida y la habilidad de distinguir la noche del día. Nada más.

Mareado y debilitado en el cálido centro de mil bosques, se topó con un cayo perdido entre tallos mugrientos. Se postró bocabajo en el cayo y contempló con extrañeza la figura de otro hombre recostado bocarriba en un suelo azul de nubes y aves. Era idéntico a él, pero no lo sabía.

Ninguno de los hombres corrió despavorido. Al contrario de sus soledades, deseaban conocerse. Pero el hombre bocarriba se desintegró en líneas danzantes al momento en que el hombre bocabajo lo tocó, pero se reconstruyó luego de unos momentos. El hombre bocabajo no podía creer tal poder.

¿Eres quién?” preguntó. El hombre bocarriba declamó la misma pregunta al mismo tiempo, pero sin articular ruido alguno.

Luego de horas contemplándose, el viento intervino en el interrogatorio del hombre bocabajo. El hombre bocarriba volvió a desintegrarse.

Luego de días de hipnotismo, cara a cara con su descubrimiento, el hombre bocabajo se sintió de repente como la entidad de mayor poderío en su mundo ya recorrido. Finalmente atinó que aquello era su reflejo, que podría crear sus propias réplicas en cualquiera de las cosas que llegara a conocer.

Me has gustado tanto”, le decía el hombre a su descubrimiento, “que te voy a tomar, a sentir y a usar. Te voy a acabar todo”. Ese fue el comienzo de una terrible persecución: el hombre privaría al agua de su clarividencia y la maltrataría como el infernal padrastro que sería a través de los siglos.

Desde entonces el agua se mueve.

Diplomado en terrorismo

Lo que deben hacer es responder por quienes no tienen los cojones para dar la cara de una de las realidades que atormentan la unificación de las sociedades: la falta de conciencia. Deben formar parte honoraria del horror en carne propia, de los responsables de la irresponsabilidad, de los seres humanos iguales a cualesquiera otros que juzgan la valía de un bebé chupando tiernamente la tetilla de su madre sólo por estar un asiento más atrás en el anfiteatro de la vida; ya ni siquiera una vida específica (política, económica, social: los arquetipos), sino simplemente la vida que corresponde a los seres de este mundo.

Lo que deben hacer es rendir homenaje a una totalidad que ni ustedes mismos logren comprender. Ya estarán demasiado extasiados en una deserción total de sus suministros más humanos que no tendrán tiempo para arrepentirse de ningún acto. La espiritualidad, la racionalidad y la objetividad, habrán sido los elementos despedidos para que ustedes tomen las grandes vacaciones de su vida. Vida es una cosa que, por cierto, deberán remover el mayor número de veces posible, de cualquier cosa que respire o no respire (si las rocas se pueden hacer añicos, ¿por qué no hacerlas añicos?)

Y deberán arrancar como salgan, deberán actuar como venga la cosa sin esperar mayor respuesta que una buena porción de economía ensangrentada. O coños para sus entrañas.

Lo que deben hacer es volarles la cara a todos, borrarles cualquier expresión posible y, si tienen tiempo, meter mano sucia en cualquier sangrada abertura por donde los parieron. ¿La cantidad exacta de objetivos eliminados? Miren, hay de todo. En este caso, que sea todo; mínimo, todo lo posible. De cualquier manera los reemplazos de dichas bajas serán instantáneos y además serán números, así que no titubeen, que la reflexión es para inútiles.

Lo que deben hacer es la nada. Deben crear la nada. Pero deben primero dar un espectáculo de suciedad; generalicen, sean lo más explícitos posibles, mientras más suciedad ocasionen, más rienda suelta darán a los acontecimientos de la nada: donde no hay nada que pueda hacerse.

Esperen ser contratados. Si actúan de manera independiente, procuren no tener principios y vislumbrar a todo cuanto exista (inclusive a ustedes mismos) en un solo ángulo: lo que sube debe bajar, por las malas o por la fuerza.

Su diploma lo recogen, por favor, en los baños al final del pasillo.

Diálogo entre gotas de lluvia cayendo

GOTA 1 - ¡Vamos demasiado ráp…! (estalla en el pavimento)

GOTA 2 - ¡Tuve sueños transparen…! (estalla entre la niebla)

GOTA 3 - ¡De mí brotarán tantos! ¡Tan…! (estalla en el cristal de una tienda de mascotas)

GOTITAS DE GOTA 3 - ¡Qué bellos seres con ojotes! ¡Qué lindas telitas flotantes! ¡Qué colores! (estalla en el pavimento)

GOTA 4 - ¿Dónde están las personas? ¿Por qu…? (estalla junto a gota 5, 6 y 7)

GOTA 8 - ¿Por qué las person…? (estalla en el cristal de un auto junto con las siguientes catorce gotas)

GOTITAS DE ESAS CATORCE GOTAS (Al mismo tiempo) - ¡No hay gente! ¿Por qué se ocultan de nosotras? ¿Qué les hicimos? (dicen mientras recorren entre detenciones y aceleraciones el cristal del auto)

GOTA 22 - ¡Soy salada! (estalla en el ojo de un vagabundo)

GOTA 23 - ¡Soy orina! (estalla en los labios de unos enamorados)

GOTAS 24 y 25 - ¡Venimos de un arroy…! (estallan sobre un poste de luz)

GOTAS 26, 27, 28 y 47 - ¡Somos de muy lejo…! (estallan sobre un tendedero)

GOTA 56 - ¡Vengo en compañí…! (estalla junto con otras mil gotas en la ventana de un poeta)

POETA - ¡Lluvia! ¡Qué preciosidad! ¿Por qué no sale nadie? Como si les hiciera daño (y estalla en carcajadas).

La primera introducción

El apunte yace sobre el papel sin que nosotros sepamos si nos sonríe o si nos levanta el dedo, si su rígida apariencia de barras y estrellas simplemente está para nosotros o si nos está dando la espalda.

Que aterrador es, en verdad, dedicar tu vida a escribir libros.

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Andrés Baldíos es escritor. Los primeros peldaños son peligrosos, su hasta ahora primer libro de cuentos, fue editado en 2012 por San Roque.

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