DISFRUTES COTIDIANOS
Amistad en grande
Fernando Cuevas
A la memoria de Nacho Padilla, gran amigo de la infancia.
A la par y en consonancia con su obra literaria, el versátil autor galés Roald Dahl (1916-1990) tuvo una estrecha relación con la televisión y el cine, participando como guionista en Sólo se vive dos veces, (Gilbert, 1967) y en Chitty Chitty Bang Bang, (Hughes, 1968), ambas basadas en novelas de Ian Fleming, así como en El enterrador nocturno (Reid, 1971), insertando una combinación de romance, tensión sexual y misterio, cual sello de la casa: elementos narrativos en apariencia contradictoria o subversiva confluyendo en un mismo relato para ser leídos en distintos niveles.
Además, su vínculo con la pantalla fílmica se ha fortalecido como creador de historias irresistibles que pedían a gritos su traslado al mundo de las imágenes, tanto por su originalidad temática, imaginería visual y creación de personajes atípicos, como por su capacidad para incorporar perspicaces ideas de diferente nivel de profundidad en un mismo argumento, en particular las que en apariencia se orientan a un público infantil en el que se confronta el mundo adulto con el de la niñez, pero con personajes que a pesar de la edad conservan cierto espíritu inocente.
Los ejemplos más notables son Willy Wonka y la fábrica de chocolate (Stuart, 1971), con el guión del propio Dahl y que mereció una segunda mirada bajo el título de Charlie y la fábrica de chocolate (Burton, 2005); Las brujas (Roeg, 1990), que bien merecería volverse a ver; la animada Jim y el durazno gigante (Selick, 1996); Matilda (DeVito, 1996), capturando su toque de rebeldía y El fantástico Sr. Zorro (Anderson, 2009), quizá la mejor adaptación que ha recibido la obra del también cuentista (Relatos de lo inesperado, 1979; Historias extraordinarias, 1977) que padeció una vida familiar signada por la tragedia.
Steven Spielberg ya había visitado tangencialmente el universo del escritor cuando produjo Gremlins (Fante, 1983), filme en el que se recuperaba en cierto sentido a las criaturas del folklore inglés dándoles una cara amable; de alguna manera parecía que, por la trayectoria de ambos, en algún momento habría un punto de encuentro entre el texto literario y el traslado fílmico, más allá de cuestiones de derechos, agendas y casas productoras.
Los avances tecnológicos para la producción de imágenes (en este caso la motion capture que funciona muy bien para la gestualidad), la posibilidad de adaptar un texto que cabía en la mirada del afamado director y el interés de la casa Disney, abrieron la puerta para que por fin se produjera el filme sobre el gigante y una huérfana, que ya había detonado The BFG (Cosgrove, 1989), cinta animada para televisión.
Dador de sueños
En cuanto a los rasgos del personaje principal, este acosado y bienintencionado grandulón de útiles orejas expandidas –aunque pequeño en comparación con los de su género-, parece ser la cara opuesta del gigante egoísta de Oscar Wilde y estar más cerca del gigante de hierro de Ted Hughes, inspirador de la emotiva película de animación homónima de Brad Bird, también perseguido aunque apoyado en una sólida amistad con un niño, tal como le sucede a este amistoso ser.
El buen amigo gigante (The BFG, RU-EU-Canadá, 2016) narra la historia de una amistad entre Sophie, una huérfana con espíritu aventurero (Ruby Barnhill) y un gigante bonachón, vegano y bebedor de un licor artesanal por si hacía falta, que guarda, comparte y asigna los sueños de las personas. Mientras que la primera se las arregla para vivir en el orfanato esperando al monstruo de las tres de la mañana, el segundo resiste el acoso y las burlas de sus congéneres, un grupo de gigantes caníbales de maneras rupestres que no entienden de sueños y quimeras, sino sólo de carne y ronquidos.
La propuesta de la escritora recién fallecida en noviembre del 2015 Melissa Mathison, responsable también de los guiones de El corcel negro (Ballard, 1979), The Escape Artist (Deschanel, 1982), la memorable E.T. El extraterrestre (Spielberg, 1983), La llave mágica (Oz, 1995) y Kundun (Scorsese, 1997), recupera la premisa esencial de la historia, enfatizando un humor alejado de las tonalidades oscuras y planteando, sobre todo, la importancia del vínculo que se puede establecer entre dos personas marginadas.
Después de retomar otro clásico europeo en Las aventuras de Tintín (2011), Spielberg opta por cocinar esta historia de buenos amigos a fuego lento, de manera sencilla y parsimoniosa, con un enfoque cuidadosamente familiar, quizá perdiendo intensidad emotiva pero ganando tiempo para el hermoso despliegue visual en consonancia con las ilustraciones originales del libro, mostrado desde las primeras de cambio con la secuencia del gigante recorriendo las calles londinenses y recurriendo a ingeniosas estrategias de camuflaje, notablemente capturado por una cámara que se ubica en los ángulos precisos y se desplaza con la misma soltura que el escurridizo dreamcatcher.
El episodio en el Palacio de Buckingham, particularmente durante el desayuno ofrecido por la reina (Penelope Wilton) y organizado por su asistente (Rebecca Hall), termina por ser el más logrado en términos de entretenimiento, mientras que la secuencia del lago de los sueños resulta visualmente absorbente, si bien el significado que implica la invitación por parte del gigante en términos de confianza, no alcanza a plasmarse del todo. Las escenografías, por su parte, están llenas de detalles que bien vale la pena revisar, como la de la habitación del niño que había llegado antes a la tierra de gigantes.
Está presente el cumplidor score de John Williams para acompañar a las secuencias, ya sea de cierta acción o de emotividad, puntual y expansivamente creadas por la cámara experta del habitual Janusz Kaminski, abriendo espacios para que la luz ilumine los registros actorales del gran Mark Rylance (que repite con Spielberg tras su soberbia actuación en Puente de espías), potenciados por la excelsa técnica de animación que se inscribe como un avance en relación con otros absorbentes esfuerzos vistos en cintas como El expreso polar (Zemeckis, 2004), Una mirada a la oscuridad (Linklater, 2006) y Beowulf (Zemeckis, 2007).