sábado. 20.04.2024
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EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Robert Roberts

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Robert Roberts

Aunque ya no esté de moda la afirmación, hay una teoría que afirma que la escritura tiene una cualidad proléptica. Es decir, una habilidad que no sólo ve o predice el futuro sino que, de hecho, hace que ocurra. Y esto data hasta los orígenes antiguos, vocativos, encantadores de la palabra y su poder sobre las cosas, de los canctos chamanísticos a los oráculos, pero esa línea vática corre por toda la historia de la escritura: desde las visiones de Blake, las alucinaciones de Philip K. Dick, las pesadillas de Kafka, las realidades metafísicas de Borges, hasta la insistencia de Iain Sinclair sobre que Downriver no predijo la caída de la Thatcher sino que la causó.

Robert Roberts, quizá con las cualidades predictivas de su propio nombre, en el que el primero anticipa al segundo, creía firmemente en esa teoría. Su primer poema, compuesto en su más temprana juventud, trataba la muerte de su gato, algo que aún no había ocurrido. Se imaginó lo peor que podía pasarle, lo puso por escrito y cuando McWiskers murió una año después, Roberts creyó que él había sido el causante de tal acontecimiento.

Siguieron otras cosas: escribía, no con la intención de causar los acontecimientos ni de predecirlos sino que simplemente tomaba, como hacen los escritores, lo que parecía ser el tema adecuado para tejer una historia o acomodarlo en unos versos. Aunque su escuela no fue bombardeada por una bomba de neutrones, la cerraron seis meses después de que se publicara su cuento “Desaparición del sexto grado” en un fanzine local (aunque debido a la falta de recursos, más que a una amenaza nuclear). Como muchos adolescentes hacen, escribió poemas detallando la agonía de ser abandonado por amantes a las que aún no había conocido. (De hecho, eso habría de ocurrirle después en la vida, y al leer su antigua obra se sorprendió de la fidelidad con la que había logrado predecir los eventos y sus sentimientos, aunque no había calculado la pena que causaban).

Roberts comenzó a creer que no es que él tuviera ‘algo de psíquico’ como le decía su abuela, o que estuviese ‘un poco psicótico’ como le decían sus compañeros de clase, sino que sus palabras tenían el poder de convertirse en cosas.

Que los escritores tiendan a pensar en muchas cosas al mismo tiempo, y que la escritura tenga una cualidad supersticiosa (muchos escriben, sabiéndolo o sin saber, no para ahondar o aliviar el trauma sino para confrontarlo y enfrentar sus peores miedos y fallos y, al hacerlo, superarlos), es cierto. Eso, y es lo que creemos en el DBFL, es lo que hace que la escritura sea muchas veces una invocación a la verdad, y una muy importante.

Pero no fue así para Robert Roberts. Quizá sobreestimando su habilidad escribió una novela, John Johnson,  sobre un adolescente psíquico que se convierte en un novelista que gana el Booker, el IMPAC, una beca MacArthur, después el Nobel (de la paz, no de literatura). Por desgracia, el libro resultó ser basura, y en lugar de conseguir los resultados deseados, ha estado en las pilas de manuscritos de numerosos agentes literarios y editoriales durante muchos años, acumulando lentamente polvo y más polvo, algo que su autor no había previsto.

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