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La importancia de un buen par: confesiones de un zapatófilo

Miqui Puig

La importancia de un buen par: confesiones de un zapatófilo

You are the generation that bought more shoes…
And you get what you deserve

Johnny Boy

El otro día estuve tentado de volver a comprarme unas Jam shoes. Sí, hombre, esos zapatos de empeine blanco y puntera fina todo porque vi unas fotos de los primeros Aullidos En El Garaje (esa banda que me enseñó lo que sé hoy y me hizo esta “star” casi apagada) donde llevaba unas, todavía impolutas, y que supongo ocasionaron disputa familiar cuando alguna tarde de otoño mi madre las tiró a la basura de pura pena; por el estado de los zapatos, digo, no por su ánimo.

Creo que los zapatos debieron ser la tercera cosa que tuve clara para montar una banda de garaje auténtica como aquella. El nombre, los miembros y unos zapatos increíbles que nos distinguieran de la media. Eso era vital, eso era parte de la magia de tener una banda. Siempre cuento, al estilo abuelo cebolleta, que hay un ejercicio de mimetismo que cometemos todos los involucrados en movimientos musicales que luego nos hacen distintos. En los ochenta las fotos nos llegaban distorsionadas, tarde y muy deterioradas por los fanzines que consumíamos y que eran nuestra única conexión con la realidad afuera de fronteras. Y en ese querer parecerse a alguien siempre nacía algo nuevo. El mimetismo se realizaba con los armarios de viejo de la familia, vecinos y nuestros míticos Els Encants (mercado de pulgas barcelonés aún en funcionamiento.) Todavía en el pueblo donde nací, algunos camareros locales me apodan “el punki.” ¿La culpa? Una gabardina negra de mamá y un crucifijo que perteneció a la abuela paterna. Puro estilismo antes de la red. Siempre acertadamente, el amigo Amat dijo en su blog La Escuela Moderna que hubo unos pioneros dedicados a crear y crecer sin Internet. Nosotros. Y, cuidado, no estoy en contra de la red, ni much0 menos, sólo digo que entonces todo era distinto, muy distinto. También digo que si la genética me hubiera hecho de otra complexión quizás estaríamos hablando del hombre con más ropa del mundo. La familia de mi pareja todavía alucina cuando ven que mi parte del ropero es tres veces superior al de ella.

No estoy muy seguro si aquellas Jam shoes fueron el inicio de una obsesión o, si como suele ocurrir en los hijos de casa obreras, aquellos sucedáneos de las Adidas Samba o de las Converse españolas llamadas John Smith nos hicieron desear más. Uno de los fenómenos de moda en España fueron las ediciones nacionales de muchísimas marcas, pero destaca el “oasis” que tenía Adidas en el país: toda una historia de gángsters para desarrollar un argumento cinematográfico donde sale Bernard Tapie. Si leéis esa maravillosa historia acerca de los hermanos Dassler titulada Hermanos de sangre (Barbara Smit, Editorial Milenio), veréis como la licencia en materia de marcas en España fue durante años patrimonio de los amigos de Franco.

Crecimos con zapatillas de imitación, pero con espíritu de innovación. Siempre había una tienda donde una señora mayor tenía escondidos modelos increíbles, concretamente una en la calle Santa Anna de Granollers, donde un punki local, el hijo de persianas Juncosa, se había comprado unos míticos castellanos sin borlas que nos volvían locos. Bueno, a mí en concreto. Era la misma época en la que los calcetines blancos eran moda. Siempre ese espacio delicado y exclusivo para que los calcetines demuestren que el señor en cuestión es elegante, por eso al ver algunas fotos de los años proto-modernistas tendríamos que entender parte de aquello. Allí es donde empieza una relación intensa de búsqueda y expresión que se sintetiza a través de los zapatos, y puede que mi relación con ellos y de algunos de mis coetáneos más estilistas. Hace apenas unos años unos amigos del levante español me acercaron hasta la fábrica de una de las marcas míticas de nuestro camino hacia la elegancia: me llevaron a Hush Puppies. Una marca patria que fabricaba unos brogues increíbles de piel vuelta que fueron motivo de admiración entre todos los miembros de la Sociedad Modernista Frissone (tuvimos un par o tres de números de un fanzine y varias fiestas míticas, entre ellas un concierto de los Brighton 64 antes de…) En la fábrica sólo quedaba un par de esos míticos zapatos medio número más grandes de mi talla, pero me los llevé. No me cabía en la cabeza que la fábrica preferiría lanzarse a las sandalias de cuero deportivas para excursionistas y a unos zapatos herederos de Frankenstein.

Piensen que en aquella época no teníamos al alcance las revistas de tendencias, y en muchas ocasiones revistas como Dunia o el Vogue español solían suplir a las cabeceras míticas que luego nos ayudarían a conocer mes a mes las escenas que día a día nacían en materia de moda por el mundo. No es de extrañar que servidor aplicara el instinto de los primeros modernistas en la búsqueda de lo novedoso y sumando el revivalismo con mesura a una manera de actuar que lleva el sello de la innovación hasta límites absurdos, pero siempre con esa manera de actuar y pensar. Por eso con los años ciertos “talibanes” llegaron a poner precio por mi cabeza. La escena más graciosa que recuerdo fue cuando una joven modette en TV3 me acusara ante las cámaras de traicionar a la causa. Años después se paseaba por Barcelona con rastas y la más baja de las demostraciones de elegancia que conozco, una bicicleta con una caja de frutas en la trasera atada con cuerdas.

Y servidor creció como un obseso hasta atesorar más zaparos y zapatillas de deporte de las que mereciera, de aquí que cuando el bueno de Helmut me hizo conocer la canción que sirve de epígrafe a este artículo supe que por fin había dedicada una canción para mí y para lo mío: el atesoramiento compulsivo de calzado, pero calzado bonito. No dudé en incorporarla a mis cincuenta canciones favoritas y tampoco dejar de incluirla en el único recopilatorio que me dejaron hacer como DJ-fan-selector, Mis favoritas (Blanco y Negro Records.)

Y fueron 10 cajas con unas preciosas Puma Leather con velcro en un mercado de jueves que hicieron las delicias de los DJs Sin Fronteras y sus novias, en plena época acid-jazz cultura de clubs. Unos auténticos pisamierdas blancos de cuerdo rebajados den una tienda con dependientas de pechos de silicona en Roma. Montse y yo los vimos desde dos puntos distintos de la tienda. Los llevé en la rabación de Miope y siguen siendo (a pesar de estar rebajados) los más caros de mi colección. Unos brogues hechos a mano por un artesano menorquín y que criaron polvo hasta el cierre de la tienda a cien metros de casa de mis padres. Unos castellanos sin borlas como los del punkie de Granollers en los ochenta que tenían en el aparador de esa tienda de la calle Caballero de Gracia de Madrid y que cada día rumbo al trabajo viste durante los años que vivías allí, el día de la despedida los comprasteis. Supongo que los adoradores del fetichismo obedecemos a cánones muy básicos: belleza y exclusividad. Sin merecerlo pero con el olfato del rastreador experimentado, servidor controlaba las cajas de un outlet de Vans para que el viernes siguiente medio Mond Club (el que se llamaba estilista) enrojeciera en cólera al ver mis Vans Slip Classic con pin-ups en color rosa muy puta. Casi como con los vinilos, amigos. Y bien es cierto que quizá por el reparto genético antes descrito me dediqué a los pies que es más fácil o simplemente puede que sea una desviación psíquica digna de estudio. Pero en eso me gana un coleccionista casual que en un mercado de Londres me proponía cambiarme allí mismo mis Nike color vino por una jota casi intacta de su colección de ejemplares de los ochenta, sólo porque nunca había visto el color. Yo me corté, en ese pudor católico pobre tan mío. Hoy me arrepiento.

Ahora mismo me intento convencer de que ya vale, que quizá debería parar. Pero es superior a uno, adictivo y muy goloso. Espero unos loafers blancos para los que ya compré pantalones y sigo pensando que unos buenos zapatos deben tener como mínimo tres pares distintos de calcetines. Esa es mi obsesión actual. Los calcetines a juego, para los que todavía hoy no he encontrado una canción. Puede que me toque escribirla a mí. Mientras tanto, hoy toca pasar el paño a los zapatos que no merezco. A todos.

***

Miqui Puig (Barcelona, 1968) es músico, cantante, escritor y dandi sin remedio (ni lo quiere ni lo busca: así está más que bien.) Formó parte de Aullidos En El Garaje y llegó a las listas de popularidad al frente de Los Sencillos a inicios de los años 90. Ahora es DJ, músico solista y colabora con la prensa musical de su país. Y, por supuesto, sigue coleccionando ropa y zapatos.

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