jueves. 18.04.2024
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¿Qué fue de mi Transilvania Twist?

Esteban Cisneros

¿Qué fue de mi Transilvania Twist?

Halloween. Esto es Halloween. Esto es Halloween.

No lo es. Porque, hey, chica, no ha sonado el Monster Mash en esta fiesta. ¿Qué sucede? No hay Halloween si no hay Monster Mash. Es como una Navidad sin pino, un Día de la Independencia sin grito, un Bar Mitzvah sin…

Monster Mash es la canción que cualquiera habría matado por escribir. Y es una tontería de cuatro acordes (Sol, Mi menor, Do, Re) que se toca sola. Como las grandes canciones pop. Pero es la canción que hace que Yesterday, La chica de Ipanema y Strangers in the Night queden como contendientes demasiado maquilladas y bobas a la mejor canción de la breve historia pop. Pop, dije. Es decir, efímero, inmediato, sencillo, explosivo. Una palabra importante que, como muchos fonemas con real valía, se ha convertido en un peyorativo. Lamentable.

El pop importa. Y no hay cosa más pop que una canción novelty.

Deja a tus reyes lagartos de lado, chica. Si existe Bobby “Boris” Pickett no hay más de qué hablar. Porque él no era un poeta maldito ni un brujo cósmico ni nada de esas sandeces. Sólo era un chico que había visto demasiadas películas de terror en los drive-ins y en las matinées en Somerville, Massachussetts, porque su padre trabajaba en un cine. Más tarde, trabajó en sórdidos clubes llenos de humo de cigarrillo en donde se servía licor barato y pavorosos sándwiches fríos. Le salía muy bien hacer de Boris Karloff, el clásico monstruo de Frankenstein de la Universal y quería ser actor. No pudo. Pero sí pudo armar un grupo en el colegio, como muchos otros chavales, y ponerle un nombre nada inusual, como muchos otros grupos: The Cordials. Y de eso se trataba: de ser un grupo más pero, hey, eran el grupo del barrio, que se juntaba en las esquinas para ensayar y que emocionaba a las chicas de la cuadra.

Hacía tan bien de Karloff que se decidió a hacer un tema en el que pudiese hacer la personificación completa. Y con todo ese hervidero de monstruos en su cabeza y con la ayuda de su amigo Lenny Capizzi, integrante del grupo, compuso el tema que nos ocupa hoy. ¿A qué sonaba? A cualquier otra cosa que sonaba en la radio, porque Bach era muy lindo pero demasiado complejo y además pocas veces las chicas caen con Bach (a menos que sean demasiado embrolladas, usen gafas y hagan altares de muerto a Van Gogh) y había que vender algunas copias porque así lo habían prometido a Gary Paxton, un ejecutivo que, como si fuese dueño de una fábrica leonesa de marroquinería, le puso Garpax a su sello discográfico. Era agosto de 1962.

Monster Mash devoró a cualquier otro single ese otoño. Era emocionante. Era divertida. Era distinta. Era una película serie B hecha canción: ataúdes chirriantes al abrirse a medianoche, laboratorios secretos en el sótano de un castillo de cartón piedra con experimentos burbujeantes como Alka Seltzer en un mediodía resacoso, una fiesta de monstruos literarios y cinematográficos, una celebración de la vida y al muerte, monsters lead such interesting lives, Boris Karloff y Bela Lugosi al fin amigos y todo lo que uno espera de una noche de Halloween: juguetona, guasona, abracadabrante, atroz.

El mismo Leon Russell estaba agendado para la sesión de grabación de Monster Mash. El muy memo llegó tarde y sólo aparece en el lado B instrumental.) El disco en 7” estaba pensando para ser un trancazo en el mercado y aprovecharse de la fiebre del Mashed Potatoes, un baile ridículo a más no poder como todos los grandes bailes, porque no me digas, chica, que el rey Luis Diecinoséqué hacía unos bailes hermosos: todos estaban beodos y contorsionándose como gusanos pasados por limón y sal.

Ahora, chica, imagina que en lugar de burguesitos luisdiecinosequésianos hay una fiesta cuyo anfitrión, El Científico Loco, inicia a ritmo de twist. ¿No irías, ni siquiera conmigo?

Yo sí iría. Incluso sin ti. Pero olvida que dije eso. Bailemos.

Bailemos porque esto es Halloween. Esto es Halloween. Y no hay Halloween sin Monster Mash.

No hay Halloween sin Bobby “Boris” Pickett, prodigio. Leyenda. Astro pop.

C/S.

***

Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree con fervor que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.